Terrorismo: el enemigo se acerca
Tanto en Europa como en el Pr¨®ximo Oriente, la violencia dirigida contra los estadounidenses, simplemente porque son estadounidenses, es desconcertante. As¨ª, el terrorismo se ha convertido en un problema de muy importantes proporciones en la pol¨ªtica interna de Estados Unidos.Sin embargo, realmente no muchos ciudadanos estadounidenses han muerto en el exterior a manos de terroristas. En 1985, por ejemplo, el n¨²mero total de v¨ªctimas fue de 39 -cifra trivial si se compara con las 18.000 personas asesinadas en Estados Unidos durante el mismo a?o-. Estas cifras se citan no a causa de un insensible menosprecio de la vida humana, sino para demostrar c¨®mo una amenaza particular ha adquirido una importancia pol¨ªtica muy alejada de toda proporci¨®n con su importancia intr¨ªnseca.
La explicaci¨®n se funda parcialmente en la forma en que el pueblo estadounidense se identifica con las v¨ªctimas individuales, y parcialmente en la aparici¨®n de un nuevo fen¨®meno: el maridaje del terror con la televisi¨®n. De repente se ha hecho po sible que los secuestros y otros incidentes se vean representa dos, tal como suceden, en los cuartos de estar de los estado unidenses. Esto comenz¨® con la crisis de los rehenes en Ir¨¢n de 1979-1981, cuando los funcionarios de la Embajada de Estados Unidos en Teher¨¢n fueron mantenidos en cautividad durante 444 d¨ªas. Sus captores, muchos de los cuales hab¨ªan vivido en Estados Unidos, conoc¨ªan la capacidad, a trav¨¦s de la televisi¨®n, para influir en la pol¨ªtica de Estados Unidos mediante la apelaci¨®n directa al p¨²blico estadounidense. Indudablemente, esta t¨¢ctica contribuy¨® a la derrota del presidente Jimmy Carter en las elecciones de noviembre de 1980. En pocas palabras, la t¨¢ctica pareci¨® funcionar.
Para cuando, en junio de 1985, el vuelo 847 de TWA fue secuestrado y conducido a Beirut, las t¨¢cticas televisivas de los terroristas se hab¨ªan hecho m¨¢s sofisticadas. Lo mismo le hab¨ªa sucedido a la capacidad de los medios audiovisuales de Estados Unidos para dar una cobertura inmediata en televisi¨®n de los acontecimientos, desde el comienzo hasta el fin. Al igual que hab¨ªa ocurrido con la crisis iran¨ª, el Gobierno de Estados Unidos se vio virtualmente paralizado.
Despu¨¦s de 17 d¨ªas, el presidente Ronald Reagan eligi¨® acabar con la crisis. Los secuestradores consiguieron lo que ped¨ªan: la liberaci¨®n de los prisioneros shi¨ªes detenidos en Israel. Y cuando fueron liberados los pasajeros del avi¨®n, quedaron atr¨¢s seis estadounidenses secuestrados con anterioridad en L¨ªbano. As¨ª comenz¨® un intenso dilema para Estados Unidos: c¨®mo dominar el terrorismo y obtener la liberaci¨®n de los estadounidenses tomados como rehenes, sin pagar al mismo tiempo rescate.
Cuando, el barco de crucero Achille Lauro fue secuestrado a finales de 1985, la cuesti¨®n del terrorismo hab¨ªa alcanzado su punto de efervescencia en Estados Unidos. Fue de lo m¨¢s intensa por ser esencialmente un problema interno, no un problema de pol¨ªtica exterior. El pueblo estadounidense quer¨ªa estar protegido cuando viajaba. La profunda frustraci¨®n condujo, as¨ª, a la Administraci¨®n Reagan a obligar a aterrizar a un avi¨®n de l¨ªnea egipcio que llevaba a T¨²nez a los secuestradores del Achille Lauro. Esta acci¨®n puso en aprietos al Gobierno egipcio, y su secuela -la liberaci¨®n de los secuestradores por el Gobierno italiano- origin¨® una gran tensi¨®n diplom¨¢tica entre Washington y Roma.
La Administraci¨®n de Reagan se vio en una situaci¨®n comprometida. La opini¨®n p¨²blica estadounidense demandaba alg¨²n tipo de acci¨®n, y el presidente hab¨ªa prometido adoptar una postura inflexible en relaci¨®n con el terrorismo. No obstante, tanto ¨¦l como sus consejeros conoc¨ªan la dificultad de tratar de tomar represalias contra individuos y grupos dedicados al terrorismo.
La Administraci¨®n volvi¨® su atenci¨®n a los Estados que patrocinan el terrorismo. La elecci¨®n era simple: a diferencia de los individuos y los grupos, los Estados est¨¢n fijos en sus sitios, y tienen bienes que pueden ser atacados, tienen algo que perder. Pero ?qu¨¦ pa¨ªs deb¨ªa seleccionar Estados Unidos?
Mediante un proceso de eliminaci¨®n, eligi¨® Libia. Esto no quie re decir que Libia y su l¨ªder, el coronel Muanimar el Gaddafi, sean los terroristas estatales m¨¢s prominentes. Como hemos sabido en los ¨²ltimos meses, esta dudosa distinci¨®n seguramente corresponde, en el Pr¨®ximo Oriente, a Siria. Pero Libia, patrocinadora del terrorismo, resultaba conveniente.
A diferencia del presidente de Siria, Hafez el Assad, Gaddafi se enorgullece de su papel como revolucionario. Tildado de terrorista, y teniendo la oportunidad de retratarse a s¨ª mismo como David contra Goliat-Estados Unidos, sirve a sus fines pol¨ªticos. Adem¨¢s, Libia era relativamente f¨¢cil de atacar. Era incapaz de responder de manera efectiva a la agresi¨®n y hab¨ªa pocos sovi¨¦ticos en el pa¨ªs. Estados Unidos no quer¨ªa nada m¨¢s de Libia. Por el contrario, Siria estaba fuertemente armada y pod¨ªa responder, como ya lo hab¨ªa hecho cuando un avi¨®n de Estados Unidos atac¨® objetivos sirios al final del despliegue de fuerzas estadounidenses en L¨ªbano, en 1984. Siria mantiene una estrecha relaci¨®n con la Uni¨®n Sovi¨¦tica y cuenta con muchos consejeros sovi¨¦ticos. Adem¨¢s, Estados Unidos tiene una agenda diplom¨¢tica m¨¢s amplia en sus relaciones con Siria: obtener la liberaci¨®n de los rehenes en L¨ªbano, aceptar el papel de Siria en la estabilizaci¨®n de aquel pa¨ªs, procurar la participaci¨®n de Damasco en la pacificaci¨®n ¨¢rabe-israel¨ª.
El caso de Libia
El ataque norteamericano sobre Libia del pasado abril, si bien totalmente merecido por el comportamiento libio, no pretend¨ªa acabar con todo el terrorismo. El Gobierno de Estados Unidos esperaba mostrar a los terroristas que no pod¨ªan atacar impunemente a los estadounidenses. Pero el ataque fue ideado principalmente para mostrar al pueblo de Estados Unidos que se estaba haciendo algo. Y fue proyectado tambi¨¦n para mostrar a los aliados europeos de Estados Unidos que exist¨ªa la necesidad de una firme cooperaci¨®n aliada en la lucha contra el terrorismo.
La intensidad de los sentimientos de Estados Unidos sobre el terrorismo nacido en el Pr¨®ximo Oriente puede verse en los riesgos que la Administraci¨®n de Reagan se dispuso a aceptar en sus relaciones con sus aliados europeos. El ataque sobre Libia encontr¨® una oposici¨®n casi universal. Ni Francia ni Espa?a permitir¨ªan que las fuerzas a¨¦reas de Estados Unidos sobrevolaran sus territorios. S¨®lo el Reino Unido estuvo dispuesto a cooperar; y con la oposici¨®n pol¨ªtica que sigui¨®, es dudoso que ni siquiera el Gobierno de la primera ministra Margaret Thatcher permitiera una repetici¨®n de tal uso de las bases brit¨¢nicas.
Todo esto constituye el tel¨®n de fondo de la actual crisis pol¨ªtica en EE UU. El presidente Ronald Reagan sigui¨® enfrent¨¢ndose al dilema de necesitar hacer algo efectivo sobre el terrorismo pero tener pocas posibilidades de hacerlo. Hab¨ªa prometido proteger a los estadounidenses pero no pod¨ªa cumplir esa promesa.
Adem¨¢s, ni ¨¦l ni sus m¨¢s altos funcionarios estaban inclinados a intentar hacer algo significativo acerca de las causas de principio del terrorismo en el Pr¨®ximo Oriente. De hecho, reconocieron que los esfuerzos a largo plazo para combatir las causas del terrorismo pod¨ªan conducir a un incremento de ¨¦ste a corto plazo. Esto sucedi¨® en 1985, cuando la oleada de terrorismo del Pr¨®ximo Oriente se dise?¨®, en parte, para acabar con el naciente proceso de paz iniciado por Yasir Arafat, de la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina; el rey Hussein de Jordania, y el primer ministro de Israel, Simon Peres. Reagan justific¨® entonces lo que hab¨ªa hecho en t¨¦rminos de un objetivo estrat¨¦gico de mayor alcance. Este objetivo es el de tratar de abrir una puerta a Ir¨¢n, de forma que los l¨ªderes de dicho pa¨ªs, los actuales o los del d¨ªa de ma?ana, tuvieran una alternativa a la influencia sovi¨¦tica en el mismo. En efecto, Estados Unidos ha se?alado que est¨¢ preparado para desempe?ar el cl¨¢sico papel occidental de equilibrar la influencia sovi¨¦tica en Ir¨¢n. Puede decirse cualquier otra cosa sobre el intercambio de armas por rehenes, pero este desarrollo estrat¨¦gico es de la mayor importancia para Occidente, con su masiva dependencia del petr¨®leo del golfo P¨¦rsico.
El debate que ahora tiene lugar en Estados Unidos cuenta con diversos elementos. En un nivel se ha puesto de manifiesto que la Casa Blanca ha llevado a cabo actividades irregulares sin dar conocimiento de ello al resto de la burocracia. La Casa Blanca ha violado las normas de informaci¨®n al Congreso de acciones encubiertas. El presidente ha quebrantado las normas sobre el suministro de armas a un Estado oficialmente estigmatizado por el Gobierno estadounidense como patrocinador del terrorismo. Y ha faltado a su propia palabra de no tratar con terroristas ni pagar rescates. Adem¨¢s, los aliados occidentales han sido completamente enga?ados por el Gobierno de Estados Unidos. De hecho, en las mismas fechas en que criticaba a los aliados por no ayudarle a combatir a Libia estaba tratando con Ir¨¢n de una forma que sugiere hipocres¨ªa. Quiz¨¢ antes de entonces exist¨ªan pocas posibilidades de que los aliados ayudaran a Estados Unidos en aventuras antiterroristas con las que no estaban de acuerdo. Ahora no existe absolutamente ninguna posibilidad. El debate en Estados Unidos refleja tambi¨¦n violentos sentimientos sobre Ir¨¢n, sentimientos que contin¨²an existiendo seis a?os despu¨¦s de la crisis de los rehenes. Es dificil para el pueblo estadounidense entender en qu¨¦ medida Ir¨¢n sigue siendo un inter¨¦s vital en Estados Unidos.
No ha habido ning¨²n incidente terrorista contra estadounidenses en el exterior desde que comenzaron las revelaciones sobre el intercambio de armas por rehenes. Pero puede haber ocurrido algo importante. El pueblo de EE UU puede expresar ahora opiniones m¨¢s complejas sobre el terrorismo. Por accidente, la Administraci¨®n de Reagan ha situado, efectivamente, el terrorismo en perspectiva. El presidente se ha mostrado incapaz de evitar toda clase de terrorismo. Se ha demostrado ser falsa su intransigente postura de no negociar con terroristas. Se ha acabado con la idea de que existe una soluci¨®n sencilla para el terrorismo.
En el proceso es posible que el terrorismo nacido en el Pr¨®ximo Oriente comience a perder su capacidad de agarre en la imaginaci¨®n norteamericana. Si los estadounidenses se hacen m¨¢s esc¨¦pticos, quiz¨¢ m¨¢s resignados, ante el terrorismo, disminuir¨¢ la capacidad de los terroristas para manipular la opini¨®n p¨²blica de EE UU.
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