C¨¢rcel para el jornalero
Diego Ca?amero, secretario general del Sindicato Obrero del Campo (SOC), ingresar¨¢ en prisi¨®n el pr¨®ximo 20 de agosto, si alguien no lo remedia, para cumplir un mes de privaci¨®n de libertad. Sobre ¨¦l pesan sentencias que suman varios a?os de c¨¢rcel. Otros cientos de obreros andaluces esperan pasar en cualquier momento por un trance semejante. Los jornaleros andaluces son peligrosos. Utilizan para sus protestas armas tan contundentes como la huelga de hambre o la ocupaci¨®n de fincas.En la mayor¨ªa de los casos ha sido ocupaciones por horas, puramente simb¨®licas. Los jornaleros se han limitado a roturar el terreno y abandonarlo cuando las fuerzas de la Guardia Civil se presentaban en la finca. Las ocupaciones han tenido algo de romer¨ªa de hambrientos, de acci¨®n sin esperanza. Y los hombres, las mujeres y los ni?os que cada ma?ana iniciaban con sus azadas el cotidiano camino hacia las tierras sab¨ªan que ser¨ªan desalojados, que ser¨ªa un esfuerzo in¨²til y que todo, hasta el sol, estaba en contra, porque, "mire usted, es m¨¢s peor que el de Marbella, que ¨¦se es de ricos y no molesta".
En el pasado, las protestas andaluzas se saldaban con el silencio o negando su propia existencia. Los poderes p¨²blicos ignoraban unas acciones que lo ¨²nico que intentaban era llamar la atenci¨®n de la opini¨®n p¨²blica sobre una situaci¨®n social desesperada. Eran los tiempos del empleo comunitario y las huelgas de hambre, que, "total, es casi como a diario, pero dici¨¦ndolo".
Hace unos a?os, cuando Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez Gordillo, alcalde de Marinaleda, inici¨® una de estas huelgas, secundada por todo el pueblo, las autoridades, entonces de Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico (UCD), negaron que existiera. Mientras una mujer ten¨ªa que ser asistida con suero dada su extrema debilidad y el m¨¦dico local hablaba de desnutrici¨®n end¨¦mica cuando los tenderos se lamentaban de que s¨®lo vend¨ªan pan y leche para los ni?os, las emisoras difund¨ªan declaraciones en las que el gobernador civil de Sevilla aseguraba que en Marinaleda no hab¨ªa huelga de hambre.
Eran otros tiempos Paco Casero, Diamantino Garc¨ªa y otros dirigentes no se hab¨ªan planteado todav¨ªa las ocupaciones. La huelga de hambre no alteraba el orden p¨²blico ni hac¨ªa peligrar las estructuras de la propiedad, En los bares de los pueblos andaluces se hablaba de las hect¨¢reas de olivos arrancadas, de la mecanizaci¨®n y del paro.
Hoy, las conversaciones son las mismas, pero los tiempos, evidentemente, han cambiado. Ya no hay huelgas de hambre para pedir que se reciba en Madrid a los dirigentes jornaleros o para reivindicar trabajo. Paco Casero no ha sido internado en un hospital sevillano. Ahora el m¨¦todo del silencio o la negativa se utiliza menos. Y los poderes p¨²blicos recurren a los sistemas democr¨¢ticos: llevar ante el juzgado a los jornaleros rebeldes, acusados de "cohibir" -que no de amenazar-, seg¨²n han declarado los mismos propietarios, a los due?os de la tierra.
Son hombres que no han utiliza do tiradores para lanzar bolas de acero ni improvisado lanzagranadas con tubos y proyectiles heterog¨¦neos ni arrojado c¨®cteles molotov. Han ocupado fincas y las han abandonado cuando la Guardia Civil se ha presentado con la orden.
Por ello no deja de sorprender la dureza con que se contestan desde el poder estas acciones. Las detenciones de obreros teman gran repercusi¨®n en tiempos de la dictadura. La llegada de la democracia ha cambiado las cosas, aunque los m¨¦todos empleados dejen, por su semejanza, una cierta desaz¨®n. Siempre se podr¨¢ decir que ahora, al menos, han sido juzgados con todas las garant¨ªas. Otra cosa es que los jornaleros en paro no puedan pagar las multas y tengan que pasar a prisi¨®n porque as¨ª lo dice la ley.
Hace unos a?os, un jornalero comentaba: "Mire usted, lo ¨²nico que podemos perder es el hambre". No sab¨ªa que tambi¨¦n estaba en peligro su libertad.
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