Representaci¨®n e identidad: el laberinto andalucista
A los 50 a?os de la muerte de Blas Infante, el fen¨®meno del andalucismo -como mentalidad-ideolog¨ªa- sigue planteando las mismas complejidades e inc¨®gnitas que ya observaron en ¨¦l sus comentaristas en los a?os de la II Rep¨²blica espa?ola, y aun antes.A mi manera de ver, el error del enfoque ha partido siempre de querer aplicar al estudio de lo que bien ser¨ªa una mentalidad y una actitud hist¨®ricas la metodolog¨ªa de conocimiento propia para el an¨¢lisis de un partido pol¨ªtico, y evidentemente el andalucismo es, sin duda, algo m¨¢s.
Salvo la anotaci¨®n acusatoria del Tribunal de Responsabilidades C¨ªvicas que acusa a Infante, post mortem, de haber querido fundar un partido andalucista, no hay, que sepamos, en este sentido ning¨²n intento definitivo de creaci¨®n asociativa por su parte. Sus comparecencias electorales en 1919 y 1931 se efect¨²an en candidaturas coyunturales de progreso, aun quedando patente su vinculaci¨®n proclamada en abril de 1931 al viejo Partido Republicano Federal, que, liderado en Sevilla por Justo Feria, representaba la tradici¨®n federativa y cantonal, sustrato y origen de una conciencia colectiva de lucha generada en Andaluc¨ªa en el sexenio revolucionario gaditano.
Temeroso de los efectos disociadores que podr¨ªa producir una extempor¨¢nea burocracia partidista, se comprende -con todos los riesgos de complejidad que ello conllevaba- la exclusiva orientaci¨®n de concienciaci¨®n que Infante quiso dar a susjuntas liberalistas de Andaluc¨ªa -¨®rganos no partidistas-, dando entrada en ellas a las tendencias ideol¨®gicas m¨¢s variadas con el exclusivo fin de ir provocando el renacimiento de unas se?as de identidad mixtificadas por un largo proceso de folclorizaci¨®n y mimetismo.
La experiencia actual puede servir para comprobar un proceso hist¨®rico que se ha repetido, casi a la letra, en las dos d¨¦cadas democr¨¢ticas que ha vivido Espa?a en los ¨²ltimos 60 a?os. En ambas circunstancias habr¨ªa que deslindar seriamente las corrientes ideol¨®gicas autonomistas, culturalistas, simplemente regionalistas que se intentan confundir con el andalucismo federativo. La diferencia de este ¨²ltimo, aut¨¦ntico ideal infantiano, viene marcada por una concepci¨®n federalista del Estado y por un proyecto econ¨®mico-social de ¨ªndole progresista que -hist¨®ricamente, sobre todo en dos grandes y sintom¨¢ticos momentos, 1919 y 1931- se polariza en la reforma agraria como lugar de encuentro y piedra de toque de la democracia espa?ola.
El punto de confusi¨®n del an¨¢lisis se origina cuando no se separan las distintas ideolog¨ªas que: dentro de aquellasjuntas liberalistas conviv¨ªan, aparentemente, como en un solo bloque pol¨ªtico. La confluencia, m¨¢s o menos patente, de figuras como Jos¨¦ Mi Izquierdo, I. de las Cagigas, E. Va.. quero, R. Castej¨®n, J. A. V¨¢zquez o J. Gastalver -cada uno en su momento-, por citar a algunos destacados atene¨ªstas y contertu.lios de la antigua Revista B¨¦tica, crea la tensi¨®n obligada entre proyectos pol¨ªticos y econ¨®micos que aparentemente podr¨ªan parecer homog¨¦neos, pero que se distanciaban a a?os luz dentro de una dial¨¦ctica derecha / izquierda.
Carente el andalucismo hist¨®rico de un soporte burgu¨¦s que lo mantuviese, nacido de una elite intelectual pronta a dividirse, acosado por su deseo de proyectarse en las clases trabajadoras, entrar¨ªa en la din¨¢mica de la b¨²squeda del poder pol¨ªtico para el que -todall¨ªa- no exist¨ªan las condiciones Objetivas. De ello era consciente Infante, y de ah¨ª su reticencia a comparecer antes de haberse creado un movimiento social que lo sustentara.
En cualquier caso, el andalucismo -no los regionalismos adosados que subsistieron junto a ¨¦l- se proyectaba -tambi¨¦n- como una transformaci¨®n cultural del individuo capaz de autogobernarse sin limitaciones, heredero del ingrediente ¨¢crata que lo separaba del juego tradicional de las ideolog¨ªas partidistas.
En su proceso hist¨®rico, las experiencias fallidas -tan similares a otras actuales-, las subsiguientes quiebras electorales no han de suponer -necesariamente- la negaci¨®n de una conciencia de identidad colectiva, sino la correcci¨®n de la soberan¨ªa popular que impone clarificaci¨®n en los planteamientos de la praxis pol¨ªtica.
Si a ello sumamos -como valor y variente psicosocial- el sentimiento del andaluz por estar participando en un proyecto com¨²n de Espa?a, no cabr¨ªa desechar la idea de que posiblemente la inclinaci¨®n del voto de identidad, como medio de conocimiento de una mentalidad, se hubiese manifestado y diluido -hist¨®ricamente- en distintas opciones pol¨ªticas caracterizadas por su ¨ªndole federativa y progresista.
Entonces, como ahora, el diagn¨®stico diricil se sit¨²a en delimitar la existencia de una mentalidad de etnicidad -conciencia de identidad- generalizada y el momento en que, desvinculada de todo un complejo proceso cultural, emerge como una reivindicaci¨®n fundamentalmente pol¨ªtica y aut¨®ctona, si a ello se ve precisada una comunidad por una necesidad hist¨®rica.
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