'Trist¨¢n' y 'Maestros cantores' cara y cruz de una moneda
No era la producci¨®n de Wolfgang Wagner y Horst Stein una de aqu¨¦llas que pasaron a la gloria del festival, y, su reinserci¨®n tras el par¨¦ntesis de 1985 no parece obeceder a razones objetivas. Los decorados nos devuelven a los viejos, clich¨¦s de un wagnerianismo superado por su falta de atm¨®sfera e inter¨¦s. Horst Stein parece participar de este aburrimiento y contagi¨® a la orquesta en una interpretaci¨®n absolutamente rutinaria.Siegfried Jerusalem canta con su timbre l¨ªrico, musicalidad y cuidado fraseo un Walther que en alg¨²n momento ocasional le resulta pesado y tirante a la voz. Berrid Weikl resulta un Sachs demasiado joven, vocal y esc¨¦nicamente, para representar con autenticidad esa "noche triste del alma" del tercer acto, aunque posea un timbre caliente y lleno. Herman Prey da muestras, una vez m¨¢s, de ser un artista en todos los sentidos, como Beckrnesser, mientras que la Eva de Mar? Anne H¨¢ggander presenta un punto de incomodidad en la afinaci¨®n.
Otro cantar
Otro cantar es el Trist¨¢n e Isolda que hace varios a?os presentaron Ponelli y Barenboim. El director argentino hizo con ¨¦l su deb¨² en Bayreuth y fue casi un¨¢nimemente ensalzado, hasta el punto de serle encomendada en pr¨®xima Tetralog¨ªa que produci.r¨¢ el festival. Realmente es dif¨ªcil imaginar un mayor lirismo, concentraci¨®n y poes¨ªa casi impresionista. El d¨²o de amor del acto segundo, en el que adem¨¢s la compenetraci¨®n con Ponelli es total, ha de permanecer necesariamente en el recuerdo del espectador. La profundidad y la densidad de las frases orquestales, el tiempo contenido y la admirable din¨¢mica dan vida a un bell¨ªsimo decorado en el que los cambios de luminosidad resultan fundamentales. Todo el cromatismo de la obra, casi al l¨ªmite de la tonalidad, queda realzado por Barenboim, que maneja el leitmotiv como si fuese un lenguaje propio que comparte totalmente con la admirable agrupaci¨®n del festival.
Algunas de las ideas que Ponelli exhibe en este montaje faeron bastante criticadas hace a?os: en concreto, el ciclorama del duelo que se desarrolla en el segundo acto y la soledad de la muerte final de los protagonistas, pero ambos momentos responden fundamentalmente a una estudiada confecci¨®n. C uerpo y alma de los tres actos son un ¨¢rbol gigante que permanece siempre como testigo y protagonista del amor de los h¨¦roes.
En el primer acto esculpe el nav¨ªo que lleva a Isolda hacia Trist¨¢n; en el segundo cobijasu amor bajo su frondosidad, y en el tercero se parte como se ronipe el amor terreno de ambizzis amantes. Trist¨¢n no alcanza nunca a ver a Isolda, pero tanipoco ¨¦sta llega a conocer la debilidad y decrepitud flisica de su amado.
Escena final
No hay realmente soledad en la escena final sino ausencia de clecadencia. El amor sucumbe en plenitud. L¨¢stima que esa pleriitud no contagiase a los int¨¦rpretes, ya que Peter Hoffmann, si bien da la imagen esc¨¦nica de Trist¨¢n, vocalmente es ampliamente superado por la escrituira wagneriana y las exigencias de Barenboim. Este Trist¨¢n no pod¨ªa ser el mismo que aqu¨¦l que interpret¨® y grab¨® en concierto directo, en tres diferentes jorriadas, junto a Berristein, pues entre acto y acto aqu¨ª no medialban d¨ªas sino apenas una hora. Otro tanto cabe apuntar de la tantas veces admirada Jeannine Altmeyer, al borde del grito y de la histeria en su Isolda, mientras que la Brang¨¢ne de Waltraud Meior, que el a?o pasado cantara Kundry, respir¨® lirismo y juventud en su sugerente versi¨®n.
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