El 'milagro Gorbachov'
Es dif¨ªcil mirar febrero desde la perspectiva de octubre. Queremos decir con esto que no hay forma de separar el alcance de la renovaci¨®n que en la historia del comunisimo represent¨® el 20? Congreso del Partido Comunista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica (PCUS), de febrero de 1956 -con el fogonazo del informe de Jruschov sobre la era estaliniana-, de lo que ocurri¨® unos meses despu¨¦s en Hungr¨ªa. Por eso, al convocarse en octubre de 1986 en Florencia un coloquio sobre el balance hist¨®rico de ese 20? Congreso, bajo el patrocinio cient¨ªfico de la Fundaci¨®n Feltrinelli, cab¨ªa augurar un peso decisivo de los sucesos de Hungr¨ªa. M¨¢s a¨²n cuando entr¨¦ los participantes se contaba un buen n¨²mero de soviet¨®logos norteamericanos y brit¨¢nicos (Adam B. Ulam, George Breslatier, Bob Service) y de cr¨ªticos originarios de las democracias popialares (Antonin Liehm, Jiri Pelikan, P. Kende, M. Reiman; a. su modo, F. Fetj?), nada proclives al sovietismo.No obstante, los pron¨®sticos se vieron trastocados por un solo hecho: la presencia, a un nivel formalmente secundario, de un polit¨®logo sovi¨¦tico afecto a la l¨ªnea del actual l¨ªder de la URSS. As¨ª, de modo insensible, el congreso vio c¨®mo sus agujas se desplazaban de Jruschov a Gorbachov.
'Nomenklatura'
La diversidad de or¨ªgenes apenas determin¨® diferencias a la hora de valorar el alcance y los l¨ªmites de las reformas de Jruschov. Con diferentes lenguajes soviet¨®logos anglosajones e historiadores marxistas trazaron un cuadro seg¨²n el cual las reformas habr¨ªan empezado apenas muerto Stalin, y en gran medida por la propia sensaci¨®n de inseguridad de los cuadros dirigentes del PCUS. M¨¢s all¨¢ de la espectacularidad del discurso de Jruschov en el 20? Congreso se encontraba as¨ª un sentido conservador: el prop¨®sito de salvar la responsabilidad hist¨®rica d el partido frente a los cr¨ªmenes de su secretario general y de devolver a ese mismo partido la capacidad de liderazgo en la sociedad sovi¨¦tica. El acento puesto en el culto a la personalidad abr¨ªa un expediente de cambio, una, exigencia de sustituci¨®n de los c¨®mplices irrecuperables, pero al propio tiempo cerraba cualquier perspectiva de revisi¨®n general del sistema. Fue, seg¨²n el italiano Bettanin, un relevo de oligarqu¨ªas donde a la incertidumbre del terror (la burocracia patrimonial sometida discrecional mente a Stalin) sucedi¨® un dominio estable de los centros de poder del partido. Los vaivenes y los errores de la gesti¨®n de Jruschov hicieron por fin aconsejable su eliminaci¨®n en 1964 El 20? Congreso del PCUS hab¨ªa puesto de relieve su peligrosa inclinaci¨®n a seguir destapando el pasado para doblegar a sus opositores. A partir de ese momento pod¨ªan separarse tranquilamente los dos campos: el reconocimiento, cada vez m¨¢s quedo, de los errores de Stalin dejaba a salvo la positividad de su papel hist¨®rico en la construcci¨®n del socialismo.
Ahora bien, la crisis de legitimidad fue inevitable. Nunca m¨¢s pudo desempe?ar el partido sovi¨¦tico su papel de gu¨ªa incontestado del movimiento comunista mundial. La cohesi¨®n del campo socialista s¨®lo ge mantuvo merced al aplastamiento de la insurrecci¨®n h¨²ngara. Y quedaba abierta una problem¨¢tica que pod¨ªa llevar, fuera del ¨¢rea bajo control sovi¨¦tico, a revisiones en profundidad de lo que hab¨ªa supuesto la.experiencia estaliniana (caso del Partido Comunista Italiano) o, cuando menos, como ocurri¨® en los casos franc¨¦s y espa?ol, a intentos fallidos de encajar la concepci¨®n tradicional del partido con una perspectiva democr¨¢tica.
Inercia del pasado
Tambi¨¦n hubo acuerdo al valorar la larga era de Breznev: un prolongado estancamiento, o, dicho de otro modo, un callej¨®n sin salida. Bajo Breznev, el socialismo real apostaba por su propia superioridad a trav¨¦s de la permanencia. En la pol¨ªtica exterior perviv¨ªa la coexistencia competitiva del per¨ªodo Jruschoviano, confiando en el papel de erosi¨®n que los movimientos de liberaci¨®n nacional habr¨ªan de desempe?ar sobre el mundo ca pitalista. Entre tanto, de puertas adentro, tiene lugar una estabilizaci¨®n de sesgo casi bizantino. La pesada sombra de ide¨®logos como Suslov y, Chernienko hizo del marxismo-leninismo una doctrina inmutable, sacralizada, al servicio del poder. Tras la intervenci¨®n de 1968 en Checoslovaquia, la defensa del intemacionalismo vino a identificarse con el mantenimiento sin fisuras del campo socialista, desde una perspectiva dominantemente militar cuyas consecuencias se materializaron no hace mucho en la ocupaci¨®n de Afganist¨¢n. Finalmente, en la oirganizaci¨®n interior, el monolitismo aparec¨ªa como aval del avance hist¨®rico. Tras el terrernoto jruschoviano, la oligarqu¨ªa del partido recuperaba la calma, una estabilidad desti?ada en apariencia a convertir el centralismo burocr¨¢tico en pauta eterna de gobierno para todo el mundo socialista.
El esquema se resquebraja al llegar los a?os ochenta, y ello explica el. fen¨®meno Gorbachov. En pol¨ªtica exterior, el avance de peones sovi¨¦ticos suscit¨® la resurrecci¨®n del nacionalismo norteamericano, simbolizado por la presidencia de Ronald Reagan. Estados Unidos lanz¨® de nuevo la carrera armamentista, con la consiguiente espiral de gastos d¨®nde quien m¨¢s ten¨ªa que perder era el econ¨®micamente m¨¢s d¨¦bil, la URSS. Mantener el desaf¨ªo en los t¨¦rminos de los a?os setenta equival¨ªa para los sovi¨¦ticos a soportar una presi¨®n intolerable sobre el nivel de consumo interno. Porque, dato esencial, la estabilizaci¨®n brezneviana hab¨ªa tenido un precio muy concreto: resignarse a la baja productividad global del sistema. M¨¢s a¨²n, los casos de Polonia, Ruman¨ªa e incluso Hungr¨ªa mostraban la vulnerabilidad econ¨®mica del socialismo real. Y la URSS carec¨ªa, evidentemente, de recursos para resolver los problemas de sus aliados.
De ah¨ª la inexorable llegada de la reforma. No ser¨ªa s¨®lo una cuesti¨®n de estilo o de dinamismo. Jugar fuerte la baza de la distensi¨®n, aun a costa de efectuar entregas de calidad (quiz¨¢ Afganist¨¢n), representa hoy para la URSS la precondici¨®n de una nueva pol¨ªtica econ¨®mica que devuelva a los pa¨ªses socialistas su trayectoria ascendente. No en vano la idea de la coexistencia competitiva viene abandonada en favor de una concepci¨®n unitaria del mundo, por encima de las diferencias de concepciones y modos de organizaci¨®n social, en cuanto entidad interdependiente que: ha de asegurar, en primer plano, la supervivencia, y en segundo, un bienestar creciente para todos los hombres. Las viejas teor¨ªas sovi¨¦ticas sobre la guerra inevitable quedan definitivamente arrumbadas. Y, claro, la reforma ha de alcanzar al interior del orden sovi¨¦tico, el verdadero causante del fracaso. La fe religiosa en las virtudes del sistema de,nada sirven si los pa¨ªses occidentales producen m¨¢s y mejor. Ello conduce, no menos inevitablemente, a abandonar la confianza en el partido tal cual es y a exigirle que recupere el perdido papel de agente de dinamizaci¨®n de la sociedad y de la econom¨ªa.
Hasta aqu¨ª el acuerdo. El car¨¢cter cr¨ªptico de los mensajes que llegan del mundo socialista impide ver si en ese punto se detiene la nueva reforma: flexibilidad internacional y modernizaci¨®n econ¨®mica. Ser¨ªa en este caso una experiencia m¨¢s de re
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novaci¨®n conservadora, mucho m¨¢s limitada que la de Jruschov, ya que mantendr¨ªa intacta la buena conciencia de la oligarqu¨ªa en el poder, modificando positivamente las actuaciones para que la estructura siguiese igual. El secretario general, en el centro del partido, y ¨¦ste, en el centro solar del orden social), pol¨ªtico, bloqueando toda perspectiva de participaci¨®n de la sociedad civil. Como siempre.
Lo nuevo en el coloquio de: Florencia es la apertura de otra perspectiva. Y no s¨®lo porque el hombre de Gorbachov en el congreso, el polit¨®logo Ambarzumov, hablara espont¨¢neamente en italiano o llevase camisa a cuadros y zapatos de deporte, relatando confidencias sobre la forma semisecreta en que una obra de teatro evocaba, en la sala Komsomol, la figura de Jruschov. En realidad, lo menos estimulante de su presencia fue la valoraci¨®n de la era Jruschov, positiva s¨®lo hacia los aspectos externos, la coexistencia pac¨ªfica y la pluralidad de v¨ªas hacia el socialismo. Lo importante, dentro siempre de ese discurso es¨®pico a que nos tienen acostumbrados los sovi¨¦ticos, fue su afirmaci¨®n de la mayor complejidad de los problemas con que tropieza Gorbachov en relaci¨®n a Jruschov. A pesar de la mayor madurez de la sociedad sovi¨¦tica, del ansia del pueblo por cambiar, Gorbachov tropezar¨ªa con notables resistencias en el interior del propio partido y de la Administraci¨®n. Pero su vocaci¨®n de cambio resulta inequ¨ªvoca, tratando a toda costa de eliminar la inercia del pasado.
Curiosamente, las declaraciones del heraldo de Gorbachov se vieron en gran medida respaldadas por las voces cr¨ªticas presentes en el congreso. El historiador checo exiliado Michal Reiman, experto en la era de Stalin, llego a hablar del milagro Gorbachov, por la lucidez del empe?o renovador. Algo as¨ª como un Dubcek que esta vez tiene aprendida la lecci¨®n de como superar las resistencias del sistema. Un ensayo, pues, m¨¢s profundo que el precursor del 20? Congreso, ya que excluye de antemano las soluciones personales y pone en tela de juicio la l¨®gica interna del centralismo burocr¨¢tico. Lo que, por supuesto, no garantiza el ¨¦xito de la operaci¨®n. Apenas clausurada la reuni¨®n de Florencia, la revelaci¨®n de las conversaciones de Gorbachov sobre la b¨²rocracia encaja perfectamente con lo all¨ª escuchado. "Entre el pueblo que quiere cambios", explica, "el pueblo que sue?a con los cambios y la direcci¨®n que los estimula se interpone el aparato del partido y de los ministerios, que no quiere privarse de una serie de derechos y privilegios". Claro que, como anta?o Jruschov, Gorbachov limita el juego a la transformaci¨®n del partido, aunque hable de democracia y de transparencia. Para un observador exterior parece obvio que tales objetivos remiten en un replanteamiento del orden pol¨ªtico m¨¢s que a limpiar de herrumbre sus engranajes esenciales. Pero, no es poco, tanto para las perspectivas del socialismo como para la paz, que la angustiosa quietud de la era Breznev haya sido reemplazada, y en el centro de poder del campo socialista, por un margen de duda e incluso de esperanza.
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