Estados Unidos como obsesi¨®n
BanterDirector: Herv¨¦ Hachuel. Int¨¦rpretes:
Scott Paulin, Irene Miracle, Gregg Henry, Kate Vernon, Tony Curtis, Jos¨¦ Luis
G¨®mez, Patty Shepard y Funa. Gui¨®n: Alvaro de la Huerta, basado en una novela de J. F. Bardin. Fotograf¨ªa Ricardo Chara. Espa?ola 1986. Cines California, Cid Campeador, Palacio de la M¨²sica. Madrid.
Viendo las primeras im¨¢genes de Banter resulta muy dificil creer que estamos ante una producci¨®n espa?ola y no ante una pel¨ªcula norteamericana, alemana o brit¨¢nica doblada al castellano. ?Qu¨¦ es lo que induce a confusi¨®n? Sin duda la suma de varios factores: el reparto, el cuidado con que se han elegido unas localizaciones que marginan cualquier signo de misenal la canci¨®n. que acompa?a unos t¨ªtulos de, cr¨¦dito t¨¦cnicamente ?mpecables pero, sobre todo, el estilo de la planificaci¨®n, la habilidad con que se mueve la c¨¢mara y el talento que muestra el director para captar cualquier gesto, cualquier manifestaci¨®n fisica.
En Banter encontramos esa voluntad de satisfacer al espectador, de seducirle desde el primer fotograma, implic¨¢ndole en la historia sin dejarle respirar ni un momento, llev¨¢ndole de aqu¨ª para all¨¢, que esa es caracter¨ªstica consustancial al cine norteamericano, siempre m¨¢s interesado en el placer del p¨²blico que en el del artista, tal y como corresponde a un tinglado que da dinero.
Esa sorpresa inicial se mantiene un buen rato, indiferente a que la acci¨®n transcurra en Madrid, pero luego la magia encantatoria se va esfumando y queda s¨®lo el dominio de la mec¨¢nica. ?Por qu¨¦? Sencillamente, porque el gui¨®n no est¨¢ bien y los personajes empiezan a comportarse de manera poco cre¨ªble. Antes se mov¨ªan dentro de un mundo perfecto, un mundo de cine, literalmente, pero los errores del gui¨®n descubren que no viv¨ªan en un espacio fabricado por la imaginaci¨®n sino en otro que no existe, un no lugar en el que se habla en americano y los muebles son de dise?o, en el que los hoteles y los restaurantes siempre estan pagados y los coches aparcan sin problemas en la calle.
Claro que la falsedad aparece, no porque el director haya idealizado el espacio que muestra, sino porque Gregg Heriry no sabe qu¨¦ papel juega en la historia, y menos a¨²n cuando hay un problema de impotencia por en medio, porque Tony Curtis es una improbable reencarnaci¨®n y cruce de Kane y Arkadin, porque la pobre Irene Miracle tan pronto se descubre ninf¨®mana como reprimida, dudando siempre entre enviar el marido a un sanatorio o a un confesor, o porque no entendemos como un escritor frustrado como Philip Banter no se admira cuando descubre que hay alguien capaz de imitar su estilo a la perfecci¨®n -y m¨¢s cuando ese algui¨¦n es una especie de Candice Bergen de Ricas y famosas pero en joven por el simple deseo de enloquecerle. Cuando habla de cine, la gente de la profesi¨®n acostumbra a mostrarse sentenciosa y radical, casi siempre a toro pasado, pero algunas de sus m¨¢ximas si parecen in,discutibles.
Por ejemplo, la que asegura que con una buena historia y un director mediocre se puede fabricar un filme estimable mientras que con un mal gui¨®n no hay quien ruede una buena pel¨ªcula.
Banter tiene, al margen de la de mostraci¨®n de competencia profesional a cargo de Hachuel, Ricardo Chara o Chris Munro, el inter¨¦s, de ser un nuevo intento de internacionalizar el cine espa?ol. La f¨®rmula es parecida a la intentada por Tavernier o Boisset en Francia o por Bertolucci en Italia. Si en unos casos ha salido mejor que en otros eso ha dependido tanto de la libertad con que el director ha sabido jugar con el modelo que ha elegido como de la ya. citada entidad de la historia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.