Jugar con fuego
El mal viene de lejos y muy probablemente hunde sus ra¨ªces en el terreno econ¨®mico. A diferencia de Francia o Inglaterra, la falta de una burgues¨ªa expansiva deslig¨® la pol¨ªtica colonial espa?ola, ya, en el pasado siglo, de los intereses reales del pa¨ªs. Nuestra proyecci¨®n extrapeninsular respondi¨® a partir de entonces exclusivamente, en el contenido y en las formas, a la orientaci¨®n defensiva de un Estado y de unos grupos de inter¨¦s -econ¨®micos, militares- de naturaleza olig¨¢rquica. Hasta el punto de que las tropas coloniales no acabaron sirviendo para conquistar nuevos mercados, sino para ocupar el territorio nacional en la guerra civil. Los efectos se hicieron sentir, asimismo, en el modo de enfrentar las disidencias respecto a la dominaci¨®n espa?ola. El an¨¢lisis de las situaciones concretas y la puesta en marcha de procesos de captaci¨®n cedi¨® siempre paso a la afirmaci¨®n de principios, basada en la unidad nacional, de la cual surg¨ªa no menos inevitablemente la confrontaci¨®n bipolar. Nuestro s¨ªmbolo fue Weyler y no Lyaotey. De Cuba y Santo Domingo a Marruecos y al S¨¢hara, la escena se repite: el discurso sobre, el honor nacional deja fuera los intereses nacionales. Y bajo una u otra forma sobreviene el desastre. El argumento parec¨ªa agotado con la lamentable liquidaci¨®n de nuestra ¨²ltima colonia en el pacto de Madrid de 1975. Pero ahora viene inesperadamente a resurgir desde dentro con el estallido de la cuesti¨®n musulmana en Melilla. Un tema interno, pero con claras connotaciones exteriores.Cenviene tomar en consideraci¨®n, de entrada, todos los elementos del conflicto y, en primer t¨¦rmino, asumir la fundamentaci¨®n de unas reivindicaciones narroqu¨ªes que no difieren mucho en su naturaleza de las espa?olas sobre Gibraltar, ya que en ambos casos se trata, de eliminar los residuos de una situaci¨®n anacr¨®nica. Recordemos que la presencia espa?ola en Melilla y en Ceuta tiene por origen la pol¨ªtica expansionista de los reinos peninsulares sobre el norte de ?frica de los siglos XV y XVI. En t¨¦rminos estrat¨¦gicos, tal expansionismo se vio frenado en 1578 por la derrota del rey portugu¨¦s Sebasti¨¢n en Alcazarquivir, quedando desde entonces la ocupaci¨®n luso-espa?ola restringida a una serie de puertos fortificados, de los cuales unos ir¨¢n siendo recuperados por Marruecos (Arcila, Larache y T¨¢nger a finales del siglo XVII, la fortaleza de Mazag¨¢in en 1679) en tanto que Ceuta y Melilla se mantienen como ciudades espa?olas incluso cuando en nuestro siglo desaparece el doble protectorado franco-es-pa?ol. En ambos casos, la funci¨®n de las plazas ha sido esencialmente militar, lo que se refleja en la inexistencia de una articulaci¨®n efectiva con el hinterland marroqu¨ª. Nada tiene, por consiguiente, de extra?o que impere en medios marroqu¨ªes una conciencia irredentista, de contenido, estrictamente paralelo a la que impera en Espa?a con relaci¨®n a la Roca. Son plazas militares de A enquistadas en el territorio nacional de B en raz¨®n de unas circunstancias hist¨®ricas muy distantes de las actuales.
Claro que en el esquema anal¨ªtico han de entrar necesariamente otros elementos. Cabe entender que los intereses de tipo estrat¨¦gico militar relativos al estrecho bloqueen todo debate sobre el estado de Ceuta mientras persista el actual callej¨®n sin salida en el tema gibraltare?o, y ello arrastra a Melilla, puesto que es inconcebible una separaci¨®n de ambas a la horade resolver el embrollo. Y est¨¢, en fin, la cuesti¨®n de unas poblaciones de los enclaves que l¨®gicamente rechazan todo cambio -lo mismo en Gibraltar que en Ceuta y Melilla- y que expresan ese rechazo con una angustia y una violencia no menos explicables ante cualquier perspectiva de modificaci¨®n. Tampoco esto es nada nuevo bajo el sol.
Lo que s¨ª resulta ins¨®lito es la miop¨ªa puesta de relieve por parte de los medios gubernamentales de Espa?a al mostrarse incapaces de superar ese enfoque particularista en el tratamiento desde Madrid del tema de las minor¨ªas musulmanas de las dos ciudades. Incluso desde el ¨¢ngulo del m¨¢s descarnado maquiavelismo, resultaba evidente que la ¨²nica v¨ªa para preservar el soporte sociol¨®gico de la espa?olidad, una vez aceptada la instalaci¨®n de marroqu¨ªes, consist¨ªa en la integraci¨®n plena de dichas minor¨ªas en la vida pol¨ªtica de ambas plazas, mediante un escrupuloso reconocimiento de su especificidad cultural y religiosa y jugando con la baza de las ventajas econ¨®mico-sociales de la pertenencia a Espa?a. Tal ha sido y es el gran resorte que, por ejemplo, explica la supervivencia de los territorios de ultramar en el marco de la soberan¨ªa francesa. Por supuesto. la captaci¨®n tiene un precio, y no pagarlo abre el camino de una fractura de la. convivencia, que en nuestro caso encuentra referentes inmediatos en los ¨®rdenes religioso y pol¨ªtico. Ah¨ª est¨¢ el papel jugado en el origen de la crisis presente por el tema de las dificultades para alcanzar la ciudadan¨ªa espa?ola. Luego, una vez suscitado el conflicto, resulta rasgarse las vestiduras ante u?a posible infiltraci¨®n -o utilizaci¨®n- de signo, nacionalista marroqu¨ª. Y menos inteligente es aun deslizarse por la pendiente de una represi¨®n susceptible de ahondar la fosa entre espa?oles y musulmanes residentes haciendo llegar la posici¨®n de los segundos a un punto de no retorno: nada hay mejor que los m¨¢rtires para incentivar el sentimiento nacionalista. Por ¨²ltimo, de ser cierta la informaci¨®n seg¨²n la cual autoridades espa?olas designan a los dirigentes musulmanes no gratos por sus apodos, como si de delincuentes comunes se tratara, y que sus detenciones llegan a hacerse incluso sin mandamiento judicial, nos encontrar¨ªamos ante otros tantos signos de una torpeza tal que estar¨ªa plenamente fundamentado el inmediato relevo de los responsables. Queremos decir de los aut¨¦nticos responsables.
En cualquier caso, todo elemento de represi¨®n no sirve m¨¢s que para dar pie a la versi¨®n marroqu¨ª de que existe un r¨¦gimen de opresi¨®n colonial intolerable en Ceuta y Melilla, propiciando de paso la entrada en juego del Gobierno de Hassan II. Y hablamos de juego porque a la luz de la reciente entrevista a alto nivel est¨¢ claro que unos saben jugar y otros no. Por no hablar de la separaci¨®n irreversible de las dos comunidades. Urge, pues, ?in viraje profundo, basado en el principio de la integraci¨®n, as¨ª como en el reconocimiento de la legitimidad de cualquier opci¨®n pol¨ªtica de los musulmanes y en su canalizaci¨®n democr¨¢tica. No es tiempo hist¨®rico para reproducir a escala reducida el penoso episodio de los voluntarios espa?oles en la Cuba del siglo XIX.
Aun rectificando, el fondo del problema quedar¨¢ en pie tras la sucesi¨®n de dislates vivida en los ¨²ltimos meses. Pero por lo menos se frenar¨ªa un proceso de degradaci¨®n hacia la violencia cuya desembocadura es dif¨ªcilmente previsible. Tal y como indic¨¢bamos al principio, sobran ya en nuestra historia contempor¨¢nea, de las Antillas al S¨¢hara, graves tropiezos motivados por lo que este peri¨®dico subray¨® hace unos d¨ªas: la actitud de negar la realidad.
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