Invasi¨®n de los colores vivos
Los Estados totalitarios reescriben la historia y a veces retocan las fotograf¨ªas, como en la tr¨¢gica vida p¨²blica de Trotsky o en la risible y triste historia que cuenta el escritor checo Milan Kundera. En Praga, en 1948, el primer ministro comunista Klement Gottwald se dirige al pueblo desde un balc¨®n abierto. Es invierno y nieva, y cuando los primeros copos blancos caen blandos sobre la desnuda cabeza del l¨ªder, su segundo, Clementis, para proteger al premier, se quita su sombrero de piel y se lo pone a Gottwald. Hubo una fotograf¨ªa de los tres: el primer ministro, su segundo y el sombrero. Luego, Clementis ser¨ªa acusado de traici¨®n y ahorcado. Todas las fotograf¨ªas del traidor fueron destruidas despu¨¦s del juicio -y aquellas en que aparece con figuras todav¨ªa en el poder fueron retocadas: la imagen de Clementis desapareci¨® as¨ª para siempre. De su foto con el primer ministro (el camarada Klement con Clementis: la historia tambi¨¦n juega con las palabras) s¨®lo queda el sombrero ruso posado sobre la cabeza de Gottwald como un ave de mal ag¨¹ero.El capitalismo no retoca las fotos, solamente las colorea. Recuerdo que a ese lejano pueblo de Cuba donde -nac¨ª, flor y espina del Tercer Mundo, ven¨ªa cada cierto tiempo una figura for¨¢nea cargada de prestigio y con una maleta negra que, al abrirse, luc¨ªa colores como un arco iris dentro de un ata¨²d. Este visitante peri¨®dico era una presencia mitol¨®gica, porque revelaba una visi¨®n del pasado que todos hab¨ªan olvidado: c¨®mo eran realmente los muertos. El viajero, que era un artista o se presentaba como tal, se brindaba a colorear, o mejor a iluminar, las fotos viejas. Entonces todas las, fotos eran viejas o, lo que es peor, lo parec¨ªan. El retocador, que no era otra cosa, se ofrec¨ªa mediante m¨®dica suma a restaurar lo que nunca tuvieron las fotos. Es decir, el color. El visitante coloreante se anunciaba como animador de lo inanimado. "Puedo", aseguraba, "dar vida a sus fotograf¨ªas". Las fotos siempre fueron consideradas muertas en mi pueblo o tal vez s¨®lo faltas de vida. De calor, de color. Las fotos viejas estaban como muertas antes de la aparici¨®n del mago con los colores. Parec¨ªan muertas tal vez porque casi siempre eran fotos de muertos. El artista viajero era en realidad un iluminista del otro mundo en el Tercer Mundo.
Mi madre hizo colorear una foto de su padre, que estaba vivo, pero al divorciarse (o s¨®lo separarse) de mi abuela ella lo desterr¨® al olvido, que era como un limbo. "Para m¨ª est¨¢ muerto y enterrado", dec¨ªa siempre que ve¨ªa su foto en blanco y negro. Mi abuelo no cobr¨® para mi abuela vida despu¨¦s de coloreado con colores que nunca tuvo: sus ojos se hicieron amarillos; sus labios, rosa. Mi madre, que adoraba a su padre, despleg¨® el cuadro en el lugar m¨¢s prominente de su sala. Cuando mi abuelo muri¨® por fin, mi madre sol¨ªa decir de su imagen a color: "?Parece que est¨¢ hablando!". Desde entonces, para m¨ª una foto coloreada era como un renacer o un regreso de entre los muertos. Hasta ahora.
Acabo de ver en la televisi¨®n inglesa un programa del movimiento gay (ahora el desfile m¨¢s triste del mundo) que se anunciaba, de Oscar Wilde a Allen Ginsberg, propio de pederastas y poetas. Ya en el anuncio mismo hab¨ªa una foto de Walt Whitman, poeta y pederasta. Whitman merece la defensa que le hizo Lorca en Poeta en Nueva York ("viejo y glorioso Walt Whitman"), pero en la foto, que fue transmitida en un ¨ªntimo gran plano, se muestra a Whitman en 1865 reducido a un familiar Walt: los ojos azules, los labios pintados y un leve colorete en las mejillas. Whitman se so?ar¨ªa en colores, pero nunca apareci¨® as¨ª, como Dirk Bogarde en Muerte en Venecia. No en p¨²blico, al menos. Se trata de un milagro de la t¨¦cnica colorante que hace lo gris rosa, lo negro rojo y lo blanco un color a escoger. Sin duda, por una nueva versi¨®n del viejo visitador con una maleta negra que era como el estuche de un viol¨ªn que puede contener un Stradivarius o extra?os virus.
Pero pronto un dominio que parec¨ªa reservado a las im¨¢genes en blanco y negro se colorear¨¢, si no con todos los colores del arco iris, por lo menos con los colores que van del amarillo al magenta. Ahora no todas las pel¨ªculas profesionales son en colores, pero se colorean aun las que eran en blanco y negro. Los sue?os son siempre, o casi, en blanco y negro y s¨®lo los sue?os excepcionales disfrutan del color, sobre todo del rojo, del escarlata, que es el color del pecado. Las pel¨ªculas antes eran todas, o casi, en blanco y negro y eran como los sue?os. Eran nuestros sue?os. Rara vez, rara avis, rara visi¨®n esos sue?os fueron en colores. Freud cree que s¨®lo las mujeres sue?an en color, pero Freud suena a fraude a veces: yo sue?o en colores a menudo y eso no me hace m¨¢s mujer que mi barba. Vinieron luego al cine tiempos de confusi¨®n en que los sue?os se hicieron, si no rojos, al menos color de rosa. Como en la m¨¢s torpe literatura, la magia del cine fue sustituida por el realismo o, peor, por el naturalismo. Visitaba al cine el ¨¢nima Zola. ?Sola vayas!
Como avance del alud de colores que se nos viene encima, ya convirtieron al macabro maestro Alfred Hitchcock, en blanco y negro en el original, en una suerte de momia m¨®vil convendas apenas sucias. El retocador viajero consegu¨ªa mejores efectos. Era vil, era bilis, pero al menos era s¨®lo una presentaci¨®n de su programa de televisi¨®n. All¨ª, in anima viles, Hitchcock se convert¨ªa en Hitch, un introductor de ultratumba a quien la tumba lo encontraba imp¨¢vido,
Pero ?qu¨¦ pasa cuando se escoge una obra maestra en blanco y negro, como Un mundo maravilloso, de Frank Capra, y se la convierte en una torpe versi¨®n de s¨ª misma? El remake que nunca existi¨®. Es como darles color a los dibujos de Leonardo o a los grabados de Dor¨¦. Es, como dir¨ªa William Blake, una odiosa simetr¨ªa. ?Qu¨¦ piensan los espectadores, juez y jurado, de esta lluvia de colores? Los espectadores de televisi¨®n rara vez piensan, pero sometidos a un survey, cuando una compa?¨ªa de cable privado de Nueva York exhum¨® Yankee Doodle Dandy con el duro James Cagney de pinta en blanco (y negro) convertido en un monigote de color indefinido, los espectadores inundaron la emisora con peticiones, "que llegaron al 61%", de querer ver m¨¢s "pel¨ªculas viejas", ¨¦sa es la frase, "rejuvenecidas", ¨¦sa es la palabra. En la emisora, ni cortos de cable ni perezosos para el dinero, ordenaron 100 pel¨ªculas m¨¢s de las filmotecas de la MGM y la Warner, precisamente all¨ª donde el blanco y negro se hizo de plata, para colorearlas "a gusto del consumidor". Un ejecutivo ejecut¨®: "No tratamos de convertir las malas pel¨ªculas en buenas. Tratamos simplemente de hacer a los grandes filmes m¨¢s grandes todav¨ªa, si cabe". Si cabe se cava y las tumbas se hacen b¨®vedas.
La operaci¨®n de colorear obras maestras del cine (y aun obras menores) recuerda la pr¨¢ctica de pintar por n¨²meros (Picasso 70, Gauguin en Tahit¨ª 380, Van Gogh sin oreja 700) o, mejor a¨²n, al entretenimiento infantil de animar furtivos los manuales escolares con l¨¢pices de colores que har¨¢n de los libros de historia, tan grises, una historieta coloreada y as¨ª tal vez rescatar a Clementis del tiem-
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po inclemente. Aunque hay en estos prodigiosos promotores el mismo respeto por la historia del cine que tienen los escolares por la otra historia, no hay nada gratuito en la operaci¨®n. Se trata, en todo caso, de lograr viajar del gris al verde que tanto anima los billetes de a d¨®lar. Dice uno de estos colosales colorantes, con algo que es algo m¨¢s y algo menos que una excusa: "?Qu¨¦ prefieren? ?Una pel¨ªcula pura, olvidada y cubierta de polvo en los anaqueles del estudio, o que la vea una enorme cantidad de televidentes porque est¨¢ coloreada?". El argumento es digno de Hitchcock cuando dec¨ªa: "Pero si no es m¨¢s que una pel¨ªcula".
Pero el guilde de directores americanos llama a este proceso "un acto de vandalismo cultural y una distorsi¨®n de la historia". Alg¨²n Herodoto heterodoxo dir¨¢: "La historia siempre se ilustra". (Aqu¨ª Clementis dice: "Chapeau!".) Mientras tanto, Woody Allen, que ha filmado cuatro de sus siete ¨²ltimos filmes en blanco y negro, no tuvo un chiste en los labios, sino una queja en la boca: "Es una mutilaci¨®n de una obra de arte y a la vez un acto de desprecio por el p¨²blico". Billy Wilder, siempre en car¨¢cter c¨ªnico, declar¨® el procedimiento "un caso de l¨®gica en blanco y negro".
Martin Scorsese, que tiene una memorable pel¨ªcula novedosa en blanco y negro, Toro salvaje, dijo furioso al ver el color rojo: "Ias pel¨ªculas en blanco y negro quedar¨¢n destruidas por este proceso. Es una locura hacerlo para conseguir p¨²blico". Pero ?no es este fin el medio en que se hace toda pel¨ªcula? Un director de menor estatura, Jeremy Paul Kagan, logr¨® mayor altura: "Es como pintarle los ojos de azul al David y decir que seguro que le va a encantar a Miguel ?ngel".
El procedimiento dista mucho de ser perfecto, pero no as¨ª las intenciones t¨¦cnicas. Cada pel¨ªcula elegida se transfiere electr¨®nicamente a un v¨ªdeo que degrada, ¨¦sa es la palabra, sus componentes en blanco y negro hasta convertirlos en re ducciones a una gama de grises. Un "director de arte" (que no ha tomado parte nunca en la creaci¨®n de una sola pel¨ªcula) se sienta a su consola y se consue la escogiendo los colores (es un eufemismo t¨¦cnico: todo tono sepia vencer¨¢) para cada cara, cada vestido, cada utiller¨ªa y cada decorado. Cada color se pinta cuadro a cuadro en una es pecie de animaci¨®n por computer. Cada fotograma queda as¨ª reanimado. Los colores hasta ahora parecen gastados y abundan las tierras (como en todo arte pedestre m¨¢s que tel¨²rico), muy parecido todo a un viejo procedimiento de colorido lla mado trucolor (es decir, el color de la verdad o color verdadero), que daba risa, entonces al technicolor, que una vez fue una forma de trucolor. Pero los viejos espectadores, vivos que somos, sabemos con qu¨¦ rapidez las tecnolog¨ªas avanzan y se refinan en el cine. No hay m¨¢s que o¨ªr el sonido de El cantor del jazz, de 1927, y compararlo con las bandas sonoras de s¨®lo tres a?os m¨¢s tarde. Las t¨¦cnicas tambi¨¦n suelen ser avasallantes, como demostr¨® el cinemascope, formato que en un principio era execrable y todav¨ªa est¨¢ en uso. El ejemplo m¨¢s a mano del aluvi¨®n tecnol¨®gico sonoro se puede observar en el arte de Charles Chaplin. Negado de plano a admitir el sonido ("Si seguimos as¨ª", declar¨®, "pronto habr¨¢ pel¨ªculas odorantes"), Chaplin result¨® en poco tiempo el m¨¢s sonoro de los directores y el m¨¢s g¨¢rrulo de los actores.
?Es ¨¦ste el fin del blanco y negro? De ninguna manera. Mientras haya ojos habr¨¢ colores. Pero otra tecnolog¨ªa, la cinta de v¨ªdeo y su m¨¢quina productora y reproductora, tan similar, permite ver, grabar, conservar y volver a ver cuanto uno quiera las obras maestras del cine en blanco y negro, mudas o habladas, antiguas o modernas, con una facilidad que es una felicidad. La televisi¨®n, tecnolog¨ªa bien diferente del proyector de pel¨ªculas, se ha convertido en un magno museo del cine.
Por otra parte, queda el feo aspecto flisico de los colorines. Lo ha escrito certero el director George A. Romero (la rima es prima), escapado de Hollywood, que hizo un filme de horror llamado La noche de los muertos vivientes. Romero es el autor de este epitafio para fantasmas en blanco y negro resucitados a todo color: "Los actores de estas pel¨ªculas parecen, me parece, muertos vivientes". ?Ser¨¢ este exorcismo suficiente para impedir la invasi¨®n de los adornacad¨¢veres? Quiero advertirles que la foto de mi abuelo recobr¨® con el tiempo su color original. Ciementis, por su parte, espera todav¨ªa a su restaurador.
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