Indios, rebeli¨®n y guerra
Sebasti?o Salgado y Susan Meiselas exponen sus fotos en el Museo Espa?ol de Arte Contempor¨¢neo
Sebasti?o Salgado, el brasile?o que ahora mismo descubren los parisienses en el Mes de la Foto, elige como actores a los mulatos de su pa¨ªs o a los indios del altiplano andino. Los retrata en blanco y negro y en gris. Susan Meiselas es testigo con mirada propia de la rebeli¨®n sandinista, cuya historia cuenta en colores aunque, sin piedad alguna. De la transici¨®n argentina, cu¨¢nto m¨¢s sangrienta que la espa?ola, quedan pruebas de que ciertos hechos no son leyenda de historiador. Estas tres formas de ver Am¨¦rica, la Am¨¦rica todav¨ªa no clasificada por el cine, se concentran en tres salas del Museo Espa?ol de Arte Contempor¨¢neo.
Salgado es ese economista brasile?o que desde que se adelant¨® a advertir del hambre en Etiop¨ªa con fotos como libros est¨¢ entrando visiblemente en la leyenda.Esta exposici¨®n que muestra en el Museo Espa?ol de Arte Contempor¨¢neo (MEAC), Otras Am¨¦ricas, es la misma, que exhibi¨® en Huelva, la primavera pasada, y la misma que ahora provoca el entusiasmo de los parisienses que siguen el Mes de la Foto. No hace falta saber de fotograf¨ªa para comprender a Salgado, artista con el privilegio de contar sin necesidad de discursos.
Otras Am¨¦ricas es la historia de un viaje por la cima de los Andes -Per¨², Bolivia-, la Am¨¦rica melanc¨®lica, del p¨¢ramo, el soroche y el olor a poncho mojado, y otra muy distinta que es Brasil, de la que da una visi¨®n distinta. A nadie se le ocurre, salvo a Salgado, encontrarle a una boda brasile?a el lado triste o al menos serio; una boda en cuya foto de grupo nadie sonr¨ªe y en la que la novia, que inclina la cabeza con dulzura, parece 20 a?os m¨¢s vieja que sus 28 a?os.
En las fotos de Salgado menudean los muertos, las cruces y los santos, pero no hay tragedia. M¨¢s bien es como si hubiera conseguido fotografiar lo sobrenatural. As¨ª ocurre -sus fotos carecen de nombre propiamente dicho; llevan una suerte de direcci¨®n temporal- con esa imagen en la que cuatro indios se pasean llevando tablas por el borde de una monta?a, sobre las nubes, y semejan personajes de Pedro P¨¢ramo que hubieran escapado del calor hacia el cerro. O ese otro indito muerto que mira con ojos como cristales. O esa choza en la que casi se puede oler el cocido de ma¨ªz y papa y en la que la luz es religiosa.
Es una pena que en el montaje de esta versi¨®n de Otras Am¨¦ricas los responsables hayan olvidado una de las im¨¢genes m¨¢s memorables: la que gira en torno a la sonrisa de un ni?o del altiplano boliviano, que aguardajunto a su madre. Es tierra alta y sumamente triste. Se ven unas v¨ªas que rompen la foto y por las que, se intuye, no ha de pasar nunca ning¨²n tren.
Gafas negras
Es un error comparar, pero para entenderse se puede decir que Susan Meiselas es menos l¨ªrica, aunque s¨®lo sea porque fotografia en color.Su reportaje sobre Nicaragua es monogr¨¢fico sobre la rebeli¨®n sandinista y la guerra, incluso la foto que muestra a dos ni?os con una mucama uniformada y al fondo un hombre con tripita, bigotillo y gafas. Esa foto se llama Country club.
Tambi¨¦n es sobre la guerra aquella otra foto que refleja a Anastasio Somoza, vestido de blanco,y con el pelo brillante, en el momento de entrar a jurar algo. Se nota que va ajurar, pues lleva una banda presidencial que le asoma bajo la chaqueta. A su alrededor otros hombres de blanco inmaculado, todos con el mismo bigote y las mismas gafas negras. Las gafas de ciego tienen en el Caribe connotaciones hist¨®ricas.
Susan Meiselas trabaja en la agencia Magnum, pero sus im¨¢genes sobre Nicaragua poseen un valor a?adido a los propios de la fotograflia estrictamente period¨ªstica: tiene como una capacidad para serenar lo m¨¢s bestia. Por ejemplo, al mostrar unas piernas perfectamente forradas en unos vaqueros, y sobre las piernas un resto de columna vertebral, ni siquiera blanca, como la imaginamos, sino gris y sucia de tierra.
Period¨ªsticas al 200%, y de gran calidad, son las fotos que componen la serie de fot¨®grafos de prensa argentinos. Im¨¢genes todas que pueden ser editoriales: esa proyecci¨®n de un cr¨¢neo simplemente durante la vista del juicio a las Juntas militares argentinas. O la se?ora rubia, con todo el aspecto de ser vecina de Poc¨ªtos, barrio elegante de Buenos Aires, que se agarra a otra se?ora con pa?uelo en la cabeza mientras son acos adas por un soldado a caballo. O los pulcros cadetes de la Escuela Naval Militar -rubios y guapos como los de una escuela n¨®rdica- que comen buf¨¦ recortados contra una maquinaria que sugiere pesadillas.
O ese joven de -mirada extraviada en la visi¨®n de la gloria, que se envuelve en una bandera al frente de una manifestaci¨®n de apoyo a la invasi¨®n de las Malvinas. Ef¨ªmera gloria.
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