La adhesi¨®n del se?or Cayo
La ciudad de Valladolid va a declarar hijo predilecto a Miguel Delibes. Esto es: va a proclamar oficialmente la condici¨®n (le hijo predilecto que para ella siempre ha tenido el gran escritor. Entre los varones nacidos en Pucela, muy pocos son los que merecen tanto corno ¨¦l esa estimaci¨®n y ese t¨ªtulo. 'Es bien previsible que los organizadores del homenaje reciban la adhesi¨®n de tant¨ªsimas personas que admiran a Delibes; y agradecen su obra literaria. ?Estar¨¢n entre ellas las que le deben algo m¨¢s importante que el deleite o la iluminaci¨®n, las que le son deudoras de su existencia? Aunque no se les Diga, siempre Don Quijote y Sancho ser¨¢n los primeros en adherirse a los homenajes a Cervantes, y Juli¨¢n Sorel y Fabricio del Dongo los que a Stendhal se le tributen.Este es el caso del se?or Cayo. El cual, por la torpeza en el manejo de sus manos, ya tan a?osas, me ha pedido que env¨ªe su adhesi¨®n a este homenaje y d¨¦ las gracias a don Miguel, as¨ª llama ¨¦l a su presentador en sociedad, por haberle sacado tan amorosamente del anonimato en que viv¨ªa. Porque al se?or Cayo, hijo ole Ad¨¢n, despu¨¦s de todo, no le disgust¨® ver en letra de imprenta su nombre y el relato de sus m¨²ltiples habilidades.
Todos los lectores de Miguel Delibes recordar¨¢n al se?or Cayo: aquel viejo campesino castellano cuyo voto van a recabar varios agentes electorales de un partido que a s¨ª mismo se llama progresista. Llegan ¨¦stos al min¨²sculo pueblo de monta?a en que nuestro hombre, lejos del mundanal ruido, como de boquilla dijeron querer vivir Horacio y fray Luis, ejercitando su r¨²stico oficio pasa sus d¨ªas. Los visitantes del se?or Cayo son hombres de ciudad, y como tales viven instalados en los recursos que la t¨¦cnica ciudadana an¨®nimamente les ofrece: autom¨®vil, luz el¨¦ctrica, agua corriente, ropas y viandas pref¨¢bricadas.
?C¨®mo vivir¨¢n, qu¨¦ har¨¢n cuando les falte esa cotidiana y al parecer segura asistencia? Este va a ser su problema en el pueblo del se?or Cayo. Una serie de peque?as cat¨¢strofes les reduce a la impotencia, y en ella seguir¨ªan si las abundantes y diversas habilidades artesanales del se?or Cayo no hubiesen sido su providencia. Este es el hombre que quiere adherirse al homenaje de Valladolid a Miguel Delibes, escritor al cual, si no como persona, que la suya bien real era en el anionimatode su pueblo, s¨ª como personaje debe su existencia y su prestigio.
Pero el se?or Cayo desea que su adhesi¨®n sea fiel a su persona y a lo que Miguel Delibes realmente quiso de ¨¦l cuando convirti¨® su vida en palabra impresa. Porque, contrariando su verdad y la verdadera intenci¨®n de su recreador y amigo, algunos quisieron presentarle, s¨®lo porque no necesita de los adelantos de la ciudad para resolver los problemas de cada d¨ªa, como enemigo de la civilizaci¨®n y del progreso. Esto no lo tolera el se?or Cayo. Y pensando que por mi condici¨®n de memorialista podr¨ªa yo ayudarle en el trance, me ha pedido que sea yo quien, con su gratitud a Miguel Delibes, explique todo su sentir y haga conocer la mitad oculta de su persona.
Memorialista en servicio activo y pedant¨®n al pa?o, como acaso dijera Antonio Machado, otro posible recreador del se?or Cayo, dir¨¦, pues, lo que ¨¦ste me tia pedido decir de ¨¦l. En pocas palabras: que ¨¦l, el se?or Cayo, se siente muy orgulloso de la serie de habilidades con que en su rinc¨®n hace su vida de cada d¨ªa, peroque eso est¨¢ muy lejos de contentarle. ?l quiere eso y otra cosa. ?Cu¨¢l?
Modos de la realidad
Aqu¨ª de mi condici¨®n de memorialista y pedant¨®n al pa?o. Desde ella oigo la petici¨®n y, veo la realidad del se?or Cayo, y desde ella dir¨¦ que a partir del siglo XVIII hay tres modos de considerar la realidad del hombre, dos falseadores y otro certero. Falseadora fue aquella idea ollel hombre en estado de naturaleza que la pesadumbre de la vida hist¨®rica suscit¨® en Bernardino de Saint Pierre y otros colegas suyos. Ese presunto estadode naturaleza es una ficci¨®n; de un modo o de otro, la vida humana es siempre vida hist¨®rica.
No menos falseadora es la atribuci¨®n de un car¨¢cter intrahist¨¢rico a los campesinos del agro espa?ol, y muy especialmente, a los castellanos: sutil e iluminadora, pero, entendida a la letra, muy discutible ocurrencia de oatro memorialista y pedant¨®n, rr¨¢ colega Miguel de Unamuno. A su modo, la vida en la intrahistoria es tambi¨¦n vida hist¨®rica, porque el mundanal ruido de la historia llega siempre a la aldea m¨¢s aldea, y porque poso de antiguos h¨¢bitos hist¨®ricos son los que perduran en el presunto existir intrahist¨®rico del campesino m¨¢s, campesino.
Tomada en su integridad, la vida humana es a la vez natural (porque la naturaleza del hombre est¨¢ actuando en todos los niveles de lo que hace), intrahist¨®rica (porque alg¨²n poso de lo que fue perdura siempre en lo que se est¨¢ siendo) e hist¨®rica (porque, con los ingredientes que sean, los operantes en Manhattan o los activos en Villachica de Abajo, nunca el ma?ana del hombre es mera repetici¨®n de su hoy).
Y lo que para su vida y la de sus convecinos quiere el se?or Cayo no es la intacta y monotona perduraci¨®n de lo de siempre, sino el logro de un nivel en que lo mejor de lo de siempre -en este caso: una animosa y sabia manera de resolver los problemas de cada entorno y cada d¨ªa- se funda armoniosamente con lo mejor de lo de ahora: la educaci¨®n en el saber, la buena asistencia m¨¦dica y la ayuda de las m¨¢quinas que distraen el ocio y hacen lo que antes de ellas no pod¨ªa hacerse.
Esto, esto es lo que quiere el se?or Cayo y lo que en su opini¨®n quiso decir don Miguel, como ¨¦l le llama, cuando por burlarse un poco de la suficiencia y la petulancia de quienes s¨®lo con suficiencia y petulancia saben ser progresistas, llev¨® su callada vida campesina al papel de los libros y los peri¨®dicos. Al mundanal ruido que de boquilla, porque lo que a ellos les tiraba eran sus mecenas y sus c¨¢tedras, dijeron despreciar Horacio y fray Luis.
Con la seguridad de haber interpretado fielmente los deseos del se?or Cayo env¨ªo su cordial¨ªsima adhesi¨®n al, m¨¢s que merecido, obvio homenaje que Valladolid va a tributar a su ilustre hijo Miguel Delibes.
Babelia
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