Una madeja despreciable
La revelaci¨®n, la pasada semana, de que unos 30 millones de d¨®lares hab¨ªan sido desviados ilegalmente de la discutida venta de armas a Ir¨¢n para suministrar equipo militar a los contras nicarag¨¹enses, ha producido choques s¨ªsmicos en la pol¨ªtica norteamericana. Hasta entonces la investigaci¨®n del caso del avi¨®n C-123 derribado por los sandinistas a principios de octubre estaba estancada. Quedaban varias preguntas sin contestar: ?qui¨¦n pagaba el salario del tripulante?, ?de d¨®nde proced¨ªan las armas que llevaba?, ?cu¨¢l fue la implicaci¨®n real de la trama ejecutiva norteamericana, incluida la CIA?. En la actual atm¨®sfera de bochorno por parte de los congresistas -entre ellos, los propios miembros del partido del presidente- es probable que por fin podamos aclarar el papel jugado por el Gobierno en la direcci¨®n de una red de ayuda oficiosa a los rebeldes nicarag¨¹enses.La Administraci¨®n todav¨ªa niega tener relaci¨®n alguna con el desaventurado vuelo del avi¨®n C-123. Oficialmente se afirma que ese viaje era parte de un esfuerzo de la iniciativa privada. Sin embargo, los papeles abandonados en el avi¨®n y las declaraciones efectuadas por Eugene Hasenfus, el superviviente norteamericano, han vinculado la operaci¨®n no s¨®lo a la CIA sino a la propia Casa Blanca. Fueron captadas en El Salvador llamadas telef¨®nicas de la sede de la operaci¨®n, en aquel pa¨ªs, con el teniente coronel Oliver North, que era el intermediario de la Casa Blanca y el Consejo Nacional de Seguridad (CNS) y con el general retirado Richard B. Secort. Hay tambi¨¦n indicios de que el vicepresidente George Bush ha estado en contacto con los coordinadores en El Salvador. Secort ha surgido de nuevo como el intermediario que arregl¨® el dep¨®sito y retirada de fondos en cuentas suizas para la contra.
Desde el principio, la contrarrevoluci¨®n ha sido manufacturada dentro de la Casa Blanca, que la manejaba a trav¨¦s de la CIA y, cuando pol¨ªticamente era necesario, a trav¨¦s del CNS. Seg¨²n Edgar Chamorro, ex l¨ªder de la contra, la fuerza "fue creada por la CIA, abastecida, equipada y armada por la CIA y sus actividades -pol¨ªticas y militares- fueron controladas por la CIA".
Cuando acab¨® el plazo de la autorizaci¨®n del Congreso para la ayuda oficial a la contra en 1984, con la participaci¨®n de la CIA, el CNS fue designado para sustituirla. La figura central en el plan fue North. Como los contras "no sab¨ªan ni comprar a un curita", North se dedic¨® a catalizar la red de derechistas locales que apoyaba a los rebeldes. Operando junto con el general retirado John K. Singlaub, jefe de la Liga Anticomunista Mundial, tambi¨¦n expandi¨® los contactos con oficiales o representantes semioficiales de otros Gobiernos para propiciar el suministro de armas.
El papel de North
Las recientes divulgaciones han reventado un dique de informa ci¨®n ya conocido sobre la implicaci¨®n de North en las maniobras de la contra. El Congreso -si bien no ten¨ªa todos los detalles- conoc¨ªa el papel de North en Centroam¨¦rica. Pero una in vestigaci¨®n del Congreso sobre las actividades de North realiza da a mediados de 1985 acab¨® antes de nacer, seguramente por que el Congreso ya hab¨ªa votado una ayuda oficial humanitaria a favor de la contra de unos 27 mi llones de d¨®lares.
Como se revela dram¨¢ticamente ahora, el principal papel de esta red nacional e internacional fue el de servir como una cortina de humo sobre la participaci¨®n extraoficial del ejecutivo norteamericano. Agentes bajo contrato y mercenarios trabajaban al lado de la CIA en Centroam¨¦rica para proporcionarle argumentos veros¨ªmiles para ocultar su participaci¨®n. Como dijo uno de ¨¦stos recientemente, "nosotros hacemos todo lo que los Estados Unidos no puede hacer oficialmente y que necesita ser negado". Los contras mismos serv¨ªan de cobertura para ocultar actividades de la CIA como, por ejemplo, el minado de los puertos nicarag¨¹enses en 1984.
Pero el mejor subterfugio del Gobierno ha sido la cooperaci¨®n de terceros pa¨ªses. Desde el comienzo de la guerra, en 1981, EE UU ha utilizado pa¨ªses como Argentina, Israel, Honduras y El Salvador para lavar ayuda mili tar a los rebeldes. Israel jug¨® un papel clave en la transferencia de armas a Ir¨¢n y hay indicios de que el general Secort negoci¨® una contribuci¨®n de los saud¨ªes a cambio de la aprobaci¨®n de Washington en junio para ven derles aviones AWACS. Al pare cer, un representante de este pa¨ªs proporcion¨® el cr¨¦dito a Ir¨¢n para que pagara el triple del valor de las armas norteamericanas.
Costa Rica, como Honduras, ha servido como base territorial para la contra. Junto con El Salvador, estos tres pa¨ªses han hecho la vista gorda a las actividades de mercenarios nominalmente independientes y aerol¨ªneas nominalmente privadas que continuaron el entrenamiento y el abastecimiento de la contra despu¨¦s de 1984.
Ahora sabemos que estas operaciones ilegales de terceros no solamente fueron patrocinadas y coordinadas, sino financiadas por Washington. La divulgaci¨®n del destino de la diferencia entre el precio de las armas y lo que pagaban por ellas los iran¨ªes -descontadas las comisiones de los vendedores- contesta a la pregunta de qui¨¦n, en ¨²ltima instancia, estaba comprando la armas y pagando los, sueldos de 3.000 d¨®lares mensuales de transportistas como Hasenfus. No es insignificante que encontraran una tarjeta entre los papeles del avi¨®n que ten¨ªa el n¨²mero de una cuenta de banco en Suiza.
La pregunta primordial ahora es cu¨¢ndo conoci¨® el presidente detalles de esta operaci¨®n il¨ªcita y d¨®nde resid¨ªa la autoridad para aprobarla.
Si la Administraci¨®n de Reagan va a salvar su credibilidad, tiene que apoyar el desarrollo de una investigaci¨®n independiente del Ejecutivo. Todo depender¨¢ de c¨®mo se comporte el presidente. Si parece que est¨¢ enga?ando al p¨²blico puede caer en la misma trampa del Watergate, que hundi¨® a Nixon hace 12 a?os; la madeja despreciable de la pol¨ªtica de Reagan puede deshacerse, al dejar expuestas las fr¨¢giles razones de una guerra tan brutal como in¨²til.
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