La materia de las palabras
A partir de los a?os treinta y hasta la mitad de nuestro siglo se afirm¨® que la novela no podr¨ªa superar jam¨¢s el gran realismo del siglo XIX. Se nombraba a Proust y a Joyce como los precursores de la crisis definitiva y se vaticinaba la muerte segura de la novela, cuyos contenidos naturales habr¨ªan de quedar absorbidos por los procedimientos audiovisuales de comunicaci¨®n y entretenimiento.Al fin resultaron falsas aquellas profec¨ªas: la novela ha mostrado un vigor creciente y ha ofrecido hasta la fecha una diversidad que, sin ce?irse ya a la estricta referencia de la sociedad de la ¨¦poca, como hizo en la segunda mitad del siglo pasado, presenta m¨²ltiples perspectivas, seg¨²n el modo de hacer y las obsesiones de cada autor.
Es f¨¢cil comprobar que la novela se ha adaptado a las visiones m¨¢s variadas, en cuanto a la forma de narrar y a la estructura de los relatos, y que ha dado cabida a toda clase de ficciones sin dificultar ninguna especulaci¨®n ¨¦tica, est¨¦tica o fant¨¢stica. Hay aspectos de nuestra cultura y hasta de nuestra experiencia individual que se nutren primordialmente de la verosimilitud de ternas y mitos novelescos.
Tambi¨¦n la novela de nuestro siglo, recuperando la tradici¨®n simb¨®lica de algunos modelos cl¨¢sicos, muestra su eficacia para sondear en la condici¨®n, peripecias y metamorfosis de personajes, estirpes, grupos y hasta pueblos enteros, transmutados mediante lo literario en presencias autosuficientes, que no precisan de referentes vivos para convencer al lector de su verdad, y que tantas veces resultan adem¨¢s par¨¢bolas esclarecedoras de la realidad no literaria.
No era la novela lo que estaba en crisis, sino una determinada manera de entenderla. Pero recientes pol¨¦micas sobre el papel del novelista en la sociedad parecen apuntar el reverdecimiento de aquellas doctrinas que ve¨ªan la novela como algo subsidiario de la realidad: un mero reflejo, el espejo a lo largo del camino de la cita famosa; como si de nuevo la novela estuviese obligada a cumplir las funciones de los tiempos en que ella era el medio principal para la transmisi¨®n de ideolog¨ªas y la cr¨ªtica de costumbres.
Sin embargo, parece que no puede mantenerse un concepto de realidad similar al decimon¨®nico o al acu?ado por cierta cr¨ªtica sociologista para exigir el permanente vicariato y compromiso de la novela con la realidad no novelesca. Elementos tan dispares como las nuevas concepciones c¨®smicas, la narrativa en im¨¢genes, el psicoan¨¢lisis o la simultaneidad de los sucesos m¨¢s lejanos con su general difusi¨®n testifican la crisis del propio concepto de realidad, que no es nunca un¨ªvoca ni est¨¢ perfilada con absoluta diafanidad.
Actualmente es preciso convenir que la realidad est¨¢ configurada tambi¨¦n por la novela; que la realidad se compone, por una parte, de hechos, relaciones y normas, pero que, por otra, incluye la imaginario, y que es patrimonio de la novela, precisamente, lo imaginario construido mediante la pura materia de las palabras. Y del mismo modo que desconocer la importancia del lo imaginario ser¨ªa amputar y simplificar gravemente lo complejo de nuestra realidad, no aceptar la preponderancia de la novela -y de toda la ficci¨®n literaria- dentro de lo imaginario manifestar¨ªa un peligroso olvido del ¨¢mbito y de la potencia de ese signo, identificador por excelencia de lo humano, que constituye la palabra.
Deber¨ªa considerarse tambi¨¦n que, frente a otros campos en que lo imaginario se ofrece de modo compulsivo, creando seres, para¨ªsos o terrores capaces de angustiar y violentar al hombre, emplazando el cumplimiento de su destino m¨¢s all¨¢ de la muerte, la novela representa lo imaginario no compulsivo, acomodado siempre a nuestra medida; por eso asumimos la posible seducci¨®n de su lectura como algo, plenamente integrado en la vida cotidiana, sin perjuicio de los elementos oscuros e inefables que a su trav¨¦s podemos conocer o intuir. De ah¨ª que las novelas, en el ejercicio de su funci¨®n liberadora, tengan capacidades que desbordan su indiscutible virtud como remedio de soledades.
Libertad
Por su afirmaci¨®n en lo imaginario, pertenecen las novelas a las zonas m¨¢s libres de la conciencia, y se marcan all¨ª con se?ales susceptibles de reconciliar a los hombres con sus sue?os y permitirles sospechar que, del mismo modo que la realidad imaginaria puede moldearse, podr¨ªa tambi¨¦n ser moldeada la realidad vigil, integrada cada vez en mayor medida por aspectos problem¨¢ticos en que juegan fuerzas capaces de arrollarnos a todos.
Y, sin embargo, mientras se asume -aunque amargamente- la tiran¨ªa de los gigantescos engranajes de esa otra parte de la realidad en lugar de reivindicar el desarrollo urgente de lo imaginario, se sospecha de ello, se pretende constre?irlo y acotarlo. Pues no significar¨ªa otra cosa volver a prescribir para la novela funciones instrumentales concretas respecto de la realidad no novelesca. Sin olvidar que la novela, en su utilizaci¨®n institucional, no pasa de ser simplemente un medio para la ense?anza de la lengua, con frecuencia aplicado en meros procesos de autopsia.
Frente a las exigencias de compromiso de la novela con la realidad no novelesca habr¨ªa que demandar compromiso de la realidad no novelesca con lo imaginario, y muy en especial con la novela. Esto debe suponer la plena libertad de los narradores para que transformen sus obsesiones en novelas, pero tambi¨¦n llevar¨ªa consigo la decidida implantaci¨®n de lo imaginario novelesco en la formaci¨®n de los ciudadanos, concediendo un papel muy rele-vante al embeleso de su lectura.
M¨¢s all¨¢ de los efectos inmediatos que puedan conseguir contra la injusticia los de nuestros literarios, m¨¢s all¨¢ del acercamiento, mediante la literatura, a los dolores intolerables del mundo, la asunci¨®n de la novela en libertad como factor importante de la realidad y una distinta consideraci¨®n social del goce y del ejercicio de lo imaginario novelesco podr¨ªan sin duda enriquecer a los hombres y mujeres del siglo que viene, para que fuesen m¨¢s h¨¢biles que nosotros en hacer fructificar la libertad, la tolerancia y un progreso diferente al que, sin elaborarse desde el territorio de los sue?os, se atrinchera a menudo, parad¨®jicamente, en el de las peores pesadillas.
Babelia
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