En los grandes almacenes
Los admiradores de Ende quedaron decepcionados al contemplar la versi¨®n cinematogr¨¢fica que Petersen rod¨® de La historia interminable. Entonces se dijo que los efectos especiales hab¨ªan devorado la poes¨ªa del texto literario. Ahora, con Momo, puede pasar lo mismo, aunque resulta exagerado comparar los dos relatos cinematogr¨¢ficos.Petersen contrapon¨ªa el mundo real y el imaginado, mientras que Schaaf prefiere que todo quede impregnado de tono irrealista. Aqu¨ª la acci¨®n transcurre siempre en un espacio fabricado exprofeso en Cinecitt¨¢, en Roma, que nunca pretende confundirse con las aut¨¦nticas callejuelas de una ciudad. Adem¨¢s, Schaaf tampoco abusa de las libertades que proporciona un gran presupuesto y opta por solucionar la aparici¨®n de los hombres grises o la imagen que proporcionan las gafas de visi¨®n total de la manera m¨¢s simple. Quedan los grandes decorados, pero el de la ciudad propiamente dicha creo adivinar que aprovecha una parte del construido para La storia, de Comencini, y los dominios del maestro Hora se edifican con unos pocos elementos y un ciclorama.
Momo
Director: Johannes Schaaf. Int¨¦rpretes: Radost Bokel, John Huston, Mario Adorf. Basada en la novela de Michael Ende. M¨²sica: Angelo Branduardi. Fotograf¨ªa: Xabier Swarzeberger. ¨ªtalo-germana, 1986. Estreno en Madrid, Coliseum.
Otra cosa es plantearse, al margen del mayor o menor acierto a la hora de convertir el libro en pel¨ªcula, si el filme, por s¨ª solo, tiene entidad. De entrada, dir¨ªa que Schaaf no es el cineasta ideal para moverse en un estudio. Las ventajas del mismo no se aprecian en la pantalla, hasta el punto que se puede afirmar que el director se encuentra mucho m¨¢s c¨®modo preparando un plano que ideando una secuencia. La posibilidad de mover la c¨¢mara libremente, no es aprovechada, y s¨®lo las secuencias que alternan montaje paralelo entre lo imaginado y lo existente poseen cierta fuerza.
De todas maneras, aunque uno no comunique demasiado con la metaf¨ªsica bobalicona de Ende ni sienta especial devoci¨®n por el escasamente brillante trabajo del director art¨ªstico, Momo tiene el encanto de coincidir con las navidades, de manera que su discursito anti consumista cobra alg¨²n sentido. Cuando Momo es bombardeada con centenares de horripilantes mu?ecas habladoras y ella las rechaza en tanto que objetos sobre los que es imposible depositar un m¨ªnimo de afecto e imaginaci¨®n, es dificil no sustraerse al hipot¨¦tico efecto bals¨¢mico del mensaje, limitador de la paranoia compradora que se les insufla a las criaturas a trav¨¦s de la televisi¨®n navide?a. Por unos instantes, el pap¨¢ o la mam¨¢, que contemplaba las aventuras de Momo sin excesivo entusiasmo, sue?a con que su hijo o hija aprenda de la protagonista y renuncie a la Super Barbie o a cualquier otro de esos horrores similares que parpadean, gimen, mean y lloran desde todos los canales de todas las televisiones. Si Momo sirve para esto, cinco estrellas.
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