La bonita historia de 'La Legionaria', la Conchi Gal¨¢n, y el Chulo M¨¢laga / 1
A Antonio Gala
y a Augusto Delk¨¢der
Me gust¨®. Yo nunca me he metido en los l¨ªos de nadie, nunca. Y en una cosa as¨ª, todav¨ªa menos: lo que yo pienso, pues pa m¨ª. Pero en eso me met¨ª un poquito, al final, y luego me dio un gusto grande que Conchi lo dejara colgando: ?anda ya, tanto andar como esclava de una mierda de t¨ªo por muy macho que sea! Que aqu¨¦l lo era, no hab¨ªa m¨¢s que verlo. Por lo menos en la cama, ya luego... El Chulo M¨¢laga, el de los callejones de Cardoso. Con un ver de muy hombre, de esos que resultan hasta guapos sin serlo, te lo digo yo. Pero de guapo, nada: la cara as¨ª chiquita como un garbanzo, aquellos pelos peinaos muy p'atr¨¢s, pegaos a la cabeza como los de los figurines de las sastrer¨ªas, negrucio y, adem¨¢s, los granos. Bueno: granos no, sino unas viruelillas antiguas o algo por el estilo, que tuvo ¨¦l que cogerlas de chico y lo dejaron como si le hubieran echao por la cara un plato de lentejas quemando.
Pero con todo y con eso, gustaba. Ten¨ªa tir¨®n. A los mondris creo que menos, pero a las mujeres les gustaba cantid¨¢. No a tres ni a cuatro, a muchas, y a m¨ª tambi¨¦n, y, en la misma casa de la Barquillera, la mayor¨ªa andaban como locas por que se fuera con ellas en cuanto entraba por aquellas puertas. Con una de Sevilla se fue m¨¢s de una vez estando ya liao con Conchi, y delante de la misma Conchi, sin importarle que cogiera el sofoc¨®n como los cog¨ªa ella, que a Conchi todav¨ªa no veo yo claro si fue el M¨¢laga quien la ech¨® a la vida y la meti¨® en la Barquillera, pero lo seguro-seguro es que el oficio no le ca¨ªa bien, como me ca¨ªa a m¨ª y a otras. ?l le llevaba por lo menos 15 o 20 a?os y ella no tendr¨ªa m¨¢s de 19, lo m¨¢s bonito del barrio La Vi?a. Conchi Gal¨¢n. Oscurita de carnes, dos ojos negros as¨ª, grandes, almendraos,y luego un cuerpo y una cara que era una alegr¨ªa mirarlos. Pero, sobre todo, la pechera; yo creo que en mi vida he visto -una cosa igu¨¢.. . bueno, s¨ª: la de una Juana que estuvo en casa la Meri no m¨¢s all¨¢ de cuatro o cinco meses, porque la sac¨® y se la llev¨® un se?or¨®n de fuera y con el t¨ªtulo, no s¨¦ si conde o si un marqu¨¦s. Juana la Cant¨²a. Las piernas como dos palillitos de dientes; los bracillos, as¨ª, caninos, chupaos, y de cara, nada, y adem¨¢s, de cuando en cuando, oliendo a sudorcillo o a lo que fuera: que o no se cuidaba ella o no lo pod¨ªa remediar. Ahora: hac¨ªa as¨ª Juana y se desabrochaba la pechera, ?j¨ªn!, y eso era una guerra pa cualquiera que los viera, qu¨¦ cosa m¨¢s hermosa. Una guerra. Hasta pa la se?ora de la casa, que algo le pasaba tambi¨¦n a la vieja con la pechera de Juana la Cant¨²a, seguro, mucho toque y mucho besito de la vieja en esa pechera cada vez que la Juani la echaba al aire. Y pa m¨ª que lo de m¨¢s impresi¨®n era verle ese pecho tan divino siendo ella luego tan poca cosa; esas dos balas de ca?¨®n tan bien puestas y sin n¨¢ que ver con el cuerpo, que era un saltaca?itas, no ten¨ªa ni medio bocao: las dos tetas las mejores del mundo, y ya: ah¨ª se acababa la Juana. Bueno, pues el mostrador de Conchi, la del Chulo M¨¢laga, igu¨¢ o por el estilo. Lo que es que en Conchi iba todo conforme a la pechera: las piernas, la cara, el pelo, que era un matorral¨®n negro; el talle: todo. La vida..., la vida es rara, ?no?... Cualquiera sabe... Y es que ahora mismo estoy cayendo en la cuenta de una cosita curiosa; ahora caigo... A ver si me explico: yo s¨¦ lo que el pecher¨ªo de aquellas dos armaba con los hombres, y es natur¨¢ porque es que era algo de llamar la atenci¨®n. Pero bueno, ?y las que est¨¢n casi m¨¢s llanas que esta mesa y pasa lo mismo con su pechera, que muchos hombres pierden la cabeza, eso c¨®mo va a ser? La Kiti misma... -Cada vez que la ve¨ªa en cueros a la Kiti me acordaba yo de una cosa que me dec¨ªa don Pedro el m¨¦dico, que en p¨¢ descanse, me dec¨ªa:
Horte, es que hay una equivocaci¨®n grande con el pecho de la mujer; que gusta mucho, s¨ª, eso es canela, pero para lo que sirve en verd¨¢-verd¨¢ es pa que los ni?os salgan adelante y coman bien y se sientan ellos llenos y a gusto. Pero, ustedes, tanto las que han tenido criaturas como las que no, venga a embarcar con las tetas a los hombres y venga a echarles por cima y por medio los collares y las cadenitas y los abalorios cuando en verd¨¢ no son para eso, aunque tambi¨¦n lo sean un poquito.
Y yo, que le ten¨ªa un miramiento grande a ese hombre tan sabio y tan bueno:
-Que s¨ª, que s¨ª.
Aunque luego me dec¨ªa yo a m¨ª misma: "Pero, Horte, ?eso que te ha dicho don Pedro c¨®mo va a ser as¨ª, c¨®mo?. Porque, claro, con la Cant¨²a y con Conchi no me pasaba, y ten¨ªa que darle a don Pedro la raz¨®n, pero luego con la Kiti, ba?¨¢ndonos, o cuando la sac¨¢bamos rota del cuarto a cuenta de las palizas de cama con los t¨ªos tan grandones que le gustaba a ella englobarse siendo un pajarito de n¨¢, la miraba y dec¨ªa yo pa m¨ª: "C¨®mo va a darle ¨¦sta el pecho a un ni?o. Si es que no tiene de qu¨¦. Si cuando tuvo la ni?a con el de Huelva no pudo d¨¢rselo y tuvo que criarla con biberones porque es que ah¨ª no le caben ni dos dedales de leche; si casi no es m¨¢s que una se?al de pecho, que ni se le nota la canal". Y la Charo Gallardo, lo mismo, aunque luego Charo, eso s¨ª, ten¨ªa los pezones como dos alfilerillos, en punta, aunque un poco camino del ombligo, igual que la Kiti, porque esos pellizcos de pechitos los ten¨ªan adem¨¢s las dos as¨ª, bajos: ?eso c¨®mo va a ser pa ni?os ni pa darles de comer a los ni?os?; eso es pa que disfruten los hombres que les gustan as¨ª de chicos, y ya est¨¢.
Pero bueno, hija, qu¨¦ manera de irme de lo que te estaba contando, que me encant¨® que Conchi dejara colgao al Chulo M¨¢laga y que eso lo hiciera tan bien hecho..., aunque luego pasara lo que pas¨®, ay Dios m¨ªo. Aquello que le pas¨®. Pero como yo me salga un poquito de lo que estoy hablando, ya es que no encuentra el hilo esta cabeza, hija.
Ver¨¢s: yo la conoc¨ªa a la Conchi de antes, despu¨¦s de estar sirviendo ella en casa de una viuda de la calle San Jos¨¦, la viuda de un se?or que era poeta. Y esa se?ora ten¨ªa una hija y seis hijos, que me cont¨® la Conchi que ten¨ªa que estar quit¨¢ndoselos to el d¨ªa de encima, vengan manitas al culo o adonde cayeran, fig¨²rate t¨², con 14 y 15 y 20 a?os las criaturas, y esa maravilla calent¨¢ndolos sin ella querer... Me parece que la estoy viendo por aquel entonces: un traje negro con dos alpargatas negras en chancletas, los pelos p'ac¨¢ y p'all¨¢, tan morena. Fue cuando conoci¨® al Chulo M¨¢laga y ah¨ª peg¨® el tropez¨®n grande, o sea: fue ¨¦l quien se le acerc¨®, que la vio a la Conchi comprando pescao en la plaza y ya se la ech¨® encima y se la meti¨® en un bolsillo, no me extra?a. Claro: la muchacha estaba en la ed¨¢ y, en plan de hombre, ya te he dicho que el otro ten¨ªa un tir¨®n grande. Yo no s¨¦ de qu¨¦ ni c¨®mo, pero lo ten¨ªa.
Y ya con lo de ese hombre, que iba a buscarla y a soliviantarla all¨ª al patio de la viuda, ya empezaron all¨ª pa Conchi los ratos malos. Uno de los hijos de la viuda, uno que estaba estudiando pa marino, quiso una tarde pararle los pies al M¨¢laga, pero qu¨¦ va, ni caso. El otro se lo comi¨® por sopas; aparec¨ªa por el patio cuando le daba la gana y una ma?ana se pelearon en el patio la Conchi y ¨¦l a trompicones y a chill¨ªos limpios, con la vecind¨¢ asom¨¢ndose por los corredores y en un sobresalto grande, porque adem¨¢s, que ya ¨¦l se hab¨ªa ido, la Conchi, llorando y jipando, quer¨ªa levantar la losa de m¨¢rmol del aljibe del patio y tirarse al aljibe, yo qu¨¦ s¨¦. Lo que s¨¦ es que ese hombre la ten¨ªa ya ajust¨¢ a ¨¦l 'como el enchufe a la luz.
La pobre.
La bronca del patio se la lleg¨® a perdonar la viuda porque le convino, a ver; la Conchi era trabajadora y le hac¨ªa un av¨ªo. Aunque, como llov¨ªa sobre mojao, cuando ya le dio al M¨¢laga por llegar y silbarle a Conchi desde el patio, ?pero a la hora que fuera!, pa llev¨¢rsela all¨ª cerca, a la playa, a La Caleta, y darse ellos el lote; entonces fue cuando la viuda la ech¨®: no hac¨ªa la Conchi m¨¢s que escuchar el silb¨ªo y al momento dejaba lo que fuera y cog¨ªa la puerta corriendo, ea, y volv¨ªa a la hora y media o a las dos horas- como si tal cosa, aparte de que la se?ora ten¨ªa ya que estar hasta aqu¨ª de Conchi a cuenta de los hijos y de los refregones, todo el d¨ªa en el palo, muertos de ganas los muchachos con la Conchi, toda la casa con los nervios, porque era una gloria de mujer, que si vienen los del cine y la ven, se la llevan, y ellos no quer¨ªan ni pisar la calle con el engreimiento de la Conchi, y las peleas cada dos por tres, y les faltaba tiempo al salir de sus estudios para irse a su casa, en vez de darse su vuelta como todo el mundo por la calle Ancha o la Alameda, o las murallas y el muelle. Pero con tanto llamarla y llamarla, a lo mejor lo que estaba buscando el Chulo M¨¢laga era eso: que la echaran. Le compr¨® un vestido y le compr¨® tambi¨¦n una chaqueta de traje sastre a rayas, y la puso en una mesita (bueno, mesita... eran dos tablas y las patas aparte) a vender quincalla en la plaza de las Flores, cerca del freidor, frente a la tienda de Los Gallegos Chicos. All¨ª fue donde yo la conoc¨ª.
Y estaba llorando. Serenita, pero con dos lagrimones por la cara abajo. De fr¨ªo no eran; me choc¨® verla tan guapa y llorando, los hombres comi¨¦ndosela con la vista. Ya otra ma?ana le saqu¨¦ la conversaci¨®n. Y otra ma?ana, que ya la, Conchi me hab¨ªa cogido una confianza y yo estaba all¨ª mirando sus quincallas y charlando, fue cuando se acerc¨® y conoc¨ª a don Rogelio, que me cay¨® de perlas en cuantito le ech¨¦ el ojo, y que despu¨¦s, cuando ya estaba Conchi malamente en casa de la Barquillera, iba a verla y le dec¨ªa esto y lo otro sin lamioser¨ªas ni pamplinas, que la ayud¨® un mont¨®n a la muchacha. Ese se?¨® creo que hab¨ªa sido una cosa importante aqu¨ª en C¨¢di, en el Ayuntamiento o no s¨¦ d¨®nde. Antes de la guerra. Pero importante de verd¨¢. Y estaba casi sin comer o sin comer, ya muy mayor, con los zapatos y la ropa de m¨ªrame y no me toques, pasaos-pasaos, que si un d¨ªa lo coge una levantera de las gordas a don Rogelio, me parece a m¨ª, lo deja en cueros, si no es que se lo lleva volando a la bah¨ªa, porque es que eran ya una pavesita: la ropa y ¨¦l.
As¨ª que iba hecho un trapo, pero afeitao y limpio como los chorros del oro; los ojos, as¨ª, claros, y, aun antes de escucharlo hablar, na m¨¢s que en la manera de ponerse el sombrero, ya te dabas t¨² cuenta de lo que es un caballero. Aunque no veas c¨®mo o estaba tambi¨¦n el sombrero: pal museo. Y es que, claro, los que llegaron luego, pues como don Rogelio no tragaba con ellos y antes hab¨ªa echado hasta discursos de la pol¨ªtica, pues lo echa ron a un lao y estuvo preso, no s¨¦ qui¨¦n me dijo que no lo afusilaron por un casual. A cualquiera le sentaba bien o¨ªrlo, sino que ya no pod¨ªa andar m¨¢s que con los de abajo; los de en medio y los de arriba no quer¨ªan que los vieran hablando con ¨¦l. Ah¨ª, en la panader¨ªa de la esquina de Arbol¨ª, la de la acera donde estuvo la Casa'l Pueblo, pues ah¨ª se tiraba don Rogelio media ma?ana, d¨¢ndole palique al panadero.
Y a la Conchi, ya te digo, le cogi¨® un cari?o. Que otra cosa no era, c¨®mo iba a ser, si don Rogelio, entre la ed¨¢ y los disgustos y la canina estaba p'al arrastre... A m¨ª tambi¨¦n me cogi¨® aprecio. Y al Chulo no, claro, a ¨¦l no pod¨ªa irle a genio el Chulo M¨¢laga. Pero tampoco le andaba en contra, oye. Un d¨ªa me acuerdo que me lo dijo:
-Si es que ¨¦l..., mira..., si es que cada uno es como lo hayan hecho los dem¨¢s... Seg¨²n lo hayan hecho, as¨ª sale. Del m¨¢s grande hasta el m¨¢s chico.
Yo, de primeras dar, no me enter¨¦ bien. Pero ya luego, cuando le fui cogiendo el aire de lo que dec¨ªa, como a don Pedro el m¨¦dico, pues ya me fui quedando con su cante. Y vaya cante, vaya cabeza hablando, y ese coraz¨®n que ten¨ªa don Rogelio, y eso que ¨¦l no andaba nunca con consejitos ni con mandamientos ni con n¨¢.
Bueno: pues despu¨¦s de que no s¨¦ lo que le pas¨® a la Conchi con la quincalla y el puesto... ?ah, s¨ª, esp¨¦rate: digo!... lo que le pas¨® fue que el M¨¢laga se qued¨® sin g¨¦nero, o sea, que como se comi¨® los dineros y ya no le fiaban las quincallas ni le emprestaban una peseta, pues all¨¢ fueron las tablas del puesto por un lado, las patas por otro y la Conchi por otro: que ¨¦l la meti¨® entonces a servir en una casa de la calle Sacramento y all¨ª tambi¨¦n se arm¨® una gorda porque all¨ª, ni hijos ni san hijos: la mujer, que atrinc¨® al marido en la cama con la Conchi, a la semana de estar sirviendo ella, y a la calle. Y encima le peg¨® el Chulo hijo puta. Ay, c¨®mo vino; ay, c¨®mo vino. ?Ad¨®nde va a ser?, ?a casa de la Barquillera!... Y yo: "Pero, chiquilla, ?qu¨¦ haces t¨² aqu¨ª?". La tuve en mi cuarto toda la tarde, venga a llorar ella y venga a llorar, y yo no sal¨ª de la alcoba hasta que lleg¨® la hora gorda de los clientes, y le digo a la se?ora:
-Se?ora: ¨¦sa, hoy, no. Que no. ?sa que no salga hoy a hacer sal¨®n. Que ella vaya viendo y se vaya enterando, pero hoy no, que est¨¢ muy alter¨¢ la muchacha; ¨¦sa no est¨¢ hoy para irse con el primero que se la vaya a llevar.
Se qued¨® en mi cuarto, dormida en mi cama desde que me fui a hacer sal¨®n, y yo me arregl¨¦, con los dos hombres con los que estuve aquella noche, en el cuarto de la Pavi, que hab¨ªa ido a su pueblo y no ven¨ªa hasta el otro d¨ªa. Luego estuve otra vez por la ma?ana con Conchi, que ya andaba m¨¢s en caja, y me cont¨® lo que le hab¨ªa pasado en la casa de Sacramento. All¨ª no viv¨ªan m¨¢s que la mujer y el marido, y ¨¦l se iba por la ma?ana temprano a su trabajo, que ten¨ªa una relojer¨ªa cerca, y la mujer sal¨ªa m¨¢s tardecito, se pegaba sus paseos y sus charletas y luego iba a la plaza, compraba la comida y se colaba con la comida, a la una o as¨ª, para hacer el almuerzo. Bueno, pues en cuanto entr¨® la Conchi, se hizo cargo de que el marido la ten¨ªa fich¨¢, pero dijo: "Yo con ¨¦ste no, yo no", aunque tampoco hizo mucho caso ni se dio cuenta de c¨®mo estaba el hombre porque, como, no andaba pendiente m¨¢s que del M¨¢laga y del M¨¢laga, con las que estaba pasando con ¨¦l, no ca¨ªa ella en las cosas m¨¢s que as¨ª por encima, ya ves t¨².
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