La democracia televisiva
El reciente debate sobre el estado de la naci¨®n ha puesto al descubierto, entre otras muchas cosas, el Ir¨¢n impacto que las novedades del progreso tecnol¨®gico producen en los mecanismos institucionales del pasado, al revolucionar las premisas de su original funcionamiento.La pantalla televisiva extiende el ¨¢mbito espacial del sal¨®n del Congreso de los Diputados a toda la naci¨®n. Los discursos y las r¨¦plicas se verifican ante millones de ciudadanos y no simplemente en presencia de 350 diputados. Cualquiera puede, desde su habitaci¨®n, escuchar lo que explica el jefe del Gobierno y lo que critican sus opositores. Pero ocurre que tambi¨¦n llegan a los dispersos contempladores los primeros planos que las c¨¢maras obtienen de los personajes clave del debate en los momentos en que se habla de ellos o de su labor en los ministerios correspondientes.
Y, en esos segundos, los gestos son mas elocuentes que las palabras. La tele -como el cine- se alimenta en mayor cuant¨ªa de los rasgos o actitudes de la fisonom¨ªa, o del movimiento del cuerpo o de los brazos, que del mismo flujo de las palabras. Y eso es, en definitiva, lo que se graba en la memoria visual de los videntes.
El aparente desd¨¦n
Me llam¨® la atenci¨®n, durante un debate readiof¨®nico celebrado poco despu¨¦s de cumplirse el mencionado debate, el gran n¨²mero de gente que se quejaba del aparente desd¨¦n, o de la ir¨®nica sonrisa, o del oportuno codazo o del valor entendido de un gui?o que le hab¨ªan sorprendido a lo largo del interminable espect¨¢culo parlamentario. "Es una falta de respeto re¨ªrse de esa manera del discrepante", dec¨ªa uno de los que se quejaban de la prepotencia de los que detentan el poder. Curiosamente, un invitado que se hallaba, ese mismo d¨ªa en las tribunas me confesaba que desde all¨ª no se pod¨ªa percibir ninguna de las actitudes desde?osas que hab¨ªan advertido los telespectadores.
La televisi¨®n es implacable con los que desfilan ante sus c¨¢maras. Revelan ¨¦stas no s¨®lo la condici¨®n f¨ªsica de las personas, sino el talante que abrigan y el clima psicol¨®gico en que se desarrellan sus intervenciones y, palabras. El Parlamento era hasta ahora un cuerpo cerrado, una asamblea limitada al intercambio de ideas, prop¨®sitos y cr¨ªticas para construir con acierto la funci¨®n legislativa y fiscalizar con libertad y eficacia las tareas del Ejecutivo.
Han surgido reticencias en muchos Parlamentos democr¨¢ticos hacla la entrada en sus recintos de las c¨¢maras y objetivos de la televisi¨®n con ¨¢nimo de transmitir las sesiones. Pero el criterio de amplitud informativa ha. de prevalecer. No se puede imaginar una asamblea deliberante elegida por millones de votantes temerosa de mostrarles en vivo el proceso de la discusi¨®n pol¨ªtica.
Otro aspecto no menos importante es, a mi juicio, el hecho de que hablar a una inmensa concurrencia, abigarrada y var¨ªad¨ªsima, no es exactamente igual que dirigirse a un reducido de unos pocos cientos. Hablar ante la televisi¨®n, es dirigirse al pa¨ªs entero y no unos pocos diputados afectos o desafectos.
Cuesti¨®n de tono
El tono debiera ser distinto, y el contenido tambi¨¦n. Los pol¨ªticos saben muy bien que hay un lenguaje espec¨ªfico que es v¨¢lido para la clase que est¨¢ en la vida p¨²blica y otro tipo de oratoria que va dirigido a lo que se llama el espa?ol de a pie. Cuanto m¨¢s extenso y complejo sea el p¨²blico que escucha m¨¢s necesario resulta hablar de ideas y problemas que afectan a todos.
Solamente aludiendo a los proyectos necesarios para resolver determinados asuntos que todo el mundo conoce o padece se logra la atenci¨®n favorable del auditor. Los t¨®picos, en cambio, resbalan sin remisi¨®n. Y los dogmatismos, tambi¨¦n. Hay quien sostiene que este debate perjudica a la imagen del Parlamento y, con ello, al prestigio de las instituciones democr¨¢ticas en la opini¨®n. Yo creo que a la mayor¨ªa de los televidentes le interes¨® el debate en s¨ª mismo porque acerc¨® de manera decisiva el trabajo parlamentario al hombre de la calle.
Los Parlamentos discuten y deciden el rumbo de la pol¨ªtica. Es cierto que, como se ha dicho muchas veces tambi¨¦n, la pol¨ªtica tiene algo de teatro y aun de juego o espect¨¢culo, pero convertir al pa¨ªs entero en el p¨²blico que asiste a la sesi¨®n es, en definitiva, una buena cosa porque obliga a la creciente transparcncia de las intenciones y de los prop¨®sitos
La grave crisis del Irangate en Estados Unidos se origin¨® en la desinformaci¨®n deliberada sobre cuestiones relacionadas con la pol¨ªtica exterior por parte de la Casa Blanca. Las salpicaduras de esas secuestradas noticias han llegado, al propio sitial supremo del poder ejecutivo, seriamente amenazado por lagunas inadmisibles en el ¨¢mbito informativo. La sociedad moderna desarrollada se desenvuelve cada d¨ªa con mayor densidad en torno a los dos polos: informaci¨®n y comunicaci¨®n. Y dentro de ellos debe palpitar la vocaci¨®n cr¨ªtica y el prop¨®sito y el prop¨®sito revelador de nuevos horizontes para la pol¨ªtica nacional exterior e interna. Sacudi¨¦ndose el peso del lenguaje arqueol¨®gico que figura por la inercia en la oratoria de muchos pol¨ªticos.
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