La mirada pop
La muerte no es un acontecimiento pop. Incluso sospecho que es el ¨²nico espect¨¢culo popular que actualmente rechaza esa vamp¨ªrica y vigente mirada pop. Al cabo de su c¨¦lebre paseo por el amor, la belleza, la fama, el trabajo, el dinero, el arte, el ¨¦xito y la ropa interior de caballero, Andy Warhol apenas concede un par de l¨ªneas de su breviario al viejo asunto de la muerte: "No creo en ella, porque no est¨¢s ah¨ª para saber qu¨¦ ha pasado" (Mi filosofia de A a B y de B a A). A Warhol, eso s¨ª, le obsesionaba el accidente, la violencia ordinaria, el atentado, la cat¨¢strofe y otras cotidianas antesalas del infierno (su exposici¨®n en Madrid, en 1983, trataba de eso: cuchillos, pistolas, crucifijos, artilugios de extremaunci¨®n); pero le obsesionaban porque en tales situaciones era posible estar all¨ª, en la experiencia de los l¨ªmites, confortablemente instalado, hospitalizado quiz¨¢, en el filo del cuchillo.Cuando Valerie Solana, una tarde de 1968, le dispar¨® a bocajarro en su empresa, la Andy Warhol Enterprise, la potente maquinaria art¨ªstica que hab¨ªa montado sigui¨® funcionando como si tal cosa. Warhol lo contaba con orgullo mercantil: "Cuando sal¨ª del hospital descubr¨ª que ten¨ªa una empresa kin¨¦tica, porque segu¨ªa adelante sin m¨ª". Por esa segunda raz¨®n no cre¨ªa Warhol en la muerte, o lo que es igual, no ten¨ªa nada ingenioso que decir de ella. Estaba seguro de que cuando estuviera al otro lado, all¨ª, todo seguir¨ªa m¨¢s o menos que cuando estaba aqu¨ª. Despu¨¦s del atentado comprob¨® en la pr¨¢ctica lo que siempre hab¨ªa sostenido en la teor¨ªa: sobra el autor.
NE?N SOBRE LADRILLO
Y por eso mismo su muerte resulta tan in¨²til. Lo que ocurri¨® el domingo por la noche en un hospital de Manhattan es el hecho warholiano m¨¢s insignificante de cuantos Andy perpetr¨® en su vida. O si se prefiere: su infarto mortal, o lo que haya sido, fue el acontecimineto menos provocador y sensacionalista desde que aterriz¨® en Nueva York procedente de Pittsburgh, y lo primero que hizo, incluso antes de buscar un loft con reflejos de ne¨®n sobre ladrillo rojo, fue montar guardia permanente delante de la casa de Truman Capote, hasta sacarlo de quicio, o sea, del quicio. Al contrario de lo que suele ocurrir con otras celebridades, la muerte no le supuso a Warhol ese plus de popularidad que todos los artistas anhelan con morbo funerario. Es que ni siquiera le supuso otro de sus famosos cuartos de hora de fama. Y no precisamente por esa cantinela idiota que a lo largo de la semana he le¨ªdo y o¨ªdo con monoton¨ªa despistada por estos alrededores, pero s¨®lo por ¨¦stos: es que hac¨ªa mucho tiempo que el papa del pop estaba muerto, momificado en el MOMA, en la sala 31 de la planta tercera, entre un Pollock de 1950 y un Lichtenstein de 1963. Es justamente todo lo contrario. Nunca la filosofila warholiana hab¨ªa estado tan viva como ahora. Por eso sobran los funerales. La empresa sigue funcionando sin el autor.
Cualquiera que se haya dado una vuelta estos ¨²ltimos meses por los ambientes art¨ªsticos de Nueva York habr¨¢ comprobado que en este momento hay m¨¢s inter¨¦s por las cosas de Warhol que hace una d¨¦cada. Incluso es un hecho que podemos comprobar sin necesidad de salir de Madrid o Barcelona, para evitar la fuga de divisas. Ah¨ª est¨¢ la muestra El arte y su doble, en la Caixa de Pensions, para verificar que los hijos de Warhol no s¨®lo no han matado al padre en todo este tiempo, hace un largo cuarto de siglo, sino que estos j¨®venes modernos de Nueva York, alimentados en las ubres del Soho, practican sin rubor la est¨¦tica del padre. Hasta lo admite Dan Cameron, el cr¨ªtico responsable de la exposici¨®n, en el ¨²ltimo n¨²mero de Primera L¨ªnea: "Nunca estuvo Warhol tan vigente como ahora. Es parte del nuevo inter¨¦s por el pop-art: sus ideas de repetici¨®n y de utilizar los media. En esto Warhol es el pionero, y creo que es un gran artista. Los autores de hoy est¨¢n interesados en sus estrategias y en su est¨¦tica del arte popular".
Salgo de esta muestra de Serrano 60 con la sensaci¨®n de entrar en aquellas muestras de los sesenta. Todo recuerda demasiado las exposiciones bautismales de la galer¨ªa Leo Castelli, en la calle 77. Tambi¨¦n aqu¨ª hay dianas, banderas, carteles, envases comerciales, vi?etas, chismes cotidianos, fotograf¨ªas fotografiadas, hasta lavaderos interiores. O sea, no s¨®lo Warhol, sino Jasper Johns, Rauschenberg, Rosenquist, Hamilton, Oldenburg y el resto de aquella alegre pandilla de iconoclastas que acab¨® con la adusta tiran¨ªa del expresionismo abstracto. M¨¢s o menos abstracto. Hasta suena familiar ese profundo desprecio que Dan Cameron manifiesta por la obra de Miquel Barcel¨® (no por la de Mariscal). ?Steinberg contra Rosenberg? ?Rubin contra Greenberg?
LOS DIVINOS CR?TICOS
Pero no pretendo hablar aqu¨ª del pop art, l¨ªbreme el Lucifer de los divinos cr¨ªticos patrios. Ni siquiera de arte o de artistas influidos, hastiados o plagiados por aquel movimiento sesent¨®n del que Warhol fue Wojtyla. Incluso desconf¨ªo de esa profec¨ªa surgida de los m¨¢s hondos lofts del Soho que nos habla del regreso de aquellas alegres comadres warholianas que una noche de verano desplumaron a los Pollocks. Y est¨¢ bien de nostalgias y de p¨¦ndulos. Aprovecho descaradamente la muerte de Warhol para referirme este ¨²ltimo s¨¢bado de febrero a un tema de nuestra ¨¦poca del que Warhol fue s¨ªmbolo pl¨¢stico (y nunca mejor dicho lo de pl¨¢stico), pero que coloniza espacios sociales e individuales algo m¨¢s amplios que los del lienzo y el microsurco. Un acontecimiento que irrumpi¨® hace tres d¨¦cadas, pero que a¨²n es presente. Hablo del pop en min¨²scula y bastardilla. No s¨®lo porque as¨ª se pronuncian hoy los asuntos contempor¨¢neos, al cabo del derrumbe de las may¨²sculas trascendentales, del desfonde del fundamento, sino porque as¨ª ha de pronunciarse ese acontecimiento que, a mediados de este Noveciento de nunca acabar, alter¨® para siempre la sensibilidad del siglo y transform¨® radicalmente nuestras tradicionales visiones y representaciones del hecho cultural. El pop fue y es bastante m¨¢s que litograffia, gouache, collage, offset o aer¨®grafo. Y que decibelio, pub, discoteca, celuloide, ne¨®n o formica. Lo repetir¨¦ s n temor al infierno dado que la repeticion es la madre de este cordero. A finales de los cincuenta, en pleno apogeo de la segunda gran era industrial, cuando la econom¨ªa de consumo ganaba por KO t¨¦cnico a la econom¨ªa de producci¨®n y los altavoces y pantallas ostentaban el monopolio de la realidad, al Occidente judeocristiano, de pronto, se le puso la mirada pop. De la misma manera, en otras c¨¦lebres jornadas de la humanidad a san Agust¨ªn se le puso la mirada monote¨ªsta despu¨¦s del brusco descabalgamiento de Damasco; a Brunelleschi le sobrevino como por acaso la mirada renacentista cuando dise?aba la c¨²pula de la catedral de Florencia; a Newton, bajo el manzano, le fulmin¨® la mirada newtoniana. Kant adopt¨® la mirada ilustrada en el instante de meditar sobre la Revoluci¨®n francesa. Dar-win se contagi¨® de la mirada evolucionista cuando su bergant¨ªn de 10 caflones, el Beagle, evolucionaba por mares ex¨®ticos, y a Marx, en la biblioteca del Museo Brit¨¢nico, una ins¨®lita tarde de sol se le puso en la retina la revelaci¨®n de la revolucionaria mirada de clase. Cosas que pasan.
Un d¨ªa, cuando la era del consumo de masas era ya un hecho industrial irreversible, la mirada de los habitantes del medio siglo hizo pop. Como hace pop una pompa de jab¨®n delante de los ojos. Desde entonces empezamos a verlo todo de manera distinta. Incluso a enjuiciarlo todo de forma muy diferente a como era habitual entonces, es decir, a no enjuiciarlo; a aceptar las ruinas del presente, lo que ten¨ªamos alrededor, delante de la ciega mirada, con la misma naturalidad que acept¨¢bamos las ruinas del pasado. Alguien dijo que esta actitud de no enjuiciamiento fue la mayor invenci¨®n del siglo XX. En cualquier caso, esta actitud de no enjuiciador, de simple respeto o neutralidad por los nuevos escenarios culturales y sociales origin¨® la miradapop. Los artistas, los narradores, los arquitectos, los periodistas, los soci¨®logos, el hombre de la calle, los medios de comunicaci¨®n descubren una nueva (y aterradora , dijo Venturi) fuente de energ¨ªa: lo popular. Pero una versi¨®n de lo popular que nada ten¨ªa que ver con aquellas manifestaciones culturales de clase de las que hablaban sin parar los disc¨ªpulos de Gramsci o los ep¨ªgonos antiindustriales de la Escuela de Francfort (la vieja analog¨ªa entre cultura popular y cultura de clase), y menos a¨²n con lo que tal asunto entend¨ªan, y todav¨ªa entienden, los eruditos de provincia, los conservadores de museos, los funcionarios cultura?es auton¨®micos y dem¨¢s enterradores de cultura viva.
MONUMENTOS VILIPENDIADOS
La segunda era industrial, aquella emergente civilizaci¨®n de consumo, al igual que sucedi¨® en otras ¨¨pocas preindustriales o industriales, hab¨ªa sembrado nuestro entorno, especialmnte el urbano, de nuevos signos, monumentos, m¨¢quinas, objetos, informaciones, costumbres, acontecimientos callejeros. Todas aquellas manifestaciones populares que hasta entonces hab¨ªan sido enjuiciadas de manera negativa, sencillamente porque se oponian a teor¨ªas y te¨®ricos procedentes de lejanas ¨¦pocas, son aceptadas con la misma naturalidad que antes se hab¨ªan aceptado las chimeneas, las m¨¢quinas de vapor, la ideolog¨ªa de los movimientos de clase, la cultura del trabajo industrial y dem¨¢s hechos de los ya entonces muy fatigada era de la producci¨®n.Los arquitectos y urbanistas empiezan a observar de manera distinta , no enjuiciadora, las autopistas, las gasolineras, los supermercados, las fachadas de ne¨®n y otros vilipendiados monumentos de la muy vilipendiada civilizaci¨®n del consumo. Los artistas llenaron los musseos de botes de sopa, botellas de refrescos, banderas y toda clase de simbolog¨ªas de aquella inm¨¦dita vida cotidiana. Algunos fil¨®sogfos, ensayistas, cr¨ªticos y dem¨¢s intermediarios te¨®ricos, hasta entonces especializados en el circunspecto discurso de los contenidos prestan atenci¨®n a la forma, el envase, al medio, a los mass media, a los hechos superficiales, a los ¨ªdolos comerciales, a las series industriales. La novela y el periodismo confluyen, por fin, en busca de diferentes formas de representar esa realidad callejera que ya no puede encerrarse en la t¨¦cnica del estilo indirecto indirecto libre y otros inecanismos decimon¨®nicos; intentan escrituras para simular m¨¢s eficazmente el nuevo efecto de lo real.Y tambi¨¦n, claro, la m¨²sica, las modas, el cine, todas las expresividades que ten¨ªan por clientela preferente a las mi masas urbanas.
No es casualidad que Warhol, en su fuga iniciatica hacia Nueva York, procediera de Pittsburg. Es decir, del s¨ªmbolo por e4scelencia de la anterior fase industrial. Hu¨ªa de las ruinas del mundo de la producci¨®n en busca de la tierra prometida del consumo. Pero el pop, quiero insistir, es bastante m¨¢s que Warhol y que todo el pop-art .Por comodidad hemos delegado en aquel muchacho que huy¨® de las chimeneas siderometal¨²rgicas la representaci¨®n emblem¨¢tica del pop. El acontecimiento del pop, sin embargo parad¨®jicamente, no tiene h¨¦roes, figuras emblem¨¢ticas, nombres propios, autores sagrados, dioses del Olimpo, a pesar de que precisamente sea ¨¦sa su favorita materia prima. Solo es aquella (?aquella?) mirada " no enjuiciadora" que transform¨® las nuevas maneras de mirar y de enjuiciar. No es un ismo (nunca pudo decirse popismo como se dijo futurismo, superrealismo, expresionismo, abstraccionismo), ni siquiera otra vanguardia.Fue precisamente la liquidaci¨®n de los ismos y de las vanguardias modernistas. Una mirada que no s¨®lo recuper¨® el presente, un presente en el que todav¨ªa estamos instalados, sino que reorganiz¨® el universo de manera mucho m¨¢s radical que el proyecto de los futuristas o el de los superrrealistas.
Paul Valey dec¨ªa que el hombre actual hab¨ªa ampliado mucho m¨¢s sus medios de percepci¨®n que los de representaci¨®n. El pop era y es, sin entrar en discusiones est¨¦ticas, una eficaz manera de aproximar los medios de representaci¨®n de los real a las realidades populares de una sociedad, econom¨ªa y cultura que clamaban por una visi¨®n diferente. Cuando, ya digo, nos descubrimos de espaldas y ciegos a los escenarios creados por el hecho industrial del consumo. Por eso el pop rechaza gramaticalmente el, sufijo en ismo. Y por eso, los etiquetadores, desesperados, tuvieron que acudir a otros procedimientos de conjura. Al pop ni se le ha nombrado (despectivamente) como arte de la cultura de masas, f¨ªlosof¨ªa de la sociedad consumista, lujo de la era opulenta, radical empirismo de los sesenta, m¨ªstica de lo cotidiano, religi¨®n de la trivialidad y mil ingeniosidades por el estilo. Lo cual demuestra que su territorio desborda ampliamente las tradicionales cateocr¨ªas est¨¦ticas o literarias en que lo quieren encerrar.
LO M?LTIPLE Y LO BASTARDO
El pop (y no el pos, comono repiten, sin ton sin son los tardomodernos) se?ala el fin de las grandes teor¨ªas generales, la liquidaci¨®n del fundamento y de las lefitimaciones may¨²sculas, de los grandes relatos sabelotodo y explicalotodo. La repetici¨®n ocupa el espacio de la originalidad, lo espec¨ªfico se diluye en lo m¨²ltiple y lo bastardo, el autor desaparece tras la empresa, la producci¨®n se transforma en reproducci¨®n, la novedad deviene rutina, la demanda de las masas profanas triunfa sobre la oferta de las elites sagradas, los medios de comunicaci¨®n monopolizan y fabrican el evento, y lo cotidiano en fin, susutituye a lo hist¨®rico.
El pop, insisto pelmazamente, es la cultura de la era del consumo.Cultura popular del presente producida de acuerdo con las mismas leyes de fabricaci¨®n que rigen los mecanismos de la segunda fase industrial: seriada, en cadena, masiva, repetitiva, publicitada y mercada a trav¨¦s de los mass media, y dirigida a un p¨²blico heter¨®geneo, a una masa indiscriminada. Cultura de la era del consumo que se vive como cualquier otra mercanc¨ªa de las muchas que emite el nuevo sistema: como ocupaci¨®n del tiempo libre, como ocio intrascendente, como signo de distinci¨®n, como paseo de lo cotidiano.
Seguramente Warhol ha muerto, no estoy muy seguro, ni tampodo importa demasiado a pregunta es si ha muerto la era del consumo. En caso negativo , la mirada pop sigue viva y coleando. Pero a esa pregunta ay, no pueden responder los artistas, los cr¨ªticos y los fil¨®sofos sino los economistas, los soci¨®logos y los historiadores. El caso es que los primeros no entienden una sola palabra de esas aburridas disciplinas sociales. pero los segundos, especialmente nuestros llamados cient¨ªficos sociales, todav¨ªa agazapados tras los t¨®picos de la cultura de la producci¨®n, carecen de la m¨ªnima sensibilidad est¨¦tica para captar la honda superficialldad alteradora de la mirada pop.
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