El dilema del escritor
La palabra dilema tiene un sentido preciso: designa un tipo de argumento con dos filos o cuernos, cada uno de los cuales se encarga de embestir sin piedad a quien tenga la desdicha de haberse metido en medio. Los textos de l¨®gica cl¨¢sica abundan en ejemplos de dilemas o, como tambi¨¦n se los llama, silogismos cornudos, pero el mejor ejemplo que se me ocurre es el que, sin saberlo (?o acaso sabi¨¦ndolo?), ha proporcionado la siempre oportuna sabidur¨ªa popular con la conocida copla: "NI contigo ni sin ti / tienen mis males remedio; contigo, porque me matas, y sin ti, porque me muero".No ha mucho le¨ª, en esta misma secci¨®n, un art¨ªculo de Jes¨²s Mosterin, incisivo y pertinente como todos los suyos. T¨ªtulo: El dilema del fumador. Se trataba asimismo de poner de relieve que en ciertas situaciones queda uno como aprisionado entre dos alternativas, no dir¨¦ a cual peor, porque critonces cabr¨ªa siempre la posibilidad de elegir la menos mala, sino igualmente poco apetecibles. El autor del art¨ªculo oozaba de Lina ventaja de la que me veo privado: no hay duda, acerca de qui¨¦nes son fumadores y qui¨¦nes no. En cambio, las dudas abundan respecto a quienes podamos con-siderar o no como escritores. No se puede llamar simplemente escritor a todo el que escribe, porque entonces todos los que no fueran completamente analfabetos ser¨ªan, en alg¨²n momento u otro, escritores. Ni siquiera cabe llamar escritores a todos los que publican lo que escriben, o una parte de lo que escriben. El autor de un informe bancario no es, propiamente hablando, un escritor, aun si tales informes pueden estar mejor o peor redactados. Tampoco es escritor el autor de una comunicaci¨®n cient¨ªfica o, en general, el que confecciona y p¨²blica los resultados de una investigaci¨®n. Cabe asimismo redactar mejor o peor estos textos, pero el autor de ellos no es, ni tiene por que ser, necesariamente un escritor.
?Qui¨¦nes son escritores o escritoras? (S¨®lo la traidora gram¨¢tica nos juega una mala pasada.)
Aprovechando la ventaja que brinda el disponer de muy pocas l¨ªneas (una de las buenas cosas que tiene la colaboraci¨®n en un diario), cortar¨¦ por lo sano. Escritor es quien escribe -art¨ªculos de peri¨®dico o de revista, ensayos, cuentos, novelas, poemas, lo que sea- con el ¨¢nimo de ser le¨ªdo por un p¨²blico menor o mayor (en el fondo del fondo se prefiere que sea mayor) y de ser apreciado por una gran mayor¨ªa de los lectores, y hasta por quienes no lo lean, pero hayan o¨ªdo hablar de ¨¦l (o, una vez m¨¢s, de ella).
Por supuesto que hay muchos otros motivos que llevan a llenar papeles (a veces simplemente a borrajear), y entre ellos, uno capital: a menos de ser un mero arribista, el escritor se siente en su elemento escribiendo. Esto no quiere decir que escribir sea siempre divertido; en muchos casos es un penos¨ªsimo esfuerzo. Pero, salvo casos obligados -como el nada desde?able de ganarse el sustento-, se es escritor, ante todo, porque se tiene un proyecto, min¨²sculo o may¨²sculo, consistente en llenar cierto n¨²mero de p¨¢ginas. Cuando el proyecto es, en todos los sentidos, may¨²sculo, no es menester mencionar otro motivo; para justificar En busca del tiempo perdido, Proust no neces Itaba otro motivo que ¨¦ste: la, idea de lo que iba a ser su obra y el temor de no poder llevarla a cabo.
Por suerte o por desgracia, los proyectos literarios no son siempre de tal envergadura que se basten as¨ª mismos. E inclusive los proyectos may¨²sculos no ponen de lado, como si fuera un puro estorbo, la idea de la mayor o menor resonancia que pueda tener lo que se escriba; poco despu¨¦s de haber declarado su temor de no poder realizar su gran proyecto, Proust nianifiesta que lo que ten¨ªa que escribir era "para m¨¢s que una sola persona". Volvemos, pues, a la idea de ser le¨ªdo, y apreciado, por lectores" cuantos m¨¢s, mejor -aun si se escribe, corno algunos orguilosamente declaran, para unos cuantos esperan que sean todos ellos quienes le lean- Y aqu¨ª hace su aparici¨®n el dilema. del escritor.
Este dilema ha atenazado a no pocos escritores en el pasado, por lo menos en los ¨²ltirn.os 150 a?os, pero ha adquirido proporciones de pesadilla s¨®lo en tiempos recientes, cuando, por virtud de muchos factores -entre ellos, el "ascenso de las masas a la vida p¨²blica", que Ortega critic¨® y, a la vez, no lo olvidemos, vio como prenda en una posible mayor altitud hist¨®rica-, resulta cada vez m¨¢s claro que decir cosas como "el buen pa?o en el arca se vende" es un modo de anunciar que las uvas que est¨¢n obviamente a punto de caramelo, est¨¢n todav¨ªa verdes. La creciente importancia de los medios de comunicaci¨®n masivos ha contr-ibuido enormemente a afilar los cuernos del dilema, que son ¨¦stos.
Si el escritor desea que se le lea, no tendr¨¢ m¨¢s'remedio que enfocar mucha atenci¨®n, y muchas energ¨ªas, hacia los m¨¢s eficaces instrumentos publicitarios. Para empezar, mucho depende del pa¨ªs en donde se publique su obra, de la lengua en que aparezca primariamente, del editor dispuesto a lanzarla al mercado y, por supuesto, de lo oportuna que sea. Cabe alegar que todas estas circunstancias pueden darse sin que el escritor haya realizado el menor esfuerzo con el fin de propiciarlas, pero esto es casi siempre un deseo. Muchas circunstaricias son favorables, porque el escritor ha hecho mangas y capirotes para que as¨ª sea -los lazos de amistad y, sobre todo, de inter¨¦s requieren, por lo conn¨²n, ser firme e intensamente cultivados- Pero, una vez alcanzada esta meta, quedan todav¨ªa bastantes obstaculos a franquear. Hay que neter la obra del escritor ante Ias rnarices de los posibles lectores (o compradores, que siempre coinciden), y a tal efecto no hay fin en el n¨²mero de posibles actividades a llevar a cabo: hay que estar presente en la presentaci¨®n de la obra, hay que hacer parabienes (o, en todo caso no demasiados paramales) a los cr¨ªticos. hay que prestarse (gustosarnente) a entrevistas, hablar en mesas redondas, meter se en circuitos televisivos, asistir a recepciones y, una vez en ellas, actuar como autor, no se vaya a creer que tino es un sim ple invitado... En suma, hay que dedicar tanto tiempo, y tanto nervio, a la mayor honra y gloria de un libro determinado que no queda mucho tiempo, y, al final, ni siquiera muchas ganas, de pensar en otro, o hasta de concentrarse realmente a fondo en una gran obra (o, de pensarse en un libro pr¨®ximo, ser¨¢ no s¨®lo con la intenci¨®n de ponerlo en movimiento, sino tambi¨¦n, y sobre todo, con el ¨¢nimo de oportunamente promoverlo).
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Si para evitar este cuerno del dilema el escritor decide que habent sua fata libelli o alguna otra c¨®moda y consoladora sentencia por el estilo, y est¨¢ dispuesto a seguir adelante contra viento y marea, ser¨¢n muchas las probabilidades de que su libro y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, su obra entera pasen, desapercibidos. Este otro cuerno del dilema puede parecer inofensivo si el impulso creador se impone definitivamente sobre cualquier otro, o si el escritor rumia que "escribe para el futuro" (o se consuela pensando que tal hace). Pero estos casos son raros y muchas veces no son casos, sino simples excusas. En la ¨¦poca actual, por lo menos, el otro cuerno resulta tan afilado que puede ser causa de muerte por hemorragia.
Indiqu¨¦ antes que no era f¨¢cil determinar en qu¨¦ consiste ser escritor. A?ado que tampoco es f¨¢cil saber qui¨¦n o qui¨¦nes pueden ser doblemente embestidos por nuestro dilema. Adem¨¢s de los escritores hay los artistas de toda laya, desde pintoras (y pintores) hasta actores (y actrices). En verdad, muchos de ellos est¨¢n m¨¢s sujetos a¨²n que los escritores a la doble amenaza del dilema. ?ste es, por supuesto, evitable de varios modos -entre ellos, por la adopci¨®n de la perspectiva c¨®smica, que los estoicos, siempre tan atentos a soslayar aflicciones, infatigablemente predicaron-. Pero a estas alturas uno no est¨¢ ya seguro de si tal perspectiva no, ser¨¢, a la postre, sino un mero consuelo. Los estoicos reconocer¨ªan que as¨ª es, pero ser estoico, en el sentido de esos venerables antiguos fil¨®sofos es algo que los modernos (y posmodernos) no acabamos de entender muy bien.
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