El hombre con dos sangres
?sta es una historia triste y verdadera.Aquel hombre -hecho extra?o, inquietante y terrible- no ten¨ªa una sola sangre como, seg¨²n algunos, deben tener todos los hombres normales y decentes, sino que ten¨ªa a la vez dos sangres distintas. Por si eso no fuera ya bastante grave, las dos sangres de aquel hombre eran adem¨¢s, seg¨²n le repet¨ªan con insistencia, tan esencialmente opuestas e incompatibles, tan contradictorias y, enemigas, que no pod¨ªan o no deb¨ªan correr simult¨¢neamente por las venas de nadie.
Aquel hombre lo sab¨ªa, pero nunca se hab¨ªa inquietado por ello, sino que, por el contrario, siempre se hab¨ªa enorgullecido de su pareja de sangres distintas, porque desde muy ni?o hab¨ªa escuchado fascinado y con los ojos llenos de l¨¢grimas con cu¨¢nta pasi¨®n y entusiasmo su padre, que era un gran poeta y un prodigioso narrador, contaba la larga y maravillosa historia, peninsular y ultramarina, de aquellas dos sangres: la historia bella y grandiosa de la sangre solar y, con igual emoci¨®n, la historia grandiosa y bella de la sangre neblinosa, que conoc¨ªa tan bien.
Toda su vida, aquel hombre hab¨ªa sentido con una inmensa felicidad y exaltaci¨®n de qu¨¦ modo tan bello herv¨ªan a la vez en sus venas y se entremezclaban gozosamente en ellas, a trav¨¦s de aquellas dos sangres, soles y neblinas, p¨¢ramos y r¨ªas, encinares y manzanales, dehesas y caser¨ªos, componentes entra?ables de una tierra que se sent¨ªa con derecho a llamar suya.
Pero un d¨ªa las cosas empezaron a estropearse definitivamente.
Un d¨ªa, en efecto, aquel hombre sinti¨® horrorizado de qu¨¦ modo su propio cuerpo, que ¨¦l siempre hab¨ªa cre¨ªdo sometido a su raz¨®n y a su voluntad, se alzaba contra ¨¦stas y se convert¨ªa en un aut¨¦ntico campo de batalla.
Las dos sangres de aquel hombre, la sangre solar y la sangre neblinosa, que hasta entonces hab¨ªan vivido dentro de su cuerpo en una feliz armon¨ªa por la que se enriquec¨ªan y fecundaban rec¨ªprocamente, pretendieron alzarse cada una de modo aut¨®nomo y exterminar a la contrincante, para dominar en exclusividad aquel cuerpo.
Las dos masas de gl¨®bulos diferentes, la de gl¨®bulos solares y la de gl¨®bulos neblinosos, se convirtieron de repente en bandos o bandas armadas de gl¨®bulos enemigos que recorr¨ªan en son de guerra todo su cuerpo, fagocit¨¢ndose rec¨ªprocamente y sitiando, cada uno por su lado, el bazo, el h¨ªgado, el coraz¨®n y todos los ¨®rganos para hacerse con ellos en su provecho exclusivo.
Las dos clases de gl¨®bulos de aquel hombre ya no se soportaban una a otra. Los d¨ªas de aquel hombre estaban, pues, contados.
A esta atroz guerra interna vino a unirse una tremenda amenaza externa en forma de otros hombres, que, para ayudar desde fuera a que uno de los dos bandos de gl¨®bulos exterminara al rival y dominara en exclusiva el cuerpo de aquel hombre, fueron a exigir a ¨¦ste, de modo imperativo, que s¨®lo reconociera como propia una de las dos sangres y rechazara como espuria a la otra, pues era para todos intolerable que dos sangres as¨ª, tan esencialmente opuestas e irreconciliables, pudieran coexistir, y menos convivir en paz, en ning¨²n cuerpo humano.
Ante tan inesperada y terrible exigencia, el hombre se defendi¨® con u?as y dientes y jur¨® a gritos, a quien le quiso o¨ªr que ¨¦l nunca, en ning¨²n caso y pasara lo que pasara, renunciar¨ªa a ninguna de sus dos sangres, que por igual sent¨ªa como propias y consustanciales con su ser, la sangre solar y la sangre neblinosa.
Otorgar a aquellos hombres una preferencia por una de sus dos sangres y obrar en consecuencia, qued¨¢ndose all¨ª o march¨¢ndose de all¨ª, le parec¨ªa a aquel hombre tan imposible, humillante y monstruoso como debi¨® parecerle a Fausto conceder a Mefist¨®feles que, al fin, hab¨ªa elegido y logrado la felicidad.
El hombre record¨® llorando, para reafirmarse en su resoluci¨®n, con cu¨¢nta pasi¨®n, firmeza y eficacia se hab¨ªan fundido un d¨ªa, seg¨²n su padre le hab¨ªa contado, la sangre neblinosa de su abuela la de Bilbao, nacida en la calle de Henao, tan rubia y de ojos tan claros, que hab¨ªa estudiado en el Sacr¨¦-Coeur de Pau, con la sangre solar de su abuelo el de Coria, brillante m¨¦dico extreme?o formado en Par¨ªs y en Alemania, propietario de caballos y m¨¦dico del rey.
Todo en vano. La guerra entre las sangres segu¨ªa haciendo estragos en el cuerpo de aquel hombre, y un d¨ªa sinti¨® con dolor inmenso c¨®mo entre los gl¨®bulos exterminados por uno de los bandos hab¨ªa quedado tambi¨¦n aniquilado uno de los m¨¢s aut¨¦nticos, hermosos y valientes: el gl¨®bulo yoyes.
Por si eso fuera poco, los hombres que ayudaban a uno de los dos bandos de gl¨®bulos; a aniquilar al otro se mostraban cada d¨ªa m¨¢s implacables. Respondieron as¨ª duramente a aquel hombre que su padre, el poeta Rafael, nada hab¨ªa sabido nunca de sangres, ya que, muchos a?os antes, el especialista m¨¢ximo e indiscutible en la materia, el gran doctor Sabino, hab¨ªa decretado para siempre que de dos sangres as¨ª, como la solar y la neblinosa, s¨®lo una pod¨ªa ser noble, limpia y gallarda, y, por tanto, la otra hab¨ªa de ser forzosamente vil, sucia y cobarde.
Aquel hombre ya no pod¨ªa vivir, y no vivi¨®.
En las primeras horas de la madrugada de un domingo de diluvio, en plena campa?a electoral auton¨®mica, el hombre con dos sangres, que se hab¨ªa. negado tozudamente a elegir entre ellas, fue encontrado por los amigos de la facultad muerto en su pisito de Amara, en San Sebasti¨¢n, donde dorm¨ªa solo. Seg¨²n pudieron comprobar m¨¢s tarde sus hijos m¨¦dicos, Gabriel y Pablo, aquel hombre hab¨ªa quedado fulminado por la ¨²ltima y m¨¢s implacable forma de delirium tremens: el delirio de las sangres.
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