Raza humana y divina
Cuando todav¨ªa est¨¢ embargado para los medios de comunicaci¨®n social, acabo de leer el documento de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe sobre El respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreaci¨®n. Aunque no haya tenido ocasi¨®n de conocer las opiniones de los expertos, ni tampoco personalmente est¨¦ especializado en cuestiones de bio¨¦tica, me siento obligado, en mi condici¨®n simult¨¢nea de pastor / escritor, si bien en ambos planos muy modestamente, a perge?ar a vuela m¨¢quina unas reflexiones que puedan ayudar a algunos a comprender mejor dicha instrucci¨®n. No quiero hacer una s¨ªntesis ni tampoco una ex¨¦gesis, sino, como una especie de variaciones sobre un tema, c¨®mo me explico o c¨®mo me explicar¨ªa yo el fondo del asunto, siempre desde el punto de vista del pensamiento cristiano.El Dios de la revelaci¨®n judeo-cristiana es amor y es vida. No un amor solitario, sino comunitario, porque es Trinidad. Es, por tanto, correspondencia, amistad, caridad, comunidad. Porque es la vida en plenitud, es fuente de toda vida. El hombre es el ¨²nico ser de la creaci¨®n visible que es querido y creado por ¨¦l mismo, sin que pueda ser medio ni instrumento para nada ni para nadie: es imagen de Dios y est¨¢ llamado a ser hijo de Dios.
En la creaci¨®n de cada hombre, Dios se sirve de los hombres, principalmente por medio de la instituci¨®n matrimonial, considerada como sacramento en la Iglesia cat¨®lico-romana. Dios, amor y vida, concede a la pareja ser colaboradores suyos en la obra de la fecundidad divino-humana. Podr¨ªa decirse que Dios, el var¨®n y la mujer realizan juntos cada nuevo hombre, hijo de Dios y de los hombres.
De aqu¨ª que cada acto conyugal, que es amoroso, debe estar en principio abierto a la vida, pero tambi¨¦n todo acto fecundante debe estar realizado en el amor. Es tan contrario a la voluntad de Dios hacer el amor volvi¨¦ndose de espaldas a la vida como dar vida fuera del clima del amor. El acto conyugal es la expresi¨®n corporal de la amistad esponsal, como eco del amor de Dios, y es tambi¨¦n manifestaci¨®n de Dios como fuente de la vida.
Una fecundaci¨®n in vitro -fivet-, aunque sea hom¨®loga, es decir, a partir de los gametos de los esposos, no responde completamente a esta exigencia de expresi¨®n amorosa, realizada como est¨¢ por medio de unamanipulaci¨®n cient¨ªfica y por personas ajenas, que no han recibido de Dios el encargo de traer este nuevo hombre al mundo. Habr¨ªa que preguntarse incluso si este nuevo ser que amanece en un ambiente as¨¦ptico y fr¨ªo, tan diferente del ¨¦xtasis amoroso de la pareja humana, no llevar¨¢ para siempre una profunda marca que lastre su subconsciente para siempre. Con mayor motivo, hay que rechazar la fivet heter¨®loga, realizada con gametos procedentes o de un var¨®n o de una mujer diverso de los dos esposos.
M¨¢s incoherente a¨²n con esta concepci¨®n aparece el hecho de los embriones fecundados indiscriminadamente y congelados indefinidamente, hasta que el azar conceda a algunos la suerte de caer en alg¨²n ¨²tero propicio, mientras que la mayor¨ªa est¨¢n condenados a ser eliminados cuando parezcan inservibles o innecesarios, si no es que sufren manipulaciones y experimentaciones propias de conejillos de indias. De este modo, el cient¨ªfico se convierte en una especie de pastor que apacienta un reba?o de vidas humanas ya germinadas, presentes en aquellos embriones, usurpando as¨ª el papel de los posibles padres, ¨²nicos que por encargo de Dios podr¨ªan dar leg¨ªtimamente la vida y el desarrollo.
Una vez que la pareja ha fecundado una vida humana, ¨¦sta es inviolable por su dignidad de imagen de Dios, aunque todav¨ªa en embri¨®n. Los padres han recibido este don como un encargo, pero no son propiamente sus propietarios; no pueden manipularlo ni menos a¨²n eliminarlo. Todo ser humano es de raza divina en su origen, y llamado a ser miembro de Cristo, como cabeza de la humanidad.
El que a lo largo de la historia,de la Iglesia los cristianos no hayamos sido siempre coherentes con este principio del respeto a la vida y a la dignidad de la persona no disminuye nada de su grandeza, como tambi¨¦n en otras aplicaciones del Evangelio podemos ser infieles. Pero, igualmente, han existido muchos m¨¢s crisianos en todo tiempo que han sabido vivir y hasta morir por seguir las exigencias del amor, el respeto y el servicio a todo ser humano, especialmente a los m¨¢s d¨¦biles y los m¨¢s indefensos.
Por otra parte, es un deber proclamar en p¨²blico la verdad en la que se cree sinceramente y por la que se quiere luchar con todas las fuerzas, aunque al mismo profeta que la anuncia le interprete, le corrija y le exija su permanente conversi¨®n. La Iglesia y los cristianos han aprendido no s¨®lo a evangelizar, sino a ser evangelizados, y est¨¢n dispuestos no s¨®lo a ense?ar al mundo, sino tambi¨¦n a aprender del mundo, seg¨²n la teolog¨ªa de los signos de los tiempos. Pero esto supone tambi¨¦n un largo camino de di¨¢logo, de informaci¨®n, de escucha, de paciencia, de respeto, de confianza mutua, de atenci¨®n sincera a las razones de los otros, de buena voluntad para buscar siempre la verdad y el bien est¨¦n donde est¨¦n, de humildad para descubrir y reconocer los propios errores cuando se descubran, etc¨¦tera.
?Qu¨¦ tal si los creyentes crey¨¦ramos en serio que todo hombre es de raza divina, y si los no creyentes actuaran ut si Deus daretur? ?No tenemos, al menos, en com¨²n la raza humana? Si no todos quieren sentirse hijos de Dios -?y es tan grande y a la vez tan sencillo... !-, sint¨¢ monos, al menos, hermanos de los hombres.
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