El espa?ol y la peseta
El espa?ol ha sido educado en la idea de que el dinero no es consecuencia del esfuerzo (puritanismo), sino del azar alocado de la vida (catolicismo inconsecuente). Claro que este catolicismo no es tan inconsecuente si consideramos que, despojando al dinero de su cualidad f¨¦rrea y autoengendrativa, se suprime nada menos que la lucha de clases. Cuando todo es azaroso, nadie es culpable.De modo que el espa?ol viene acostumbrado a considerar la pe seta como una margarita monetaria que florece o no florece en su maceta hogare?a. El dinero que m¨¢s ama el espa?ol es el dinero fortuito (loter¨ªa, herencias, etc.), porque siente que la fortuidad es lo intr¨ªnseco) del dinero. Esta manera irracional de considerar la peseta ha llevado al espa?ol, naturalmente, a no tener nunca una peseta. La peseta sigue siendo m¨¢gica y silvestre para nosotros. El espa?ol va a una oficina, a un ministerio, a un banco, a un andamio, porque a alg¨²n sitio hay que ir por las ma?anas, pero el espa?ol tiene absolutamente disociadas las ideas de dinero y trabajo, como algunas tribus a¨²n ?lo han asociado las ideas de fornicaci¨®n y fecundaci¨®n. El trabajo es una cosa para. quedar bien en casa. El dinero, si viene, Viene siempre por otros caminos, desde los muy racionales/irracionales de la herencia, hasta los muy cotidianos del bingo. Este providencialismo nacional est¨¢ favorecido, naturalmente, por la idea azarosa y resignada del poder y la suerte que se difunde desde la Iglesia y desde el Poder mismo. Lo ¨²ltimo que se le puede decir a un espa?ol medio es que trabajando se gana dinero. El trabajo es la subsistencia. El dinero es un viento m¨¢gico y dorado, un hurac¨¢n de pesetas que sopla o no sopla. Nada que ver con la vida y la profesi¨®n de uno. De aqu¨ª sale que el espa?ol no sea un tipo avariento, como el franc¨¦s, por ejemplo (y siempre generalizando, ay).
El espa?ol derrocha alegremente su dinero, -vive al d¨ªa (nadie ahorra, aqu¨ª, pese a los D¨ªas Mundiales del Ahorro), porque considera que ese dinero peque?o del sueldo, esa calderilla, no es su dinero, el, gran dinero que espera alguna vez en la vida. Pa¨ªs de emigrantes, la tradici¨®n del t¨ªo de Am¨¦rica tambi¨¦n ha contribuido a la inercia subconsciente de que el gran dinero viene siempre de lo desconocido. Las loter¨ªas, primitivas o no, las quinielas y otras formas, de jugar con la Fortuna, como, el bingo (ahora, por fin, en decadencia), son, no s¨®lo maquinarias del Estado para recaudar impuestos voluntarios, sino maquinarias ideol¨®gicas para desvincular el dinero de la justicia o la injusticia. La peseta florece donde quiere, como las margaritas y las amapolas. S¨®lo hay que esperar a que florezca en nuestro jard¨ªn o nuestro patio vecinal. As¨ª como el espa?ol es, en general, un irracionalista del dinero (esa gran ¨ªrracionalidad, esa abstracci¨®n), el espa?ol, cuando se le insin¨²a el dinero m¨¢s irracional del mundo, el de la ruleta, se vuelve racionalista y quiere reducir el azar a f¨®rmula. No se trata., naturalmente, sino de la alternativa compensatoria de lo otro. He frecuentado algunos casinos espa?oles, he inaugurado varios, y dir¨ªa que ning¨²n espa?ol va al casino alegremente, como un millonario de Montecarlo, sino que todo el mundo lleva su f¨®rmula en el bolsillo, su combinaci¨®n secreta para ganar. El af¨¢n de racionalizar el azar es otra forma del irracionalismo nacional respecto del dinero. Somos el pa¨ªs que, durante la postguerra mundial, m¨¢s se asombr¨® del "milagro alem¨¢n". Y el milagro alem¨¢n no ten¨ªa otro nombre verdadero que el muy humilde de trabajo. Pero el trabajo, a los espa?oles, siempre nos parece un milagro. Claro que el irracionalismo nacional, como todo irracionalismo, es intuitivo y adivinatorio. Si no, ser¨ªa mera locura. Quiere decirse que el dinero, en efecto, nace de una magia, de un concepto entre abstracto y fenicio. Antes hab¨ªa existido la permuta. Se cambia cosa por cosa. Incluso hubo un tiempo, entre las tribus primitivas, en que los consumidores de sal se llevaban de sal lo que dejaban en doncellas. Y esto subrepticiamente. Las tribus transadoras no llegaban a encontrarse nunca. La reducci¨®n de las cosas a met¨¢fora se explica s¨®lo por una magia: la magia del oro y de los metales en general. Aqu¨ª, el proceso empieza a ser irracionalista. El hombre, contra lo que suele escribirse, no ha avanzado desde la irracionalidad a la l¨®gica. Por el contrario, el hombre/ mono pensamos que empez¨® siendo l¨®gico, como todos los animales, que jam¨¢s hacen un movimiento superfluo. La marcha de la humanidad es una larga marcha hacia el irracionalismo, hacia el metaforismo, la alegr¨ªa, la s¨ªntesis y la dispersi¨®na al mismo tiempo. La irracionalidad es nuestra marca. La marca de las bestias es el sentido com¨²n. Las bestias no han inventado el amor ni la moneda. Como dijo el poeta, "fornican directamente".
El dinero, pues, es un irracionalismo asumido ya por la raz¨®n, integrado. Los espa?oles nos hemos quedado rezagados en este, proceso y seguimos considerando m¨¢gico el dinero, como lo era en un principio, por simb¨®lico: el oro que conten¨ªa, el pr¨ªncipe que exhib¨ªa. La mejor prueba de que el dinero era un concepto es que hoy se ha convertido en papel y sigue funcionando igual que el oro. De este origen m¨¢gico del dinero (aparte nuestro magicisino de tribu) nos viene a los nacionales la idea de que las pesetas se le aparecen o no se le aparecen a uno en la vida. Y estas aparicio nes no pueden forzarse, como tampoco las de la Virgen. Paciencia y barajar, Espa?a es grande, que dijo el poeta. Tenemos, pues, irracionalismo originario del dinero m¨¢s irracionalismo hist¨®rico de este pueblo. El resultado da do?a Manolita, e incluso la hermana de do?a Manolita, que forman grandes colas en la Gran V¨ªa madrile?a, por navidades, para conseguir un d¨¦cimo. Como el escritor es muy rara criatura, si a uno le tocase la loter¨ªa, le arruinar¨ªa la carrera. No hay que jugar nunca. El dinero de la literatura es la ¨²nica ratificaci¨®n cierta (ni premios, ni cr¨ªticos, ni co?as) de que a uno lo aceptan. A los escritores millonarios, a los escritores de domingo, a los escritores con primera o segunda profesi¨®n, se les nota en seguida que son de Aduanas, por muy bien que lo hagan. Prefiero un mediocre enteramente profesional a un virtuoso aficionado. Pero el resto de los espa?oles funcionan al contrario, claro. Para ellos, el dinero ideal es el dinero casual, m¨¢gico, lotario, obtenido sin esfuerzo. El dinero como consecuencia del trabajo no tiene gracia para el espa?ol medio. El espa?ol medio se enorgullece de que le haya tocado la loter¨ªa como si, efectivamente, una musa misteriosa se hubiera fijado en ¨¦l por guapo. R¨ªen ampliamente, en los peri¨®dicos, los aficionados con la loter¨ªa del Ni?o. El empresario que muestra su empresa en un reportaje, y que empez¨® de la nada, suele tener el gesto ce?udo del hombre de lucha. No le ha tocado en el hombro ninguna musa. Y aqu¨ª est¨¢ el ¨¢pice del irracionalismo nacional respecto de la peseta: nos enorgulle m¨¢s el dinero gratuito que el dinero ganado con esfuerzo y en justicia. As¨ª es dif¨ªcil que un pa¨ªs rinda, claro. Si los pol¨ªticos tuviesen m¨¢s imaginaci¨®n, o un poco de imaginaci¨®n, empezar¨ªan por desembrujar el dinero, por persuadir a los espa?oles de que hay una vieja f¨®rmula artesanal para ganar dinero: trabajar. Al contrario de eso, los Gobiernos, para recaudar m¨¢s, favorecen toda clase de loterias y casinos, fomentan el irracionalismo del dinero, aunque ideol¨®gicamente vengan ellos de doctrinas muy racionales. El espa?ol y la peseta. La peseta, ya digo, es la margarita fiduciaria que florece donde y cuando quiere. Uno, como escritor, se aferra al lema de los viejos maestros, "un duro y quietos", que es una forma de meditaci¨®n trascendental sobre el dinero, la m¨¢s trascendental de todas. El espa?ol medio tambi¨¦n suele seguir este lema, sin conocerlo. Las ni?as mendigas, entregitanas, a quienes peri¨®dicamente doy dinero por conservar su falsa amistad de ni?as (fals¨ªa que las hace viejas, ay), me dicen que se tienen marcado un tope diario en la mendicidad, 500 o 1.000 pesetas, y que, una vez cubierto, ya no piden m¨¢s y viven su vida. La vieja tradici¨®n nacional del sablazo es otra forma de relaci¨®n m¨¢gica entre dos hombres, que no debiera perderse. La mendicidad, el sable y el carterismo son las tres grandes maneras de relaci¨®n fiduciaria con el pr¨®jimo, tan m¨¢gicas para el da?ado como para el beneficiado. Todav¨ªa, hasta hace poco, hab¨ªa en el Rastro un bar donde, teniendo un conocido y explicando c¨®mo y en qu¨¦ sitio le hab¨ªan robado a uno la cartera, el conocido pegaba una voz, gritaba un nombre y el carterista aparec¨ªa devolviendo el robo y pidiendo disculpas. Son gente fina.
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