Otra vez sobre autodeterminaci¨®n
En un art¨ªculo publicado el ¨²ltimo 10 de diciembre en las p¨¢ginas de EL PA?S, la directora general de Pol¨ªtica Ling¨¹¨ªstica de la Generalitat de Catalu?a, A?na Moll -es decir, una funcionaria principal¨ªsima del Gobierno aut¨®nomo catal¨¢n-, expone criterios que, en raz¨®n de su cargo, hay que entender como representativos de, en primer lugar, el pensamiento de la coalici¨®n -Converg¨¦ncia i Uni¨®- que ocupa ese Gobierno, y en segundo lugar, de la instituci¨®n desde la cual se expresa.Su punto de partida son las notas de Jordi Sol¨¦ Tura aparecidas en el mismo peri¨®dico el 24 de noviembre anterior, en que el ilustre jurista manifestaba su preocupaci¨®n por el hecho de que las juventudes de Converg¨¦ncia Democr¨¢tica y de Uni¨® Democr¨¢tica, as¨ª como el propio partido de Uni¨® Democr¨¢tica, hubiesen "reivindicado con fuerza el derecho de autodeterminaci¨®n". "De hecho", apuntaba Sol¨¦ Tura, "con estos planteamientos se est¨¢ diciendo que el actual marco constitucional no sirve".
La inquietud, de Sol¨¦ Tura ante la frecuencia con que, por mezquinas razones electorales o por querellas intrapartidarias, se ven¨ªa -y se viene- ponierido "sistem¨¢ticamente en cuesti¨®n el marco constitucional", y propugnando "que todos nos precipitemos en la v¨ªa muerta de unos independentismos inviables y catastr¨®ficos", no obedece a un rec¨®ndito prop¨®sito centralista, sino, por el contrar¨ªo, a la idea, que comparto, de que "la alternativa al modelo del Estado de las autonom¨ªas no es el independentismo, sino la vuelta al centralismo". La alternativa real, claro est¨¢.
Pues bien: A?na Moll decide abundar sobre el tema, a pesar de que los contenidos del art¨ªculo de Sol¨¦ Tura -que no resume, pero del cual ofrece una sucinta interpretaci¨®n- le parecen, en principio, "m¨¢s id¨®neos para provocar reacciones hostiles que para conseguir las adhesiones buscadas". Naturalmente, el texto suscita la reacci¨®n hostil de quien no est¨¦ de acuerdo con sus postulados, fundamentalmente el de deferisa del actual estatuto constitucional, y la adhesi¨®n de quienes observamos con cierto desasosiego el cuestionamiento de los mismos. No puede, por tanto, A?na Moll juzgar de reacciones sin contar con quienes reaccionan, y no todos lo hacemos en el sentido en que ella lo hace.
Es ¨¦ste dar por supuesta una posici¨®n del potencial lector lo que lleva a la autora de M¨¢s sobre autonom¨ªas y autodeterminaci¨®n a escribir como lo hace: no con el tono de quien posee una posici¨®n pol¨ªtica, sino con el de quien comparte una raz¨®n universal.
Considera A?na Moll "desgraciada" la comparaci¨®n "de las nacionalidades no castellanas de Espa?a con las minor¨ªas ling¨¹¨ªsticas de Nicaragua", que, seg¨²n ella, hace Sol¨¦ Tura. Conviene recordar que tal comparaci¨®n no existe, y que el autor discutido menciona el tema nicarag¨¹ense como ejemplo "de los problemas que plantea la invocaci¨®n de un concepto pol¨ªtico tan complejo de manera abstracta e intemporal". No se aclara en los p¨¢rrafos que siguen, porque esa inexistente comparaci¨®n podr¨ªa ser desgraciada, pero se atisban algunas de las razones por las que la directora de Pol¨ªtica Ling¨¹¨ªstica llega a entenderla as¨ª: el derecho de autodeterminaci¨®n, se?ala, "es un derecho esencial de los pueblos: todo pueblo con personalidad propia tiene por naturaleza ese derecho", y "las nacionalidades de Espa?a son pueblos con personalidad propia y con derecho natural a la autodeterminaci¨®n".
Puesto a interpretar -y el asombro me impide hacer otra cosa-, tengo que sumar un p¨¢rrafo al otro y concluir que las "minor¨ªas ling¨¹¨ªsticas de Nicaragua" -f¨®rmula por dem¨¢s ambigua, dicho sea de paso- no se corresponden con la existencia de pueblos "con personalidad propia", lo cual las elimina del ¨¢mbito de las comunidades que poseen derecho natural a la autodeterminaci¨®n. Quiero creer que la directora de Pol¨ªtica Ling¨¹¨ªstica no ignora la noci¨®n de cultura elaborada por la antropolog¨ªa moderna. Quiero creer que no desconoce el hecho de que no hay en este planeta pueblos sin personalidad propia; de que no hay, dicho en otros t¨¦rminos, pueblos inferiores. Quiero creer que tiene presente que el primer derecho natural de los pueblos, como de los individuos, es el derecho a la existencia. Pero, ante sus pala bras, me cuesta creerlo.
A?na Moll relata su conflictivo encuentro con un camarero del aeropuerto de Palma de Mallorca que se neg¨® a recibir su pedido en catal¨¢n. Cerca del final de su nota afirma que son "las actitudes de colonizador las que hay que combatir: la del camarero del bar del aeropuerto de Palma, por ejemplo, o las que inspiran los recursos de inconstitucionalidad contra leyes auton¨®micas indispensables para la recta aplicaci¨®n de los estatutos de autonom¨ªa". No s¨¦ si tomar la frase como boutade, como prueba de mal gusto o como muestra de incapacidad para distinguir la netirosis del desarraigado forzoso por causas econ¨®micas de la conciencia pol¨ªtica del centralismo. En cualquiera de los tres casos, no olvido que la escribe una persona con enorme responsabilidad en el desarrollo del modelo de Estado convenido mayoritariamente en 1978. Y aqu¨ª s¨ª que se me alcanza una diferencia esencial entre los problemas de Nicaragua y los de Espa?a, que A?na Moll, precisamente, demuestra no tener en cuenta: en Catalu?a tenemos much¨ªsimos conflictos, pero no un conflicto colonial, cuya caracterizaci¨®n te¨®rica, quiero creer, no ser¨¢ ajena a la formaci¨®n de la directora de Pol¨ªtica Ling¨¹¨ªstica.
Despu¨¦s de sobresaltarme con su propuesta de clasificaci¨®n de pueblos con y sin personalidad, pero antes de entrar en la argumentaci¨®n colonial, A?na Moll intenta tranquilizarme: "Las declaraciones de varios partidos catalanes en el sentido de no renunciar al derecho de autodeterminaci¨®n", dice, "lejos de significar un impulso al independentismo, sirven para frenarlo, ya que tranquilizan a la ciudadan¨ªa sobre su disposici¨®n a defender, si es preciso, ese derecho irrenunciable y, por otra parte, le reiteran su fe en la posibilidad de libre convivencia de los pueblos de Espa?a en el marco del Estado de las autonom¨ªas". Debo decir que esas declaraciones no tranquilizan a toda la ciudadan¨ªa, si de ella formamos parte los que ten¨ªamos por hecho que la libre convivencia en el Estado de las autonom¨ªas no era una posibilidad, sino una realidad. No nos tranquilizan dada la absoluta oscuridad en que vivimos respecto de la situaci¨®n en que pueda ser preciso defender ese derecho irrenunciable. No nos tranquilizan desde que las hacen dirigentes a los que no todos votamos, desde partidos a los que no todos pertenecemos y que, en consecuencia, se pueden atribuir la representaci¨®n mayoritaria que poseen, pero no la representaci¨®n del conjunto de Catalu?a.
Recientemente, numerosas personalidades catalanas dejaron constancia de su no implicaci¨®n en una operaci¨®n pol¨ªtica en que se confundieron los t¨¦rminos de un probable procesamiento por delitos econ¨®micos del ciudadano Jordi Pujol con los de un imaginario procesamiento hist¨®rico de todo este pueblo. Operaci¨®n en que se salv¨® el puesto del presidente de la Generalitat de Catalu?a, Jordi Pujol, pero que no contribuy¨® a aumentar su prestigio personal ni la credibilidad de su gesti¨®n, ni dentro ni fuera de Catalu?a. Imposible evaluar a¨²n la repercusi¨®n de las palabras de A?na Moll en el resto de Espa?a ni en el seno de esta comunidad biling¨¹e. Los d¨ªas dir¨¢n.
De momento, yo me limitar¨ªa a pedirle que hable en nombre del colectivo al que realmente representa y a recordarle que, en el tema de la autodeterminaci¨®n, de ese colectivo se han excluido, adem¨¢s de personas particulares en crecida cifra, partidos de indudable ra¨ªz catalana.
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