El declive de Reagan
LA POPULARIDAD de Ronald Reagan no cesa de decaer en los ¨²ltimos tiempos, efecto de sus espectaculares desatinos en pol¨ªtica exterior. Las negociaciones secretas con Ir¨¢n y el env¨ªo de armas a este pa¨ªs han sido el punto culminante, hasta ahora, de un descontento que crece en los medios del Congreso, en los peri¨®dicos y en la opini¨®n p¨²blica.La p¨¦rdida de las elecciones a principios de mes fue una indicaci¨®n clar¨ªsima; pero desde entonces nuevos errores y pifias de Reagan est¨¢n dando lugar a cr¨ªticas y acusaciones de una dureza desusada. Est¨¢ muy lejos la ¨¦poca de oro del reaganismo, cuando el presidente, ante las reprobaciones parlamentarias o period¨ªsticas, pod¨ªa recurrir al apoyo seguro de la opini¨®n p¨²blica. Ahora se muestra a la defensiva y le cuesta encontrar argumentos para explicar su conducta.
Varios peri¨®dicos subrayan la mediocridad de los asesores de que se vale Reagan; entre un Kissinger o un Brzezinski -consejeros de seguridad en anteriores presidencias- y el vicealmirante Poindexter, la diferencia es enorme. De ¨¦ste parti¨® la iniciativa de la campa?a de desinformaci¨®n en torno a Libia, en la que los europeos nos vimos involucrados, y que ha tenido efectos muy costosos para la credibilidad de Reagan. ?ste adopta cada vez decisiones m¨¢s personales, apoy¨¢ndose en sus consejeros de seguridad y marginando al Departamento de Estado. En el caso de Ir¨¢n la cosa ha llegado al borde de la ruptura. George Shultz ha dejado claro que abandonar¨ªa su cargo si segu¨ªan los env¨ªos de armas a Ir¨¢n. En su conferencia de prensa, Reagan ha cedido a esta demanda para evitar la dimisi¨®n de Shultz. Pero el tema no est¨¢ zanjado todav¨ªa; si esos env¨ªos se consideraban acertados hasta ahora, no es cre¨ªble su inmediata supresi¨®n, sobre todo si -como ha dicho Ronald Reagan- se va a continuar con la misma pol¨ªtica. Estamos ante un ejemplo de incoherencia, en el que Estados Unidos ha dicho ya p¨²blicamente unas cosas, haciendo otras en secreto. La sensaci¨®n dada al pa¨ªs, y al mundo, es que la mayor potencia de la tierra carece de un pol¨ªtica clara.
Pero no se trata solamente de m¨¦todos defectuosos. Las opciones de la pol¨ªtica exterior est¨¢n en causa. Sobre Nicaragua, la pol¨ªtica de Reagan ha sido la guerra suciaJa ayuda a la contra para derribar al gobierno sandinista, con el compromiso a la vez de que no intervendr¨ªan tropas nipersonal de EE UU. Sin embargo, el caso Hasenfus ha demostrado que hay ciudadanos norteamericanos complicados en las operaciones militares contra el gobierno de Managua. En su ¨²ltima conferencia de prensa, Reagan dijo que el objetivo de la contra no es derrocar a los sandinistas, sino obtener una democratizaci¨®n.
Aparte de que estas palabras desmienten anteriores declaraciones suyas, es radicalmente absurdo suponer que la creaci¨®n de la contra, frente a la opini¨®n de los gobiernos latinoamericanos, puede ayudar a democratizar Nicaragua. Una revisi¨®n de la pol¨ªtica en Centroam¨¦rica, despues del cambio de mayor¨ªa en el Senado, hubiese sido l¨®gica; pero Reagan prosigue su pol¨ªtica de intervenci¨®n, buscando nuevos pretextos para justificarla.
Sobre las negociaciones con la URSS y el control de armamentos, las fluctuaciones de Reagan han abarcado puntos decisivos. El caso m¨¢s grave ha sido el de las conversaciones de Reikiavik, cuando Reagan acept¨® una eliminaci¨®n en diez a?os de todas las armas estrat¨¦gicas nucleares. M¨¢s tarde dijo que solamente Quiso referirse a los misiles bal¨ªsticos y despu¨¦s de sus conversaciones con Margaret Thatcher, parec¨ªa que tal propuesta estaba retirada.
No obstante la acaba de repetir en su reciente conferencia de prensa, hablando incluso de cinco a?os en lugar de diez. Cuando hay disparidades sobre estos problemas entre el Pent¨¢gono y el Departamento de Estado, si el presidente es incapaz de superarlas y definir una l¨ªnea coherente, la pol¨ªtica exterior de EE UU, ante los aliados europeos y ante la URSS, presenta peligrosas zonas de ambig¨¹edad.
Al constituirse en enero el nuevo Congreso, ¨¦ste podr¨¢ elaborar algunas concepciones m¨¢s netas sobre pol¨ªtica exterior. Sin embargo, el papel del presidente es fundamental, y son preocupantes los yerros de Ronald Reagan, demasiado reiterados para ser fruto de una torpeza ocasional.
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