Gualta
Hasta los 30 a?os yo viv¨ª tranquila y virtuosamente y conforme a mi propia biograf¨ªa, y nunca hab¨ªa imaginado que olvidados personales de mis lecturas de adolescencia pudieran atravesarse en mi vida, ni siquiera en la de los dem¨¢s. Cierto que hab¨ªa o¨ªdo hablar de moment¨¢neas crisis de identidad provocadas por una coincidencia de nombres descubierta en la juventud (as¨ª, mi amigo Rafa Zarza dud¨® de s¨ª mismo cuando le fue presentado otro Rafa Zarza). Pero no esperaba convertirme en un William Wilson sin sangre, ni en un retrato desdramatizado de Dorian Gray, ni en un Jekyll cuyo Hyde no fuera sino otro Jekyll.Se llamaba Xavier de Gualta, era catal¨¢n, como su nombre indica, y trabajaba en la sede barcelonesa de la empresa en que trabajaba yo. La responsabilidad de su cargo (alta) era semejante a la del m¨ªo en la capital, y nos conocimos en Madrid con ocasi¨®n de una cena que iba a ser de negocios y tambi¨¦n de fraternizaci¨®n, motivo por el cual acudimos acompa?ados de nuestras respectivas esposas. Nuestro nombre coincid¨ªa s¨®lo en la primera parte (yo me llamo Javier Sant¨ªn), pero en cambio la coincidencia era absoluta en todo lo dem¨¢s. A¨²n recuerdo la cara de estupefacci¨®n de Gualta (que sin duda fue la m¨ªa) cuando el maitre que los guiaba les se?al¨® nuestra mesa y se hizo a un lado, dejando que su vista se posara en mi rostro por primera vez. Gualta y yo ¨¦ramos f¨ªsicamente id¨¦nticos, como los gemelos del cine, pero no era s¨®lo eso: adem¨¢s, hac¨ªamos los mismos gestos al mismo tiempo, y utiliz¨¢bamos las mismas palabras (nos quit¨¢bamos la palabra de la boca, seg¨²n la expresi¨®n coloquial), y nuestras manos iban a la botella de vino (del Rin) o a la de agua mineral (sin gas), o a la frente, o a la cucharilla del azucarero, o al pan, o con el tenedor al fondo de la fondue, siempre al un¨ªsono, simult¨¢neamente. Era dif¨ªcil no chocar. Era como si nuestras cabezas exteriormente id¨¦nticas tambi¨¦n pensaron lo mismo y al mismo tiempo. Era como estar cenando delante de un espejo con corporeidad. No hace falta decir que est¨¢bamos de acuerdo en todo y que -pese a que intent¨¦ no saber mucho de ¨¦l, tales eran mi asco y mi v¨¦rtigo- nuestras trayectorias, tanto profesionales como vitales, hab¨ªan sido paralelas. Este extraordinario parecido fue, por supuesto, observado y comentado por nuestras esposas y por nosotros ("es extraordinario", dijeron ellas. "S¨ª, es extraordinario", dijimos nosotros), pero los cuatro, algo envarados por la situaci¨®n tan an¨®mala, pero sabedores de que el proyecto de la empresa que nos hab¨ªa reunido estaba por medio en aquella cena, hicimos caso omiso del hecho notable tras el asombro inicial y fingimos naturalidad. Tendimos a negociar m¨¢s que a fraternizar. Lo ¨²nico nuestro que no coincid¨ªa eran nuestras mujeres (pero en realidad ellas no son parte de nosotros, como tampoco nosotros de ellas). La m¨ªa es un monumento, si se me permite la vulgaridad, mientras que la de Gualta, chica fina, no pasaba, sin embargo, de ser una mosquita muerta pasajeramente embellecida y envalentonada por el ¨¦xito de su c¨®nyuge arrasador.
Pero lo grave no fue el parecido en s¨ª (hay otros que lo han superado). Yo nunca, hasta entonces, me hab¨ªa visto a m¨ª mismo. Quiero decir que una foto nos inmoviliza, y que en el espejo nos vemos siempre invertidos (yo, por ejemplo, llevo la raya a la derecha, como Cary Grant, pero en el espejo soy un individuo de raya a la izquierda, como Clark Gable); y tampoco me hab¨ªa visto nunca en televisi¨®n ni en un v¨ªdeo, al no ser famoso ni haber tenido jam¨¢s afici¨®n por los tomavistas. En Gualta, por tanto, me vi por primera vez hablando, y en movimiento, y gesticulando, y haciendo pausas, y riendo, y de perfil, y sec¨¢ndome la boca con la servilleta, y frot¨¢ndome la nariz. Fue mi primera y cabal objetivaci¨®n, algo que s¨®lo les es dado disfrutar a los que son famosos o a los que tienen v¨ªdeo para jugar con ¨¦l.
Y me detest¨¦. Es decir, detest¨¦ a Gualta, id¨¦ntico a m¨ª. Aquel acicalado sujeto catal¨¢n me pareci¨® no s¨®lo poco agraciado (aunque mi mujer -que es de bandera- me dijo luego en casa que lo hab¨ªa encontrado atractivo, supongo que para adularme a m¨ª), sino redicho, en exceso pulcro, avasallador en sus juicios, amanerado en sus ademanes,engre¨ªdo de su carisma (carisma mercantil, se entiende), descaradamente derechista en sus opiniones (los dos, claro, vot¨¢bamos al mismo partido), engominado en su vocabulario y sin escr¨²pulos en los negocios. Hasta ¨¦ramos socios de los equipos de f¨²tbol m¨¢s conservadores de nuestras respectivas ciudades: ¨¦l del Espa?ol, yo del Atleti. En Gualta me vi, y en Gualta vi a un sujeto estomagante, capaz de cualquier cosa, carne de pared¨®n. Como he dicho, me odi¨¦ sin vacilaci¨®n.
Y fue a partir de aquella noche cuando -sin hacer part¨ªcipe de mis prop¨®sitos a mi mujer- empec¨¦ a cambiar. No s¨®lo hab¨ªa descubierto que en Barcelona exist¨ªa un ser igual a m¨ª mismo que me era aborrecible, sino que adem¨¢s tem¨ªa que aquel ser, en todas y cada una de las esferas de la vida y en todos y cada uno de los momentos del d¨ªa, pensara, hiciera y dijera exactamente lo mismo que yo. Sab¨ªa que ten¨ªamos el mismo horario de oficina, que sus funciones en la empresa eran equivalentes a las m¨ªas, que viv¨ªa -sin hijos- s¨®lo con su mujer, todo igual que yo. Nada le imped¨ªa llevar mi misma vida. Y pensaba: "Cada cosa que hago, cada paso que doy, cada mano que estrecho, cada frase que digo, cada carta que dicto, cada pensamiento que tengo, cada beso que estampo sobre mi mujer, los estar¨¢ haciendo, dando, estrechando, diciendo, dictando, teniendo, estampando Gualta sobre su mujer. Esto no puede ser".
Despu¨¦s de aquel adverso encuentro sab¨ªa que volver¨ªamos a vernos cuatro meses m¨¢s tarde, en la gran fiesta del quinto aniversario de la instalaci¨®n de la empresa (americana de origen) en nuestro pa¨ªs. Y durante ese tiempo me apliqu¨¦ a la tarea de modificar mi aspecto: me dej¨¦ crecer el bigote, que tard¨® en salir; empec¨¦ a no llevar siempre corbata, sustituy¨¦ndola -eso s¨ª- por elegantes foulards; empec¨¦ a fumar (tabaco ingl¨¦s); e incluso me atrev¨ª a cubrir mis entradas con -un discreto injerto capilar japon¨¦s (coqueter¨ªa y afeminamiento que ni Gualta ni mi yo anterior se habr¨ªan permitido jam¨¢s). En cuanto a mis maneras, hablaba m¨¢s recio, evitaba expresiones como constelaci¨®n de inter¨¦s-factores" o "din¨¢mica del negocio-inc¨®gnita", que tan caras nos eran a Gualta y a m¨ª; dej¨¦ de servir vino a las damas durante las cenas; dej¨¦ de ayudarlas a ponerse el abrigo; soltaba tacos de cuando en cuando.
Cuatro meses despu¨¦s, en aquella celebraci¨®n barcelonesa, encontr¨¦ a un Gualta que luc¨ªa un bigote raqu¨ªtico y parec¨ªa tener m¨¢s pelo del que le recordaba; fumaba un JPS detr¨¢s de otro y no llevaba corbata, sino
Gualta
papill¨®n; se palmoteaba los muslos al re¨ªr, hostigaba con los codos y dec¨ªa frecuentemente "hostia, t¨²". Pero segu¨ªa si¨¦ndome tan odioso como antes. Aquella noche yo tambi¨¦n llevab a papillon.Fue a partir de entonces cuando el proceso de modificaci¨®n de mi abominable persona se desencaden¨®. Buscaba a con ciencia aquellas cosas que un tipo tan relamido, suav¨®n, formal y sentencioso (tambi¨¦n piadoso) como Gualota no podr¨ªa haber hecho jam¨¢s, y a las horas y en los lugares en que m¨¢s improbable resultaba que Gualta, en Barcelona, estuviera dedican do su tiempo y su espacio a los mismos desmanes que yo. Empec¨¦ a llegar tarde y a irme demasiado pronto de la oficina, a decir groser¨ªas a mis secretarias, a montar en c¨®lera por cualquier nimiedad y a insultar a menudo al personal a mis ¨®rdenes, e incluso a cometer algunos errores de poca consecuencia que un hombre como Gualta, sin embargo, nunca habr¨ªa cometido, tan avizor y perfeccionista era. Esto en cuanto a mi trabajo. En cuanto a mi mujer, a la que siempre respet¨¦ y vener¨¦ en extremo (hasta los 30), poco a poco, con sutilezas, logr¨¦ convencerla no s¨®lo de que copul¨¢ramos a des horas y en sitios impropios ("seguro que Gualta no es tan osado", pens¨¦ una noche mientras yac¨ªamos -apresuradamente sobre el techo de un quiosco de Pr¨ªncipe de Vergara), sino de que incurri¨¦ramos en desviaciones sexuales que s¨®lo unos meses antes habr¨ªamos calificado de vejaciones sexuales y sevicias sexuales en el supuesto improbable de que (a trav¨¦s de terceros) hubi¨¦ramos sabido de ellas. Llegamos a cometer actos contra natura, esa beldad y yo.
Al cabo de tres meses mas aguardaba con impaciencia un nuevo encuentro con Gualta, confiado como estaba en que ahora ser¨ªa muy distinto de m¨ª. Pero la ocasi¨®n tardaba en surgir, y por fin decid¨ª viajar a Barcelona un fin de semana por mi cuenta y riesgo con el prop¨®sito de acechar el portal de su casa y comprobar -aunque fuera de lejos- los posibles cambios habidos en su persona y en su personalidad. O, mejor dicho, comprobar la eficacia de los operados en m¨ª.
Durante 18 horas (repartidas entre s¨¢bado y domingo) estuve refugiado en una cafeter¨ªa desde la que se divisaba la casa de Gualta, a la espera de que saliera. Pero no apareci¨®, y s¨®lo cuando ya estaba dudando si regresar derrotado a Madrid o subir al piso aunque ello me descubriera, vi salir del portal a la mosquita muerta. Iba vestida con cierto descuido, como si el ¨¦xito de su c¨®nyuge ya no bastara para embellecerla artificialmente o su efecto no alcanzara a los d¨ªas festivos. Pero en cambio se me antoj¨®, a su paso ante la luna oscura que me ocultaba, una mujer mucho m¨¢s inquietante que la que hab¨ªa visto en la cena madrile?a y en la fiesta barcelonesa. La raz¨®n era muy simple, y me fue suficiente para comprender que mi originalidad no hab¨ªa sido tanta ni mis medidas tan atinadas: en su expresi¨®n reconoc¨ª a una mujer salaz y sexualmente viciosa. Siendo tan diferentes, ten¨ªa la misma mirada levemente estr¨¢bica (tan atrayente), turbadora y nublada de mi monumento. Regres¨¦ a Madrid, convencido de que si Guaita no hab¨ªa salido de su casa el fin de semana era debido a que aquel fin de semana ¨¦l hab¨ªa viajado a Madrid y hab¨ªa estado durante horas apostado en La Orotava, la cafeteria de enfrente de mi propia casa, vigilando mi posible salida que no se hab¨ªa pxoducido al estar yo en Barcelona vigilando la suya que no se hab¨ªa producido por estar ¨¦l en Madrid vigilando la m¨ªa. No hab¨ªa escapatoria.
Todav¨ªa hice algunas tentativas, ya sin fe. Peque?os detalles para completar el cambio, como hacerme socio del Real Madrid, pensando que uno del Espa?ol no ser¨ªa admitido en el Barla; o bien tomaba an¨ªs y cazalla -bebidas que me repugnan- en los baruchos del extrarradio, seguro de que un d¨¦licat como Guaita no estar¨ªa dispuesto a semejantes sacrificios; tambi¨¦n me dio por insultar en p¨²blico al Papa, seguro de que a tanto no se atrever¨ªa mi fervoroso rival cat¨®lico. Pero en realidad no estaba seguro de nada, y creo que ya nunca lo podr¨¦ estar. Al cabo de un a?o y medio desde que conoc¨ª a Gualta, mi carrera de ascensos en la empresa para la que a¨²n trabajo est¨¢ totalmente frenada, y aguardo el despido (con indemnizaci¨®n, eso s¨ª) cualquier semana. Mi mujer -no s¨¦ si harta de corrupciones o, antes al contrario, porque mi fantas¨ªa ya no le bastaba y necesitaba buscar desenfrenos nuevos- me .abandon¨® hace poco sin explicaciones. ?Habr¨¢ hecho la mosquita muerta lo propio con Guaita? ?Ser¨¢ su posici¨®n en la empresa tan fr¨¢gil como la m¨ªa? No lo sabr¨¦, como he dicho, porque prefiero ignorarlo ahora. Pues ha llegado un momento en el que, si me cito con Guaita, pueden suceder dos cosas, ambas aterradoras, o m¨¢s que la incertidumbre: puede ocurrir que me encuentre a un hombre opuesto al que conoc¨ª e id¨¦ntico a mi yo de ahora (desastrado, desmoralizado, negligente, mal educado, blasfemo y pervertido) que quiz¨¢, sin embargo, me seguir¨¢ pareciendo tan execrable como el Xavier de Guaita de la vez primera. Respecto a la otra posibilidad, es a¨²n peor: puede que me encuentre, intacto, al mismo Guaita que conoc¨ª: inmutable, cort¨¦s, jactancioso, atildado, devoto y triunfal. Y si as¨ª fuera, habr¨ªa de preguntarme, con una amargura que no podr¨¦ soportar, por qu¨¦ fui yo, de los dos, quien tuvo que claudicar y renunciar a su biograf¨ªa.
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