Algo se mueve en el museo
La multiplicaci¨®n de los museos en el mundo confirma que algo se mueve en el universo del museo. El acelerado desarrollo tecnol¨®gico de estas residencias del pasado -y del presente- de la cultura proporciona cada d¨ªa mayores medios materiales para la creaci¨®n de nuevos ¨¢mbitos para este culto a la historia de la imaginaci¨®n. Este chequeo al museo ha sido escrito por Francisco Calvo Serraller, cr¨ªtico de arte de EL PAIS, profesor de Historia del Arte en la Complutense y autor del libro Espa?a, medio siglo de vanguardia, publicado en 1986 por la Fundaci¨®n Santillana.
Quien contabilice el n¨²mero de nuevos museos que han abierto sus puertas en los ¨²ltimos 15 a?os tendr¨¢ forzosamente -que concluir que algo est¨¢ pasando en el mundo del arte. De Par¨ªs a Los ?ngeles, por citar s¨®lo. los ¨²ltimos acontecimientos al respecto -el Museo del Siglo XIX, instalado en la antigua Gare d'Orsay, y el Museo, de Arte Contempor¨¢neo, edificado de nueva planta en la ciudad californiana-, pr¨¢cticamente no hay un mes en que no se inaugure un gran museo en alguna parte. de nuestro planeta. Esta vertiginosa multiplicaci¨®n, asombrosa por el ritmo de crecimiento num¨¦rico, confirma, sin embargo, el ya t¨®pico papel asignado a los museos como templos de la sociedad moderna secularizada, cuyo acelerado desarrollo tecnol¨®gico proporciona, por su parte, cada vez m¨¢s medios materiales para la creaci¨®n de nuevos ¨¢mbitos para este singular culto y, sobre todo, el tiempo fibre necesario para rezar en ellos. Estoy refiri¨¦ndome, en definitiva, a la religi¨®n de la cultura en la llamada sociedad del ocio.LA ?LTIMA GENERACI?N
De todas formas, los museos de la ¨²ltima generaci¨®n, que es como se titula un libro sobre este tema recientemente publicado en nuestro pa¨ªs, no responden a una concepci¨®n b¨¢sica diferente de la que originalmente alumbr¨® a sus precedentes hist¨®ricos ni cumplen otra misi¨®n distinta, aunque s¨ª han visto sustancialmente aumentados sus problemas t¨¦cnicos, funcionales y est¨¦ticos. Dejar¨¦ aqu¨ª de lado los primeros para centrarme en lo que hoy se quiere expresar con la f¨®rmula de museos vivos.
?No hay, empero, algo de paradoja en los propios t¨¦rminos de esa f¨®rmula? La paradoja parece consustancial al esp¨ªritu moderno; pero, adem¨¢s, cuando alguien piensa en un museo vivo, lo que de verdad se est¨¢ imaginando es una instituci¨®n que no se limita simplemente a la provisi¨®n, estudio y conservaci¨®n de unos fondos, sino que se preocupa tambi¨¦n de la proyecci¨®n social masiva de los mismos.
La obligaci¨®n militante de captar un p¨²blico cada vez m¨¢s amplio, que es un principio de ¨¦tica pol¨ªtica en los modernos Estados democr¨¢ticos, ha requerido la transformaci¨®n del sentido conmemorativo de los museos tradicionales por otro de car¨¢cter espectacular, como el culto democr¨¢tico de los primeros cristianos, valga la extrapolaci¨®n, condicion¨® la elecci¨®n de las bas¨ªlicas civiles romanas como lugares de asambleas masivas frente al modelo de los templos paganos, en los que no se produc¨ªan concentraciones de fieles.
De esta manera, de la triple funci¨®n heredada como monumentos conmemorativos, almacenes y laboratorios, que justifican, el aire vetustamente solemne de los museos tradicionales, se ha pasado a una dimensi¨®n de espect¨¢culo, que cada vez condiciona m¨¢s el fondo y la forma de los nuevos museos.
Espect¨¢culo: creo, s¨ª, que ¨¦ste es el t¨¦rmino clave para describir a los museos de la ¨²ltima generaci¨®n, que as¨ª se aproximan a la esencia de lo moderno casi hasta el punto de identificarse con ella. Con esta nueva concepci¨®n de lo espectacular se ha pretendido, por otra parte, terminar con el carisma ideol¨®gicamente antimoderno de los museos como sedes de lo intemporal. Se trata, pues, de un proceso de seculanizaci¨®n radical, que pretende hacer unos museos aut¨¦nticamente modernos o, lo que es lo mismo, unos museos temporalizados, mudables, polivalentes, espectaculares.
Un programa de modernizaci¨®n y de democratizaci¨®n de un museo debe dedicar un importante apartado al ¨¢rea de servicios, pero una cosa es dotar a una instituci¨®n con los servicios modernos que precise, modernizarla, en efecto, y otra, muy distinta, que sea en s¨ª misma moderna. Por eso la remodelaci¨®n de los edificios de los museos tradicionales cumpl¨ªa con su misi¨®n en todo menos en lo esencial desde un punto de vista simb¨®lico: modernizados o no, tales edificios no parec¨ªan modernos. El sue?o dorado de una m¨¢gica hora cero, instal¨¢ndose m¨¢s all¨¢ de la historia y de sus no resueltas contradicciones, estimul¨® de nuevo la imaginaci¨®n moderna y gener¨® la correspondiente ideolog¨ªa tambi¨¦n en este campo de la muse¨ªstica.
Brevemente, he aqu¨ª las claves de esta ideolog¨ªa: un museo s¨®lo pod¨ªa ser moderno si estaba dotado de una estructura que lo fuera funcional y simb¨®licamente. Lo mismo que, llegado el caso, lograr dotar de una nueva dimensi¨®n espectacular a un museo no consistir¨ªa simplemente en proveerle de aquellos medios que lecapaciten para dar espect¨¢culos, sino que el propio edificio sea por s¨ª un espect¨¢culo. Es lo que Ignasi Sol¨¢-Morales ha explicado con total claridad de la siguiente manera: "S¨®lo en las sociedades modernas, donde el arte y el conocimiento son valores aut¨®nomos, puede y debe existir un dispositivo cuya principal finalidad sea la de interpretar esas realidades".
DOGMA RESPLANDECIENTE
Ese dispositivo -es obvio- es la arquitectura, como disciplina profesional -t¨¦cnica, est¨¦tica y corporativamente- aut¨®noma. En resumidas cuentas, que el ser moderno a un museo s¨®lo se lo da su arquitectura. Este dogma resplandeciente y abrasador es el que ha situado en el centro mismo del destino de los museos a los arquitectos, los aut¨¦nticos demiurgos de la modernidad museol¨®gica, sus legisladores carism¨¢ticos. Y nadie.podr¨¢, desde luego, negarles el entusiasmo con que han abrazado esta tarea.
No simplemente un s¨ªmbolo, sino hasta un s¨ªmbolo elevado ala categor¨ªa de mito, el Centro Georges Pompidou posee un valor emblem¨¢tico e iluminador para la situaci¨®n que estamos tratando de analizar. La extrema polivalencia de su espacio interior y su agresiva apariencia tecnol¨®gica ayudaron a afianzar su prestigio social como s¨ªmbolo m¨ªtico de un nuevo modelo de museo descaradamente moderno y espectacular. Nunca, sin embargo,- se hubiera podido imaginar que lo idealmente planificado en su dise?o pudiera condicionar tan dr¨¢sticamente su uso.
Me explicar¨¦. Dise?ado por los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers, la estructura finalmente terminada del Centro Pompidou est¨¢ dominada por una escalera mec¨¢nica sobresaliente, que recorre, en un ritmo pautado de tramos ascendentes, toda la fachada, escalera cuyo movimiento continuo resalta sobre el fondo de la tupida malla met¨¢lica del edificio, un compacto bloque' fabril con un aire de tecnolog¨ªa gal¨¢ctica. Pues bien, partiendo no de ninguna estad¨ªstica ni encuesta, sino de una observaci¨®n atenta y reiterada, he podido comprobar que una parte sustancial del p¨²blico visitante se limita a recorrer, sin detenerse, toda la escalera mec¨¢nica
Algo se mueve en el museo
hasta acceder a la ¨²ltima planta, donde, c¨®modamente sentado en la cafeter¨ªa, puede contemplar, gracias a sus paredes transparentes, una excelente panor¨¢mica de Par¨ªs. ?Una nueva torre Eiffel!No precisamente museo de la ¨²ltima generaci¨®n ni, por supuesto, tan agresivamente espectacular, aunque no menos radical que el Pompidou en sus planteamientos, el Museo Guggenheim, de Nueva York, dise?ado por uno de los mejores arquitectos de nuestro siglo, Frank Lloyd Wright, provoca el desasosiego de cualquier visitante que pretenda distraerse con las obras que cuelgan en sus paredes y no se limite alejarse llevar por la magia de la espiral interior, en este caso recorriendo la suave pendiente de sus anillos.
La dimensi¨®n escenogr¨¢fica y espectacular de una arquitectura de museos, enf¨¢ticamente moderna, puede llegar, por tanto, a la parad¨®jica situaci¨®n de convertirse ella misma en el contenido, en un fastuoso mausoleo para nada. De esta manera, la anhelada polivalencia de las plantas libres del Pompidou, por cuya defensa se justificaba el aspecto interno de desolado e inh¨®spito hangar, se ha visto en seguida puesta en entredicho y se ha tenido que acudir a una reforma de las salas para su colecci¨®n permanente, encargada a la dise?adora italiana Gae Aulenti. Esta decisi¨®n no ha estado, por lo dem¨¢s, motivada por un rechazo popular del edificio, sino por la constataci¨®n de que en esa estructura el p¨²blico cumpla satisfactoriamente su misi¨®n subiendo una escalera y viendo el panorama, pero no tratando de aproximarse como es debido a las obras de arte que atesora.
La conversi¨®n del museo en una escenogr¨¢fica obra de arte total, por utilizar el planteamiento de Johannes Cladders en defensa del Museo Municipal de M?nchengladbach que encarg¨® a Hans Hollein, no podr¨¢ salvar jam¨¢s las propias contradicciones de una pieza teatral, espectacularmente montada, pero sin argumento. El continente no puede rivalizar con el contenido, lo que supone no s¨®lo no estorbar la contemplaci¨®n de las obras, sino crear un ¨¢mbito positivamente adecuado para ellas. En este sentido, una operaci¨®n ejemplar en m¨²ltiples aspectos, como el Museo Picasso, de Par¨ªs, realizada por un arquitecto -Roland Simounet- tan concienzudo como incapaz para entender la obra del genial artista malague?o, constituye todo un asesinato est¨¦tico. Picasso queda all¨ª definitivamente despojado de sus cualidades y embalsamado en una perfumada hornacina, que, sin embargo, hubiese resultado perfecta para un Boucher, un Dufy y hasta un Matisse. El problema no est¨¢ generado tanto por la elecci¨®n del hotel Sal¨¦, un edificio hIst¨®rico, sino por la inconveniencia del tratamiento que se le dio como marco para Picasso.
El espect¨¢culo de la modernidad exige su renovaci¨®n constante, pero un traje se cambia con m¨¢s facilidad que un museo. En el fondo y en la forma de este arbitrismo est¨¦tico, que enfrenta artificialmente el aura de la obra de arte con el aura del espacio arquitect¨®nico que la cobija, hay no poco del sue?o que todo el mundo alberga de convertirse en un Malraux pegando fotos en su museo imaginario, con la tremenda diferencia de que un libro no se hace con cemento ni, por supuesto, todos los mortales, por el hecho de serlo, nos parecemos a Malraux.
NOBLES EDIFICIOS
La experiencia acumulada nos demuestra que todos los caminos son aptos, en principio, para equivocarse. Museos ole nueva planta, modernos y espectaculares sin cortapisas, pueden volverse r¨¢pidamente obsoletos, al igual que nobles edificios cargados de historia se han convertido muchas veces en aut¨¦nticos cementerios del arte. Es una conquista apasionante, plenamente asumida en la actualidad, la falta de prejuicios para afrontar libremente cualquier tipolog¨ªa constructiva y hacer, a partir de ella, un museo. As¨ª, desde una vieja iglesia a una estaci¨®n de ferrocarril pueden servir para crear un museo, por aprovechar los ejemplos de la Whitechapel Art Gallery, de Londres, o el Museo de la Gare d'Orsay, y a¨²n la lista de remodelaciones posibles se nos queda corta. Pi¨¦nsese, por ejemplo, en algunos casos recientes de nuestro pa¨ªs, como el Centro Reina Sof¨ªa o el Museo de la Ciencia de Barcelona. La creaci¨®n de museos de nueva planta tambi¨¦n se ha multiplicado, logr¨¢ndose ¨¦xitos y fracasos en la misma proporci¨®n.
Asumida, pues, nuestra, condici¨®n de modernos y el papel que han de desempe?ar los museos en nuestra sociedad secularizada, quiz¨¢ convenga recordar que ¨¦stos son un asunto demasiado serio y complejo como para entregarlo sin m¨¢s a cualquier clase de especialistas, sean conservadores, arquitectos o gestores pol¨ªticos.
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