El espa?ol no es una lengua muerta
Leo, no sin asombro, en el elogio f¨²nebre a la marquesa Du Ch¨¢telet, que Voltaire, su amante, escribi¨® poco tiempo despu¨¦s de su muerte: "Desde la m¨¢s tierna edad hab¨ªa ella alimentado su mente leyendo a los grandes autores en m¨¢s de un idioma. Comenz¨® a traducir la Eneida. .. Aprendi¨® el ingl¨¦s, el italiano.,.". Aqu¨ª hago yo, no Voltaire, una pausa antes de la sorpresa: "Si hizo pocos progresos en espa?ol fue porque le dijeron que no hab¨ªa m¨¢s que un libro famoso en esa lengua, y era un libro fr¨ªvolo". Voltaire anota este desprecio, pero no lo califica, ni justifica. Aparentemente, para Voitalre, que no era un fr¨ªvolo, esta declaraci¨®n tan fr¨ªvola es aceptable. Es m¨¢s, era muy com¨²n en su tiempo en Francia. Tambien en Inglaterra y en lo que hoy llamamos Italia. S¨®lo en Alemania se ocupaban seriamente de la literatura y la lengua espa?olas, como atestiguan las obras de Schiller y las lecturas de Goethe. Pero Lichtenberg dec¨ªa que el espa?ol era el lat¨ªn del pobre.Este desinter¨¦s no es extra?o en los pa¨ªses europeos en que se habla otro idiorria. Pero ha sido igual de intenso en zonas del planeta donde el idioma vern¨¢culo es b¨¢sicamente el espa?ol. Me refiero, por supuesto, a M¨¦xico, a Am¨¦rica Central, a Suram¨¦rica. Un escritor como Borges, cuya lengua natural era el espa?ol y no el ingl¨¦s, su idioma ideal, se permiti¨® un desprecio elegante del espa?ol, y a veces un menosprecio magn¨ªfico. Dice Borges: "...paso a comentar una distinta equivocaci¨®n, la que postula lo perfecto de nuestro idioma y la imp¨ªa inutilidad de refaccionarlo". Lo declara el argentino nada menos que en su ensayo El idioma de los argentinos. Sigue as¨ª en su impunidad in¨²til: "Su mayor y solo argumento consta de las 60.000 palabras que nuestro diccionario, el de los espa?oles, registra". Hay aqu¨ª un error craso (el de las 60.000 palabras, que reduce el espa?ol a un mero esperanto desesperado) y una paradoja perjudicial: la que declara al espa?ol nuestro, es decir, tambi¨¦n suyo, y al mismo tiempo achaca el diccionario a los espa?oles, como una culpa ajena. El idioma llama dos veces.
Borborigmos de Borges: "La sinonimia perfecta es lo que ellos quieren, el serm¨®n, hisp¨¢nico". M¨¢s tarde, al acusar a los argentinos de vulgaridad al tratar de derivar un sermo vulgaris, el lunfardo, de otro idioma vulgar y sus german¨ªas, postula que no hay un "gran pensamiento o un sentir". Es dec¨ªr, una filosof¨ªa, en espa?ol, aunque se haya dicho mucho que en Espa?a el filosofar no lo han hecho los fil¨®sofos, sino los escritores. Borges se equivoca cuando concluye que no hay "una gran literatura po¨¦tica," en espa?ol.Luego se rectifica: "Confieso -no de mala voluntad y hasta con presteza y dicha en el ¨¢nimo- que alg¨²n, ejemplo de genialidad espa?ola vale por literaturas enteras: don Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes". Para morderse en seguida la lengua del Plata con una interrogaci¨®n maliciosa: "?Qui¨¦n m¨¢s?". Su corolario es que: " Difusa y no de oro es la mediocridad espa?ola de nuestra lengua". Hay, sin embargo, en esa frase una contradicci¨®n de t¨¦rminos que es elocuentemente voluntaria, y m¨¢s adelante su tono es casi cervantino al hablar de la lengua: "Un embeleco de que ninguna realidad es sost¨¦n".
En otra parte, en otro libro, Borges habla, no sin raz¨®n, de que un sin¨®nimo es la intenci¨®n de cambiar de idea con s¨®lo cambiar de sonido. Lo achaca al espa?ol y a los espa?oles, pero esa pretensi¨®n, bien le, s¨¦, ocurre en otros idiomas. O por lo menos en las tres lenguas en que puedo leer sin mover los labios, Borges, para su embarazo tard¨ªo, trata de defender un d¨ªalecto, el argent¨ªrio, a costa de un idioma, el espa?ol. Debo confesar que no s¨®lo Borges ha cometido ese crimen de Am¨¦rica. Yo mismo, en una nota editorial a Tres tristes tigres, acometo esa tarea mayor. ?Por qu¨¦ denostar un idioma para elogiar un dialecto? Eso ocurri¨® hace 20 a?os, y hoy d¨ªa lo veo como una vana presunci¨®n. Yo no quer¨ªa escribir en un d¨ªalecto, sino en un exclusivo idioma universal. Quer¨ªa para m¨ª la posibilidad del esperanto en la realidad del espa?ol. Pero, ?a qu¨¦ escribir en cubano, una lengua muerta para m¨ª? Era como el lat¨ªn de Lichtenberg sin su idoneidad. Fue as¨ª que decid¨ª buscar en el ¨ªngl¨¦s lo que no hab¨ªa hallado en el espa?ol.
Pero ahora, repudio las agresiones de Borges. Si las cit¨¦ arriba es porque le¨ª que es una eminencia nada gris del idioma: su espa?ol es ya cl¨¢sico. No ha habido desde la muerte de Calder¨®n, en 1681, otro escritor en espa?ol de la consecuencia universal de Borges. No admitirlo o negarlo es un mero acto de soberbia o de envidia literaria. Borges, adem¨¢s, es el ¨²nico escritor que ha escrito en espa?ol en el siglo XX que ser¨¢ le¨ªdo seguro en el siglo XXI. Su influencia fuera del ¨¢rea del idioma se ha hecho cada vez mayor. Cuando llegu¨¦ a Inglaterra apenas si nadie lo conoc¨ªa, y sus traducciones eran publicadas en breves libros escogidos que s¨®lo se vend¨ªan en la trastienda: los libreros los propon¨ªan como pornograf¨ªa pura. Veinte a?os despu¨¦s, no pasa un d¨ªa sin que se le cite en la Prensa inglesa, del Times al Standard, y cr¨ªticos que apenas saben pronunciar su nombre (lo convierten en un escandinavo: Borg) lo invocan en la radio y en la televisi¨®n. Como la Coca-Cola, Borges is it!
Escog¨ª citar a Borges porque no era posible llevar las quejas como bru?idas lanzas contra un idioma que era, que es, no s¨®lo un instrumento de trabajo para muchos escritores, un medio de comunicaci¨®n para todos de los Pir¨ªneos y m¨¢s all¨¢ de los Andes y un placer para los que sabemos que, como idioma, tendr¨¢ sus defectos, inconveniencias y extra?as man¨ªas (?por qu¨¦ la ch es otra letra?), pero como un alba mater, ese idioma del amanecer de la conciencia, esa lengua madre que nos limita pero nos define, que nos alienta y nos deja sin aliento, que nos pone obst¨¢culos para saltarlos en una steeplechase (lo siento, no encuentro la traducci¨®n) verbal en un eterno ret¨®rico.
Somerset Maugham tal vez ten¨ªa raz¨®n. Dijo, reuniendo facta y verba, lo contrario de Voltaire: "El espa?ol es la mayor creaci¨®n literaria de los espa?oles". Reduc¨ªa a todos los escritores espa?oles a un solo libro, el diccionario, pero suena cierto. Una vez escrib¨ª en un libro que nadie recuerda una frase provocativa. Nadie hizo el m,enor caso, pero la declaraci¨®n se volvi¨® escandalosa al repetirla por televisi¨®n a?os m¨¢s tarde: "El espa?ol es demasiado importante para dejarlo en manos de los espa?oles". Hab¨ªa aqu¨ª un ¨¦nfasis demasiado pol¨¦mico, pero era lo que cre¨ªa. Es lo que creo todav¨ªa, pero de diferente, manera. ?Me explico?
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Tal vez no. Vamos a ver si corro mejor suerte en el pr¨®ximo p¨¢rrafo.
Espa?a no estaba realmente interesada en su imperio de Am¨¦rica. No por lo menos en el siglo XIX, cuando el imperio hac¨ªa agua. La hostilidad y chacota de Pepe Botella, las m¨¢s serias guerras napole¨®nicas y la restauraci¨®n de los Borbones convirtieron a la breve Rep¨²blica en un himno de riesgo y f¨¢cil entonaci¨®n. Nadie, a pesar de las guerras suramericanas, se interesaba de veras por Suram¨¦rica, y la "Siempre Fiel Isla de Cuba" era s¨®lo un lema para cubanos cr¨¦dulos y consuelo de imperialistas. Ni un solo espa?ol, a pesar de las tropas de ocupaci¨®n, libr¨® una sola batalla por el idioma espa?ol, dejado en manos (o en boca) de indios, indianos sin fortuna, mulatos y una estirpe de seudopatricios que se hac¨ªan llamar, extra?amente, criollos. Creole viene del franc¨¦s, y en ingl¨¦s del sur de Estados Unidos era un mestizo de blanco y de negro que cuando eran mujeres sol¨ªan tener una gracia especial para bailar el rigod¨®n, danza en dos por cuatro que alegran las comedias de la Metro, donde Ingrid Bergman era una creole t¨ªpica. Eri Cuba, Venezuela, Colombia, Per¨² y Argentina, un criollo era un hijo de espa?ol, que es blanco, pero m¨¢s americano que los abor¨ªgenes. Espa?a, la madre patria, siempre consider¨® a sus hijos de Am¨¦rica como d¨ªscolos o, en el peor de los casos, como desafectos. Es decir, contrarios, opuestos. As¨ª, el idioma espa?ol de Am¨¦rica, cuando no estaba contaminado por chibchas o cholos, era una mezcla de ?frica y su peor herencia, los esclavos que, como se sabe, eran culpables de la esclavitud (sin esclavos no hay trata) y todo lo que tra¨ªa consigo: mal color, mal olor, mal habla. En Cuba, los esclavistas (es decir, toda la poblaci¨®n blanca de la isla) consideraban que el otro, cuando no ten¨ªa de congo ten¨ªa de carabali. Por otra parte, el populacho (los esclavos o hijos o nietos de esclavos) padec¨ªa raras aspiraciones peninsulares y sol¨ªa exclamar a la hora de la siesta: " ?Ah, qui¨¦n fuera blanco, aunque fuera catal¨¢n!" (el catal¨¢n era el ¨²nico blanco que trabajaba en Cuba). El idioma, naturalmente, aspiraba tambi¨¦n a ser blanco, aunque, tal vez atemorizado por un grabado de Pompeu Fabra que ilustraba su gram¨¢tica, no aspiraba a la catalanidad. As¨ª, en Cuba, la isla que conozco, el idioma no es exactamente mestizo. Se le podr¨ªa definir con el dilema de la cebra. ?Son rayas negras sobre fondo blando, o rayas blancas sobre fondo negro?
En Espa?a hay gente que se asombra (me ha pasado no s¨®lo en la imperial Madrid, sino en la moz¨¢rabe Sevilla y en la celta Santiago, pero no me ha pasado nunca en Barcelona) de que yo hable espa?ol m¨¢s o menos inteligible. S¨¦ que hay gente que todav¨ªa se admira de que lo escriba. Pero hay en todo caso algo en el idioma de los cubanos que no es exactamente espa?ol. Lo mismo ocurre en M¨¦xico, en Colombia, en Per¨². La lengua es blanca, pero con rayas negras. ?O es al rev¨¦s, como ocurre en Bolivia y en Paraguay, ind¨ªgenas biling¨¹es? En el ¨²nico pa¨ªs donde no hay mestizaje idiom¨¢tico en Am¨¦rica es, ?qui¨¦n lo dir¨ªa?, Argentina. All¨ª el dialecto es esa jerga atroz, el lunfardo, mezclado con el vesre, que Borges califica de colegial, y letras de tangos literarios y cursis. Es esta olla podrida que Borges atacaba por el extra?o m¨¦todo de desacreditar el espa?ol. Es como abofetear a la madre para hacer callar al ni?o que llora. Ahora yo tambi¨¦n quiero denunciar las german¨ªas, incluso la que fue m¨ªa, sobre todo esa m¨ªa.
El espa?ol, me parece, es un idioma demasiado importante para dejarlo en manos de los catalanes. Hay que impedir por todos los medios que Terenci Moix escriba en espa?ol. O por lo menos que no le premien por cometer un crimen de lesa lengua.
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