El atolladero
FRANCIA HA vivido un mes de diciembre agitado. Poco despu¨¦s de las manifestaciones y huelgas de estudiantes y alumnos de bachillerato, que obligaron al Gobierno a retirar una ley de reforma, una huelga de graves consecuencias -sobre todo en un per¨ªodo festivo- se viene desarrollando en los ferrocarriles desde el 18 del pasado mes de diciembre. El primer error grave del Gobierno fue intentar distanciarse del conflicto, sin duda por temor a sufrir una nuevo desgaste. Pero la empresa nacionalizada y los huelguistas presentaron, para negociar, condiciones previas radicalmente incompatibles. Y para salir del atolladero, el Gobierno se ha visto obligado a hacer hasta ahora dos concesiones: nombrar un ¨¢rbitro, Fran?ois Lavades, y "suspender" la nueva "parrilla salarial", el punto de las posiciones gubernamentales que ha provocado mayores protestas.Pero el clima de agitaci¨®n social no se limita a los ferrocarriles: afecta a la marina mercante y al transporte urbano de Par¨ªs. Por otra parte, si ha cesado la larga huelga en la agencia de noticias France Presse, el conflicto sigue latente. La tela de fondo de osta imagen que presenta Francia al iniciarse el a?o es un grave deterioro del Gobierno, con divisiones patentes en su seno; no se puede olvidar que Chirac encabeza un Gobierno de coalici¨®n y sus diversos componentes no pierden nunca de vista las futuras elecciones presidenciales de 1988. Hasta ahora, el Gobierno de Chirac ha tenido sus mayores ¨¦xitos en el terreno econ¨®mico. Es dif¨ªcil negar que Francia, sobre todo ante la competencia alemana, necesita moderar sus costes salariales e impedir brotes inflacionistas; tal fue la orientaci¨®n de los ¨²ltimos Gobiernos socialistas. Pero ese argumento, utilizado frente a las reivindicaciones salariales de los ferroviarios, pierde validez si se recuerda que el Gobierno de Chirac ha otorgado una serie de ventajas -supresi¨®n del impuesto sobre las grandes fortunas, anonimato en las transacciones sobre el oro, amnist¨ªa para los exportadores de capital, etc¨¦tera- a las capas m¨¢s privilegiadas de la poblaci¨®n. La contenci¨®n salarial se acepta con menos traumas en el marco de una pol¨ªtica socialdem¨®crata, simultaneada con progresos en otros campos, que realizada por un Gobierno derechista, empujado por sus padrinos a extremar las desigualdades sociales.
Las reivindicaciones de los ferroviarios no se limitan a la cuant¨ªa de sus remuneraciones; se refieren a las condiciones de trabajo, y sobre todo al prop¨®sito del Gobierno de introducir el criterio del m¨¦rito en la parrilla salarial. Los ferroviarios consideran que introducir ese criterio facilita toda clase de favoritismos, y la misma opini¨®n predomina en otras ramas del sector estatal. Defienden el ascenso por antig¨¹edad, aunque sea poco estimulante, porque ven en ello una barrera ante la arbitrariedad y una garant¨ªa de objetividad. El fondo de la cuesti¨®n es que el doctrinarismo del Gobierno de Chirac lo ha llevado a ignorar, tanto en el caso de los estudiantes como en la presente huelga, que no se pueden cambiar por decreto normas y costumbres muy arraigadas en la sociedad francesa y que encarnan en cierto modo un principio de igualdad de oportunidades conquistado en d¨¦cadas.
El presidente Mitterrand, lo mismo que hizo en el caso de los estudiantes, ha logrado manifestar su distanciamiento de la actitud del Gobierno de Chirac. La popularidad personal de ¨¦ste ha descendido vertiginosamente en las ¨²ltimas semanas. La cohabitaci¨®n reviste nuevos perfiles y todo ello anuncia cambios en la pol¨ªtica francesa, a lo larg¨® del a?o y con vistas a 1988, cuyo alcance es a¨²n imprevisible. Pero las incertidumbres del momento no se deben s¨®lo a lo que ocurre en las esferas del poder. A todos ha sorprendido la espontaneidad del surgimiento de la huelga ferroviaria. Los sindicatos se incorporaron a ella despu¨¦s, y ahora, si negocian, tienen que consultar "a la base". En las coordinadoras de huelguistas elegidas en los lugares de trabajo domina una orientaci¨®n muy radical. Aparece as¨ª, como ya ocurri¨® en las luchas estudiantiles, una tendencia a desconfiar de las organizaciones existentes; a prescindir, incluso para defender reivindicaciones en gran parte corporativas y econ¨®micas, de las estructuras consagradas y a crear formas originales de representaci¨®n m¨¢s pr¨®ximas al sentir de los trabajadores de a pie.
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