La instituci¨®n es un jard¨ªn
La Real Academia Espa?ola es un invento ilustrado que pronto cay¨® en manos de la revoluci¨®n rom¨¢ntica. Su fundador, don Juan Manuel Fern¨¢ndez Pacheco, marqu¨¦s de Villena, la copi¨® del modelo franc¨¦s, que aquello s¨ª que era despotismo de verdad, aunque ilustrad¨ªsimo. En realidad, academias, desde la griega -que no era m¨¢s que un jard¨ªn-, las hab¨ªa habido siempre, sobre todo privadas; proliferaron en la baja Edad Media y en la Italia renacentista, pero al final no eran ya m¨¢s que una sucesi¨®n de grupos de amigos que se divert¨ªan juntos.Uno de los acad¨¦micos m¨¢s multiempleado -perteneci¨® a todas las academias y tambi¨¦n era mucho m¨¢s divertido de. lo que se dice-, don Marcelino Men¨¦ndez Pelayo, hablaba con sorna de los principios de la Real Academia Espa?ola, que, acog¨ªa y premiaba desde el principio a los escritores menos acad¨¦micos. Quedaban fuera, por ejemplo, Tom¨¢s de Iriarte o el propio Morat¨ªn. El "limpia, fija y da esplendor" sucedi¨® a la inscripci¨®n en los griegos jardines de Akademos: "No entre aqu¨ª quien no sea ge¨®metra". En realidad, aquel invento ilustrado, con ra¨ªces neocl¨¢sicas y afrancesadas, cay¨® pronto en manos de los rom¨¢nticos: bien moderados, como Mart¨ªnez de la Rosa; bien furibundos, como el primer duque de Rivas. Pero no pudo acoger a los m¨¢s grandes, que todos murieron temprano, como B¨¦cquer, Espronceda o Larra.La etapa realista y de finales del XIX fue la de la consagraci¨®n; los grandes escritores entraban sin remedio, desde don Juan Valera, que entr¨® muy pronto y sin haber publicado gran cosa todav¨ªa -es un precedente-, hasta Alarc¨®n y Gald¨®s; pero dejaron en puertas a Clar¨ªn y a su Regenta, mientras do?a Emilia Pardo Baz¨¢n se desga?itaba llamando a la puerta. Ya se sabe que la misoginia de la Real Academia Espa?ola dur¨® hasta anteayer, cuando entraron Carmen Conde y Elena Quiroga.
Lo cierto es que la Academia tiene sus tradiciones: en su seno siempre tiene que haber un militar, un obispo y un grande de Espa?a. Ya no se impide la entrada a las mujeres, y en ello hasta precedi¨® a la Academia Francesa, que m¨¢s tarde permiti¨® la entrada de Marguerite Yourcenar. Pero hay otra tradici¨®n m¨¢s terrible. Para entrar en ella hay que presentarse; bien es verdad qu_ e es una terna de acad¨¦micos la que presenta al candidato, pero en realidad la iniciativa tiene que partir de este ¨²ltimo, y no s¨¦ si todav¨ªa se sigue practicando la benem¨¦rita costumbre de las visitas, en las que el aspirante va de acad¨¦mico en acad¨¦mico solicitando su voto. Qu¨¦ trago.
En realidad, los franceses son mucho m¨¢s r¨ªgidos, y en su academia nunca entraron Jean Paul Sartre, Albert Camus o Andr¨¦ Malraux. El orgulloso Montherlant oblig¨® a los acad¨¦micos a que fueran a solicitar su presencia entre ellos. Paul Morand no pudo entrar hasta que no desapareci¨® el general De Gaulle, que lo vet¨® insistentemente. En Espa?a don Marcelino mand¨® mucho, y despu¨¦s de ¨¦l don Ram¨®n Meri¨¦ndez Pidal, que la gobern¨® durante mucho tiempo y la orient¨® en gran medida por los caminos . que ahora recorre, tras la sucesi¨®n de D¨¢maso Alonso. La Academia prefiri¨® primero a los rom¨¢nticos, despu¨¦s a los novelistas, hasta que entraron en tromba los dramaturgos; pero ahora han dejado paso a los poetas y a los profesores. En la generaci¨®n del 98 entraron Azor¨ªn y Baroja -que caus¨® sensaci¨®n con frac- y Machado se qued¨® en puertas, pues no lleg¨® a leer el discurso de ingreso. Pero Unamuno y Valle-Incl¨¢n se quedaron fuera. Ricardo Le¨®n ha sido el acad¨¦mico m¨¢s joven, pero ni Gabriel Mir¨® ni G¨®mez de la Serna pudieron seguirle. Ortega y Gasset nunca lleg¨® a serio.Despu¨¦s de la guerra, tras el ¨ªnterin presidencial de Pern¨¢n, impuesto por Franco, pero que supo retirarse para que volviera Meri¨¦ndez Pidal, fueron los profesores y ling¨¹istas y los restos de la generaci¨®n po¨¦tica del 27 quienes tomaron el poder: Aleixandre, Gerardo Diego, D¨¢maso Alonso, con la prolongaci¨®n de Luis Rosales; pero quedaron fuera Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Pedro Salinas y Jorge Guill¨¦n, aparte de Lorca y Miguel Hern¨¢ndez, claro est¨¢. De la llamada literatura del exilio s¨®lo Francisco Ayala ha podido romper la barrera, aunque le disgusta que identifiquen su obra -y su persona con una coyuntura pol¨ªtica que no lo define. Tiene raz¨®n. Rosa - Chacel no pudo forzar la puerta tampoco. El falangista S¨¢nchez Mazas tampoco lleg¨® a leer el discurso de ingreso jam¨¢s. Cela y Delibes, como m¨¢s tarde Torrente Ballester, entraron por la puerta grande, as¨ª como Buero Vallejo, Bouso?o y Garc¨ªa Nieto, entre los poetas, Zunzunegui y Halc¨®n entre los narradores, y Joaqu¨ªn Calvo Sotelo y L¨®pez Rubio entre los dramaturgos; pero quedaban fuera Blas de Otero, Gabriel Celaya y siempre Rafael Alberti, el gran bald¨®n, la gran ausencia incomprensible. ?Y Bergam¨ªn? La Academia huye la pasi¨®n. Es moderada.
La¨ªn Entralgo y Antonio Tovar, junto con Fernando L¨¢zaro y ahora Francisco Rico, renuevan el sector profesoral; mientras Aranguren sigue fuera y Tierno no podr¨¢ entrar ya jam¨¢s. La gran sorpresa, la m¨¢s significativa, fue la entrada de Pere Gin¨ªferrer, pues la generaci¨®n de los novisimos se saltaba a la intermedia, a la de los realistas, donde siguen las cuentas pendientes. La de Aldecoa es definitiva, mientras ah¨ª siguen Jos¨¦ ?ngel Valente, Gil de Biedrna, Claudio Rodr¨ªguez, Carmen Mart¨ªn Gaite, Rafael S¨¢nchez Ferlosio, Juan Benet -que s¨ª ha tenido ganas demostradas, frente a otros que no se presentar¨¢n jam¨¢s- o Juan y Luis Goytisolo. Pero toda enumeraci¨®n es siempre un error; todo cat¨®logo, una acumulaci¨®n de sinsentidos, tanto de los presentes como de los ausentes. Gide, Sartre, Beckett y Faulkner son premios _Nobel; pero no lo son Tolstoi, Proust, Kafka y Joyce. En todo jard¨ªn hay flores y maleza, que le vamos a hacer.
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