Elie Wiesel, sobreviviente
En febrero de 1983, el ministro socialista Jack Lang hab¨ªa convocado a los intelectuales de todo el mundo en Par¨ªs para que participaran en una conferencia cuyo cometido deb¨ªa ser el de trazar las grandes l¨ªneas de su pol¨ªtica cultural de gobierno. Mera coincidencia que en el mismo hotel en el que se alojaban algunas lumbreras mundiales, pero por asuntos distintos, me encontrara yo. Mera y grata coincidencia que me encontrara con Susan Sontag saliendo de un ascensor. Mera y emocionante coincidencia que Susan me dijera que en el bar del hotel, en ese mismo momento, un autor m¨ªo, Elie Wiesel, estaba tomando una copa.Hab¨ªa editado La noche, el alba, el d¨ªa, de Wiesel, en 1975, confieso que un tanto a rega?adientes. Y no por no ser entusiasta de esta breve trilog¨ªa de novelas, sino porque en ese entonces mi l¨ªnea editorial no pasaba por la narrativa, sino por el ensayo. Fue mi padre, Jacobo Muchnik, quien me presion¨® para que hiciera una excepci¨®n, alegando que las reglas est¨¢n para que existan las excepciones -que son lo que interesa- Lo edit¨¦, y lo hice salt¨¢ndome a la torera una clara advertencia de lo que enyonces eran vestigios de una censura franquista a la que no le hizo ninguna gracia una frase del libro que dice: "A Dios le gusta acostarse con chiquillas de 12 a?os" (p¨¢gina 258 de mi edici¨®n). El ejemplar ya impreso me volvi¨® de Madrid con esta frase tachada con tinta roja y sin ning¨²n comentario. Un silencio administrativo que daba voces.
El libro tuvo una suerte discreta, el Gobierno central no reaccion¨® y la edici¨®n se agot¨® en un par de a?os, gracias sobre todo a algunas exportaciones a Am¨¦rica Latina. No lo reedit¨¦ hasta ahora, pues mis distribuidores, invariablemente m¨¢s prudentes que yo, no me alentaron.
El Premio Nobel de la Paz de este a?o hace justicia a Wiesel. Pero tambi¨¦n a m¨ª edici¨®n de su libra. Porque se trata de un gran libro de un gran autor que, adem¨¢s de gran autor, es un gran hombre. Mucho se ha hablado en estos d¨ªas acerca de Wesel el combatiente por los derechos humanos, Wiesel ¨¦l intransigente con los atropellos de todo signo, Wiesel el abanderado del antirracismo. Quiz¨¢ sea menos lo que se diga acerca de Wiesel el sobreviviente. En este aspecto, sin enibargo, el que m¨¢s singularmente distingue a Wiesel como ser humano.
De.ni?o fue enviado a los campos de exterminio con toda su familia. ?l fue el ¨²nico que vivi¨® para contarlo. Y se- puede mencionar la palabra milagro, se pueden hacer c¨¢lculos es-ad¨ªsticos, se puede alegar alg¨²n misterioso componente de clemencia en lo que fue la bestialidad nazi: lo cierto es" que, para el j¨²breviviente, la sobrevivencia acarrea una ineluctable carga de culpa. ?Por qu¨¦ yo y no otro?
El escritor italiano Primo Levi, otro sobreviviente de Auschwitz, analiza este fen¨®meno de culpa en su ¨²ltimo libro, Siimerg¨ªdos y salvados. Seg¨²n Levi, sobreviv¨ªan en el campo no los mejores, sino los peores: los a;;tutos, los inescrupulosos, los,que eran capaces de las artima?as inoralmente m¨¢s execrables. Sucumb¨ªan en cambio los buenos, los altruistas, los generosos. Y tambi¨¦n Levi se pregunta: ?por qu¨¦, entonces,yo?
. La culpa, y, con la culpa, la verg¨¹enza y el escepticismo, acompa?an al sobreviviente por el resto de sus d¨ªas. Y, a menos de? suicidio, al sobreviviente no le queda m¨¢s que una via redentoria: el utilizar cada minuto de su vida para frenar el odio, para clamar por la justicia, para impedir que vuelva a haber sobrevivientes como ellos, sobrevivientes que deban preguntarse: ?por qu¨¦ yo?
Wiesel ha luchado por los derechos de los jud¨ªos de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Pero tambi¨¦n ha encabezado manifestaciones contra. la visita de cortes¨ªa que R.-agan crey¨® oportuno hacer al cementerio de las SS en la Rep¨²blica Federal de Alemania. Y repetida y estent¨®reamente ha dicho no a las dictaduras militares en Am¨¦rica Latina.
Nuestra conversaci¨®n de esa noche, muy tarde, en el b,-Lr del hotel fue sobre todo esto. Y cuando nos despedimos sent¨ª que sus ojos, ojos de una tristeza tr¨¢gica, probablemente desesperanzada, me perforaban con un tremendo reproche, el reproche que el sumergido puede hacer a su vez al salvado, como si me dijeran: ?por qu¨¦ no t¨²?
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.