Tortura y democracia
Los diferentes significados que se superponen en el hecho de la tortura se manifestaban con especial ¨¦nfasis en siglos pasados, cuando a¨²n constitu¨ªan una pr¨¢ctica aprobada por la ley. Libre del obst¨¢culo que puede suponer la necesidad de ocultamiento, la tortura aparec¨ªa ampliamente desarrollada y diversificada en su doble funci¨®n: investigar y castigar. Convertida, por una parte, en m¨¦todo eficaz para producir la prueba irrefutable de la confesi¨®n o de la delaci¨®n, se suministraba, por otra, seg¨²n la sentencia dictada por un tribunal de justicia. En esta modalidad se sol¨ªa exponer a la mirada de un p¨²blico cuyo t¨¢cito consentimiento legitimaba un poco m¨¢s la atrocidad de la sanci¨®n. Aunque no faltaron ocasiones en que los espectadores, conmovidos ante tanta violencia, lograran liberar a la v¨ªctima y lapidar a los verdugos. El car¨¢cter de representaci¨®n teatral que adquir¨ªa entonces el castigo f¨ªsico facilitaba la lectura de unos significados que, no obstante, son tambi¨¦n esenciales y comunes a toda sesi¨®n de tortura, ya sea p¨²blica o privada, pasada o presente.A la significaci¨®n inmediata de brutalidad controlada con fines establecidos se a?ad¨ªa un mensaje edificante y ejemplar: a trav¨¦s del espect¨¢culo ofrecido se amonestaba, se amenazaba a todo el pueblo. La escena que se exhib¨ªa en este teatro del terror era adem¨¢s s¨ªmbolo fidedigno de una relaci¨®n disim¨¦trica de fuerzas: el poder absoluto de la autoridad armada frente a la absoluta impotencia del individuo.
En los tiempos actuales, la tortura constituye un delito en casi todos los pa¨ªses de? mundo. La ley escrita la condena, y esa prohibici¨®n se ha convertido en un rasgo caracter¨ªstico de todas las democracias.
La Constituci¨®n espa?ola de 1978 garantiza a todos, como es sabido, "el derecho a la vida y a la integridad f¨ªsica y moral, sin que, en ning¨²n caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes" (art¨ªculo 15). Con el fin de lograr que la citada garant¨ªa sea una realidad y no una declaraci¨®n protocolaria, concede a todo ciudadano que se halle en condiciones de detenido unos derechos determinados (art¨ªculo 17). Pero con la ley antiterrorista, promulgada por tiempo ?limitado y con car¨¢cter de excepci¨®n, se suspenden estos derechos democr¨¢ticos a un grupo de individuos (bandas armadas, elementos terroristas, colaboradores y sospechosos). Esto significa que a algunos ciudadanos (a los que, aunque sus acciones sean condenables, no se les puede expulsar de la categor¨ªa de seres humanos) se les retiran los derechos constitucionales creados para la defensa ante posibles torturas o malos tratos.
La ley antiterrorista introduce as¨ª una contradicci¨®n irreconciliable en el seno de una legislaci¨®n democr¨¢tica que defiende, sin excepci¨®n, los derechos humanos. Se?ala a su vez una cara oculta en la democracia, un env¨¦s, territorio al que pertenece la tortura, como lo que ha de ser escondido, negado, minimizado. Indica adem¨¢s una aver¨ªa grave en la maquinaria democr¨¢tica, a la que presenta como si careciera de m¨¦todos propios capaces de resolver problemas realmente dif¨ªciles. De esta manera, en la conjunci¨®n entre la ley antiterrorista y la instituci¨®n policial encargada de aplicarla (sector que a¨²n est¨¢ pendiente de una reforma democr¨¢tica), se crean el tiempo, el espacio y los actores id¨®neos para que pueda continuar la representaci¨®n de una escena sempiterna: el poder absoluto de la autoridad frente a la absoluta impotencia del individuo. ?Existe una relaci¨®n m¨¢s antidemocr¨¢tica?
El escenario del horror se ha hecho clandestino. Las t¨¦cnicas que se utilizan para administrar el dolor pretenden no dejar huellas visibles en el cuerpo de la v¨ªctima, aunque hubiera sido conducida, de forma controlada, hasta el borde mismo de la muerte. Se trata de conseguir que la tortura sea legalmente inexistente. Pero la verdad legal, as¨ª como la verdad l¨®gica, no coincide necesariamente con la verdad real. De cuando en cuando, en virtud de la falta de control o de profesionalidad de los que est¨¢n en el oficio, alguna se?al sale a la luz, es decir, a la Prensa. A veces puede ser una prueba leg¨ªtima; otras veces, simples testimonios que, si bien no son acusados de mentira, s¨ª reciben un tratamiento tal que logra desviar la sospecha y hacerla recaer sobre su autenticidad y no sobre la actuaci¨®n de la polic¨ªa.
La pr¨¢ctica de la tortura es todav¨ªa una realidad en nuestro pa¨ªs. Una realidad que suele ser presentada por el lenguaje oficial, tan aficionado al uso de los adjetivos, como hechos aislados, olvidando que el sentido de un hecho aislado est¨¢ siempre inmerso en el sentido de una totalidad, es decir, de un sistema social. Los hechos aislados son algo m¨¢s de lo que aparentan ser de manera inmediata. Con frecuencia, un caso de tortura que sale a la luz es interpretado como si fuera un accidente, sin tener en cuenta que el accidente de la tortura, as¨ª como el accidente automovil¨ªstico, puede repetirse diariamente y puede integrarse y perpetuarse en la vida cotidiana de una sociedad. Pues "el accidente", seg¨²n escribe Octavio Paz, "no es ni una excepci¨®n ni una enfermedad de nuestros reg¨ªmenes pol¨ªticos (...) es la consecuencia natural de nuestra ciencia, de nuestra pol¨ªtica, de nuestra moral".
Por otra parte, admitir t¨¢citamente la tortura como imperfecci¨®n de una democracia que a¨²n no ha logrado desarrollarse con plenitud ser¨ªa simplemente inmoral. Es evidente adem¨¢s que nadie en estos tiempos va a aspirar a una democracia perfecta. Pues ?qui¨¦n que no sea un despistado o un ingenuo puede preguntarse ahora si democracia (demo-kratos) significa que el poder lo tiene el pueblo? Incluso puede que sea m¨¢s probable que alguien se pregunte si no suceder¨¢ que el poder verdadero, ostentado por uno solo o por muchos, designados ¨¦stos a trav¨¦s de elecciones libres o no, quede siempre fuera del alcance del pueblo. Pero aun as¨ª, y olvidando digresiones etimol¨®gicas que no vienen al caso, no deja de ser cierto que un sistema democr¨¢tico es, en la actualidad, el menos digno de rechazo o tambi¨¦n el m¨¢s digno de ser defendido, siempre que no se desv¨ªe hacia otros derroteros, como podr¨ªa suceder. Recordemos al respecto, y para terminar, algunas de las afirmaciones que hizo Herbert Marcuse en una entrevista realizada por Hans Magnus Enzensberger en 1973: "El fascismo americano ser¨¢ probablemente el primero que llegue al poder por el camino de la democracia y apoy¨¢ndose en ella". "Si por fascismo se entiende la desaparici¨®n r¨¢pida o progresiva de la herencia constitucional, la formaci¨®n de grupos paramilitares, la atribuci¨®n de poderes excepcionales a la polic¨ªa -particularmente por la no knock law, esta ley perversa que ha abolido la antigua inviolabilidad de domicilio-, si se examinan las sentencia dictadas por los tribunales durante estos ¨²ltimos a?os... entonces se puede hablar, con sobrada raz¨®n, de la subida del fascismo".
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