Sobre el retorno del mercenariado
Un texto de Rafael S¨¢nchez Ferlosio es siempre un acontecimiento. Uno de los escritores m¨¢s ins¨®litos del panorama literario espa?ol de la posguerra, Ferlosio es tambi¨¦n un intelectual cuya hondura ha provocado algunos de los ensayos m¨¢s l¨²cidos y pol¨¦micos sobre la vida cotidiana espa?ola. El autor de Homil¨ªa del rat¨®n (Ediciones El Pa¨ªs) y Mientras los dioses no cambien nada ha cambiado (Alianza) aborda aqu¨ª lo que ¨¦l llama "el retorno del mercenariado" y plantea la disyuntiva entre un ej¨¦rcito compuesto por una tropa ciudadana o por otra totalmente mercenaria.
Estos d¨ªas de atr¨¢s se ha celebrado en Segovia una reuni¨®n de militares y soci¨®logos sobre el tema y bajo el t¨ªtulo de Problemas del servicio militar en la sociedad espa?ola actual. Pido disculpas por anticipado si mi comentario malinterpreta o es injusto con lo que all¨ª se dijo o se pas¨® en silencio, pues no dispongo de otros datos sobre la reuni¨®n que los recogidos en una rese?a period¨ªstica (diario Ya, 19 de marzo de 1987); pese a lo cual, querr¨ªa que este texto fuese recibido como un intento de participaci¨®n en el debate nacional sobre defensa que el catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa Jos¨¦ Jim¨¦nez Blanco propuso incoar y provocar a partir de aquella misma reuni¨®n de Segovia.El catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa Amando de Miguel se declar¨® -siempre seg¨²n la rese?a- partidario de "no limitar la edad de ingreso" en el Ej¨¦rcito y de "no impedir el acceso a las mujeres". Mi personal opini¨®n, contraria a la ley que ha rebajado a los 18 a?os la edad militar, ya la he razonado en otra parte, y s¨®lo me queda preguntar aqu¨ª: ?Se han comparado los porcentajes de suicidio durante el servicio militar relativos a la ¨¦poca en que ¨¦ste se hac¨ªa a los 21 a?os con los relativos a los a?os en que lleva haci¨¦ndose a los 18? Me extra?ar¨ªa que un soci¨®logo como Amando de Miguel hubiese pasado por alto esta cuesti¨®n, a menos que la comparaci¨®n no haya arrojado un resultado significativo; sea como fuere, nada dice al respecto la rese?a. En lo que toca al acceso de mujeres a las clases de tropa dir¨¦ que, si ello responde al hecho de que ¨¦sta sea una reivindicaci¨®n propugnada, al parecer, por algunos sectores feministas, no entiendo el sentimiento de agravio comparativo que pueda haber, si es que lo hay, tras ella. La exclusi¨®n de las mujeres del servicio militar es una de las pocas diferencias entre sexos que s¨®lo desde una actitud irreflexiva puede sentirse como ofensivamente discriminatoria, pues, si lo fuese, no habr¨ªa de considerarse menos ofensivo para las mujeres cualquier texto de anatom¨ªa humana que registrase el dato fisiol¨®gico del mayor desarrollo muscular de los varones adultos con respecto a las mujeres adultas. As¨ª, mientras los medios de guerra no est¨¦n tan absolutamente automatizados que en su manejo no cuente ya para nada la fuerza muscular o la resistencia para un esfuerzo f¨ªsico prolongado, parece fuera de lugar llamarse a agravio por semejante exclusi¨®n. De hecho, y sin que a ninguna mujer se le haya pasado ni remotamente por las mientes ofenderse por ello, el m¨¢s riguroso apartheid intersexual se mantiene, y justamente por id¨¦ntico motivo, en ese subproducto lateral de la guerra que es el deporte de competici¨®n. Se me dir¨¢ que aqu¨ª la reivindicaci¨®n femenina ha consistido en el acceso de las mujeres a la pr¨¢ctica misma del deporte, de la que antes estaban excluidas; pero pi¨¦nsese a ver si en una guerra en la que las mujeres no tuviesen los papeles auxiliares que ahora tienen, sino, como la reivindicaci¨®n parece pretender, un verdadero papel de combatientes, se avendr¨ªa el enemigo a mantener el caballeresco apartheid intersexual de las competiciones deportivas o no intentar¨ªa m¨¢s bien buscar, en cada caso, la combinaci¨®n m¨¢s ventajosa para aniquilar cuanto antes, al menor coste posible, y sin avergonzarse de ning¨²n abuso, los regimientos femeninos.
Sin embargo, el asunto es, a mi juicio, bastante m¨¢s profundo de lo que en este plano actual y pr¨¢ctico pueda parecer, y hasta el extremo parad¨®jico de que la reivindicaci¨®n en cuesti¨®n entra en contradicci¨®n consigo misma precisamente seg¨²n, aquel sesgo y en aquella medida en los que tiene raz¨®n. En efecto, cuando Her¨¢clito dijo: "Guerra de todos es padre, de todos rey, y a los unos los se?al¨® dioses; a los otros, hombres; a los unos hizo esclavos, a los otros, libres" (versi¨®n de Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo), bien pudo, a mi juicio, a?adir, y acaso con el mismo fundamento: "A los unos hizo mujeres; a los otros, varones". Quiero decir que, ya sea que se acepte o se rechace una interpretaci¨®n racionalista de su origen (seg¨²n la cual el var¨®n habr¨ªa sido el destinado a la guerra a causa de lo moment¨¢neo de su intervenci¨®n en la funci¨®n reproductora frente a la prolongada duraci¨®n del tiempo de gestaci¨®n en las mujeres, diferencia que hac¨ªa residir, no en el n¨²mero de varones, sino en el n¨²mero de mujeres supervivientes, la capacidad de renovaci¨®n y de perpetuaci¨®n demogr¨¢fica de un pueblo tras la guerra), es de este destino guerrero reservado a los varones de donde se derivan y se desarrollan, a mi parecer, todas las dem¨¢s discriminaciones y subordinaciones a las que, desde tiempo inmemorial, han sido sometidas las mujeres. Si en la invenci¨®n de la guerra est¨¢ la causa de la invenci¨®n de los varones y de las mujeres como dos especies humanas socialmente diferenciadas, la reivindicaci¨®n por parte de las mujeres de su derecho a tomar parte en la guerra tiene su sesgo de raz¨®n en cuanto que recusando su exclusi¨®n de ella apunta certeramente al propio origen de su segregaci¨®n y sumisi¨®n, pero es tambi¨¦n, del mismo golpe, contradictoria o parad¨®jica, en la medida en que es precisamente desde esa misma condici¨®n de mujeres, que solamente deben a la guerra, desde donde reclaman su derecho a tomar parte en ella, o sea -como si se pudiese estar a la vez en dos lugares-, justamente en aquello que originariamente decidi¨® que acabasen por verse reducidas a semejante condici¨®n.
PREFERENCIAS
Mi acuerdo con Amando de Miguel, en cuanto a preferir la conscripci¨®n obligatoria frente al mercenariado, se reduce a la mera preferencia, para apartarse del todo en las razones. Por toda raz¨®n en favor del servicio militar obligatorio, lo ¨²nico que la rese?a ha recogido de la exposici¨®n de De Miguel (y si hay en ello injusticia, c¨²lpese al propio autor de la rese?a) es la d¨¦bil e inconsistente alegaci¨®n, que viene entre comillas, de que "en Espa?a todo lo que es voluntario no funciona". Huera y tramposa logomaquia, por cuanto, aprovech¨¢ndose de que como sin¨®nimo de mercenario se use tambi¨¦n el eufemismo de decir voluntario, juega con el valor m¨¢s general de voluntario, para esgrimirlo en la frase comentada. La contraposici¨®n que habr¨ªa que hacer valer aqu¨ª, con m¨¢s fuerte asidero que la de De Miguel, ser¨ªa m¨¢s bien la de empresa privada / empresa p¨²blica, pues el mercenariado, en cuanto clase de tropa formada por particulares tomados a contrata -y no, como el servicio obligatorio, por individuos conscriptos en su condici¨®n p¨²blica y pol¨ªtica de ciudadanos-, m¨¢s bien se equiparar¨ªa, bajo ciertos respectos, a una empresa privada. Pi¨¦nsese, por ejemplo, en que, mientras la conscripci¨®n obligatoria tiene que aceptar forzosamente todos los ciudadanos risicamente ¨²tiles, sin poder excluir a ninguno de ellos hasta tanto no haya cumplido el tiempo de permanencia prefijado, por el contrario, las facultades de selecci¨®n del personal que, con el sistema del mercenariado, se ofrecer¨ªan a los cuadros de oficiales ser¨ªan probablemente parejas a las ofrecidas a los patronos de empresas privadas bajo el m¨¢s amplio r¨¦gimen de despido libre, o incluso superiores, ya que, en contexto castrense, nociones como las de "falta de esp¨ªritu", "indisciplina" o "baja performance" alcanzan connotaciones de culpabilidad desconocidas en el contexto laboral, y que podr¨ªan llevar (todo sea por la patria) hasta a expulsiones sin indemnizaci¨®n. La conscripci¨®n obligatoria quedar¨ªa, pues, paralelamente, comparada con la empresa p¨²blica, y no creo remachar sobre un prejuicio y una tradici¨®n injustos si, desde esa comparaci¨®n, remito a De Miguel a la consideraci¨®n de cu¨¢n m¨ªseramente han funcionado casi siempre en Espa?a todas las cosas confiadas a la Administraci¨®n p¨²blica. En contra de su opini¨®n, creo, por tanto, que, desgraciadamente, un ej¨¦rcito con clase de tropa mercenaria no s¨®lo funcionar¨ªa bastante mejor que el actual ej¨¦rcito de conseripci¨®n obligatoria -como la empresa privada es m¨¢s eficiente que la p¨²blica-, sino que, adem¨¢s, ser¨ªa, militarmente, m¨¢s eficaz. Y quedo dispensado de consignar aqu¨ª las razones de que -a despecho de ventajas tales- haya dicho "desgraciadamente", pues ya han sido explicadas en otro lugar. Me limitar¨¦ a decir ¨²nicamente que, si ha de hablarse de "dignidad" de los soldados, como, al parecer, se ha hablado en la reuni¨®n de Segovia, no veo c¨®mo se podr¨ªa hablar de "dignidad" respecto de una tropa formada por particulares tomados a contrata, si el otro t¨¦rmino de la comparaci¨®n es un ej¨¦rcito de ciudadanos incorporados a filas en su condici¨®n p¨²blica y pol¨ªtica de tales; el abismo es tan grande que "dignidad" deja de poder significar lo mismo en uno y otro caso.
Para la afirmaci¨®n gen¨¦rica de una superioridad militar de principio de los ej¨¦rcitos mercenarios sobre los ej¨¦rcitos de ciudadanos -y no s¨®lo en estos tiempos de tecnolog¨ªa sofisticada-, me remito a un autor tan documentado y tan fiable como Max Weber; si bien en esto debe de influir no poco la diferencia de si se combate en defensa de la patria, como Atenas y Platea en Marat¨®n, o se combate en empresas exteriores, sean guerras de conquista o de piques de orgullo entre potencias. Desde luego, en el siglo y medio que va desde el Garellano hasta Rocroi, tiempo durante el cual los tercios espa?oles mantuvieron la reputaci¨®n de ser el mejor ej¨¦rcito de Europa, la clase de tropa se nutr¨ªa por particulares tomados a contrata, o, como entonces se dec¨ªa, por soldados que "sentaban plaza", esto es, por mercenarios. Las levas hechas por conscripci¨®n obligatoria (aunque no universal, sino uno de cada 12, por ejemplo, en la de 1495), o, en el lenguaje de aquel tiempo, "por mandamiento o autoridad del pr¨ªncipe", parece ser que fracasaron siempre, a pesar de la preferencia que, seg¨²n Diego de Salazar (Tratado de re militari, 1536), sent¨ªa por esta forma de reclutamiento el propio Gran Capit¨¢n, y de la profunda repugnancia que, a tenor de las palabras que Salazar pone en su boca, manifestaba, en cambio, por el mercenariado: "Los que voluntar¨ªamente militan no son de los mejores, antes de los peores de una provincia, porque todos o los m¨¢s viven ociosos, y sin freno, y sin religi¨®n, fugitivos del dominio del padre, blasfemadores, jugadores, escandalosos y mal criados, porque no son de otra manera los que quieren tener la guerra por oficio". A juzgar por lo que sobre sus hechos posteriores ha llegado hasta nosotros, tal cual, o acaso peor, debi¨® de ser, en mayor parte, la catadura social de la canalla que sent¨® plaza de soldado, para nutrir los nav¨ªos de los empresarios particulares, hidalgos, armadores o hasta nobles, que, m¨¢s acaudalados, lograban contratar a su nombre y a su riesgo cualquier concesi¨®n real para ir a descubrir y conquistar a la otra orilla del Atl¨¢ntico. No muy distinto debi¨® de ser tampoco el retrato moral de los 12.000 landsquenetes alemanes a los que la muerte del duque de Borb¨®n quit¨® la ¨²ltima traba para precipitarse a la imperial empresa del Saco de Roma. Si la defensa de la patria hace tal vez aguerrido y hasta temerario al m¨¢s honesto y manso de los ciudadanos, s¨®lo la otra clase de chusma militar, aut¨¦ntica hampa en armas, es la que sirve para desplegar y confirmar imperios.
"TIMEO DANAOS..."
Perm¨ªtaseme ahora tan s¨®lo una alusi¨®n a mis razones en favor de la conscripci¨®n obligatoria (y de cuya exposici¨®n en este texto me dispensa el haberlas alegado ya en otro lugar), pues me topo de pronto con una informaci¨®n, aportada a la reuni¨®n de Segovia -siempre seg¨²n la ya citada rese?a period¨ªstica- por el general Cano Hevia, que no podr¨ªa venir m¨¢s al encuentro de mis propias previsiones. La informaci¨®n, citando literalmente, dice as¨ª: "(El teniente general Juan Cano Hevia) se?al¨® que las ideolog¨ªas pol¨ªticas sobre el tema han cambiado a lo largo de los a?os. En Francia", a?adi¨®, "ahora es la derecha la que est¨¢ a favor del sistema de reclutamiento voluntario". ?Desde cu¨¢ndo? -osar¨ªa yo preguntarme en este punto-, ?desde la guerra de las Malvinas, tal vez? ?0 m¨¢s bien desde mayo del 68? "Un militarismo verdaderamente consciente de las cosas", he escrito en otra parte, "partidario, adem¨¢s, de la autonom¨ªa militar, estar¨ªa deseando deshacerse de los espa?oles larg¨¢ndoles la papela de la licencia absoluta en cuanto sociedad civil, hasta lograr un ej¨¦rcito totalmente desnacionalizado, y bendecir¨ªa, por tanto, el auge de los mov¨ªrnientos de objetores de conciencia, por cuanto no trabajan sino a su favor (...). Del mismo modo, un pacifismo y antimilitarismo realmente consciente de las cosas, en vez de estar clamando por el reconocimiento en el derecho de la objeci¨®n de conciencia, dir¨ªa, por el contrario (y por usar su estilo): '?Exenci¨®n del servicio de las armas a la ciudadan¨ªa y entrega de los fusiles a particulares tomados a contrata por la instituci¨®n militar? ?No, gracias!". Ya que no hay que olvidar que en el servicio obligatorio el conscriptor es el poder civil, mientras
Sobre el retorno del mercenariado
que en el mercenariado la patronal contratante ser¨ªa la instituci¨®n militar. En el actual movimiento mundial de regresi¨®n pol¨ªtica hac¨ªa el autoritarismo, acelerado por el militarismo y el neonacionalismo reaganiano y alentado por el nuevo eje Roma-Washington, parece que los capitostes de los Estados democr¨¢ticos -y empezando por la derecha, como es de suponer- se van espabilando en cuanto a localizar los puntos, a la vez vulnerables e indoloros, por los que, sin esc¨¢ndalo alguno y hasta con la ignorante gratitud de la ciudadan¨ªa, podr¨ªan menoscabar la mediatizaci¨®n popular de la autoridad estatal por los llamados "controles democr¨¢ticos", tanto m¨¢s cacareados cuanto menos efectivos. Y uno de esos puntos es precisamente el de ofrecer a la ciudadan¨ªa el caramelo envenenado de la abolici¨®n del servicio militar obligatorio. "Timeo Danaos et dona ferentes" ser¨ªa el latinajo que m¨¢s conviene aqu¨ª.Por ¨²ltimo, me extra?a grandemente que la rese?a no diga una palabra sobre si se ha tocado siquiera en la reuni¨®n -y tal como, a mayor abundamiento, la especial presencia de soci¨®logos dar¨ªa lugar a suponer- el aspecto social m¨¢s relevante de la disyuntiva entre mercenariado y conscripci¨®n universal obligatoria, y que es tambi¨¦n el nudo del ovillo, al que tal vez vengan a dar al fin todos los hilos del asunto en cuesti¨®n. Se trata de saber qu¨¦ tipo social se crea en el mercenario, en tanto que individuo, y cu¨¢les ser¨¢n los rasgos sociol¨®gicos del nuevo grupo social constituido por el mercenariado, cu¨¢l su forma de ubicaci¨®n en el conjunto de la sociedad entre la que se mueva, cu¨¢l la fisonom¨ªa con que aparecer¨¢ a los ojos de sus conciudadanos, cu¨¢les el trato, el aprecio, el menosprecio, la distancia o cercan¨ªa por los que se regir¨¢n sus relaciones. Los militares tienden a pensar casi exclusivamente en t¨¦rminos de su funci¨®n profesional, dominada por el principio de eficacia a ultranza, en campo de combate (e independientemente de que tal principio se manifieste en ellos mucho m¨¢s a me nudo como est¨¦ril y est¨®lida obsesi¨®n que como relajada y abierta sensatez), y son propensos a olvidar la responsabilidad de las repercusiones que el manejo de enteros bloques de la sociedad bajo el solo criterio funcional de su capacitaci¨®n para la guerra puede tener en los dem¨¢s aspectos de la vida humana. Deseo prevenir con ello contra la posibilidad de que, en esta disyuntiva entre la opci¨®n por la conscripci¨®n obligatoria y la opci¨®n por la constituci¨®n de un nuevo ej¨¦rcito con las clases de tropa totalmente nutridas por particulares tomados a contrata, sea el crudo y puro principio de eficacia, junto con los criterios econ¨®micos, quien tome la preeminencia, cuando no incluso la exclusiva, frente a cualquier otro posible factor de decisi¨®n. Antes por el contrario, digo que ning¨²n criterio debe absolutamente primar en ning¨²n caso sobre la consideraci¨®n del atentado sociol¨®gico y moral que la sustituci¨®n, por el ej¨¦rcito de la actual clase de tropa ciudadana por otra totalmente mercenaria podr¨ªa comportar para la propia sociedad de la que ese mismo ej¨¦rcito suele gustar de proclamarse, tan enf¨¢ticamente, defensor.
Ser¨ªa probablemente injusto, o al menos atrevido, atenerse literalmente a lo que -a tenor del texto de Salazar, citado m¨¢s arriba- hemos visto que pasaba en el siglo XVI, para aplicarlo sin m¨¢s al d¨ªa de hoy, pero s¨ª que me parece enteramente v¨¢lido para retener de ello al menos una cosa: no, desde luego, el contenido de la caracterizaci¨®n, pero s¨ª el hecho de que la simple decisi¨®n de "sentar plaza de soldado" o de apuntarse a la Legi¨®n comporta ya, forzosamente, por s¨ª misma, alguna suerte de cribado previo de autoselecci¨®n social. Aunque parece bastante inveros¨ªmil que ni ahora ni en el siglo XVI los rasgos sociales previos del futuro soldado de fortuna tengan por fuerza que configurar una fisonom¨ªa tan exclusiva y tan un¨ªvoca como la que, en raz¨®n de su intenci¨®n pol¨¦mica, presenta Salazar, tampoco parece que pueda ser, en modo alguno, cualquier tipo totalmente indefinido e indefinible en el despliegue entero del espectro social quien tome tal opci¨®n, sino m¨¢s bien, a mi entender, tipos bastante caracterizados y entresacados de muy pocas bandas del espectro y tirando a estrechas, aunque no necesariamente pr¨®ximas, sino tambi¨¦n notablemente separadas (en la tipolog¨ªa psicol¨®gica de las vocaciones religiosas, valga la semejanza, se juntan inocentes alegr¨ªas ang¨¦licas con hoscas pesadrumbres de pecado). Sea como fuere, este factor de una marcada preselecci¨®n social del n¨²cleo destinado a nutrir las filas mercenarias es ya una determinaci¨®n que no puede ser ignorada en modo alguno, por cuanto delimita ya los t¨¦rminos de posibilidad del cuerpo social que va a configurar. Pero no hay que creer tampoco, en modo alguno, que, con la descripci¨®n de tal tipolog¨ªa de rasgos previos a la incorporaci¨®n y que la determinan, tenemos ya, ni aproximadamente, el retrato completo, en cuerpo y alma, del flamante soldado de fortuna. Antes, por el contrario, conviene encarecer la extraordinaria importancia de lo que viene a a?adir sobre ese rostro en crudo la plena incorporaci¨®n e integraci¨®n en un grupo social extremadamente caracterizado, compacto y homog¨¦neo, y, en consecuencia, no menos extremamente segregado del resto de la sociedad. Una cosa es, por ejemplo, la asocialidad que caracterizaba a una gran parte de los individuos que acabar¨ªan por acudir al bander¨ªn de enganche de la Legi¨®n mientras actuaban todav¨ªa en la calle, como individuos aislados y carentes de v¨ªnculos corporativos, y otra muy diferente aquello en lo que dicha asocialidad originaria llegar¨ªa a convertirse tras la incorporaci¨®n e integraci¨®n en un grupo social aglutinado, bajo la f¨¦rula de la disciplina, por el m¨¢s omn¨ªmodo y acendrado encuadramiento de todos los rasgos personales en unos un¨ªvocos rasgos corporativos.
?A M? LA LEGI?N!
No fue el menor de los aciertos del fundador de la Legi¨®n espa?ola el de recoger precisamente la asocialidad o antisocialidad, que ¨¦l mismo supondr¨ªa harto frecuente y vigorosa entre los enganchados, no para reeducarla, sino para transfigurarla en el m¨¢s s¨®lido factor de cohesi¨®n corporativa. No tengo ahora a mano textos literales, pero recuerdo bien que uno de los llamados "esp¨ªritus" de la Legi¨®n es el que manda que si, en cualquier circunstancia, un legionario grita "?A m¨ª la Legi¨®n!", cualquier otro legionario. que le oiga acudir¨¢ inmediatamente a ¨¦l y lo defender¨¢ contra quien fuere, con raz¨®n o sin ella. El lugar ideal en el que la literatura legionaria ha situado siempre la funci¨®n y el cumplimiento de este m¨¢gico grito de "?A m¨ª la Legi¨®n!" ha sido siempre el campo de batalla, y es posible que all¨ª fuese tambi¨¦n donde lo situase, aunque en ¨²ltima instancia, su inventor. Y digo "en ¨²ltima instancia" porque no veo c¨®mo podr¨ªan cuadrar con ello las palabras con raz¨®n o sin ella con que acaba -y esto lo recuerdo bien- el enunciado del "esp¨ªritu" en cuesti¨®n. Parece, en efecto, que el campo de batalla es, por definici¨®n, y hasta por excelencia, el lugar en el que toda posible cuesti¨®n de raz¨®n o sinraz¨®n ha sido dada definitivamente por zanjada y en que ya no ha lugar siquiera a mencionarla. "Con raz¨®n o sin ella" no puede, pues, referirse al enemigo del campo de batalla; y, por su propio sentido, nos remite a un conflicto surgido en medio del tr¨¢fago de la sociedad en que se vive; a una noche de s¨¢bado y a una vulgar reyerta de taberna o de prost¨ªbulo. Nada m¨¢s dr¨¢sticamente asocial o antisocial, m¨¢s autosegregatorio del grupo social al que se pertenece, al parque, de reflejo, m¨¢s expulsivo del resto de la sociedad, que la previa, ciega, incondicional solidaridad de ese con raz¨®n o sin ella, que de convertirse en norma de los dem¨¢s grupos sociales, mayores o menores, destruir¨ªa en media tarde la entera sociedad. No de otro modo fue como el fundador de la Legi¨®n acert¨® a recoger los incipientes ahorros de antisocialidad de los inscritos, para reunirlos como un ¨²nico capital com¨²n de todo el cuerpo y proyectarlos contra el exterior, potenciando de este modo la inicial antisocialidad de cada uno como un incomparable factor de cohesi¨®n corporativa. Es muy posible que la cohesi¨®n as¨ª lograda tuviese su eficacia en el campo de batalla. Pero, ?a costa de qu¨¦? A costa de rebajar a un grado extremo de miseria humana y social al grupo as¨ª formado, con respecto a la sociedad civil entre la que se mueve y a cuya defensa se dice consagrado.
Am¨¦n de la execrable antisocialidad del factor de cohesi¨®n corporativa consistente en sentirse y reafirmarse tanto m¨¢s estrechamente unos y los mismos cuanto m¨¢s fuerte sea el sentimiento de autosegregaci¨®n con respecto a la propia sociedad entre la que se vive, el grupo social constituido por los soldados de fortuna forma en seguida, en torno suyo, como su contexto propio, toda una atm¨®sfera de marginalidad: la delincuencia menor, la prostituci¨®n, el vicio, el juego, la droga y el alcohol componen la inevitable corte de par¨¢sitos o comensales que a todas partes acompa?a al mercenario. Mas, he aqu¨ª que, por otro lado, parad¨®jicamente, la legitimaci¨®n que, a causa de las funciones marciales asumidas, recibe de los poderes p¨²blicos una hez social que por id¨¦nticos rasgos adjetivos habr¨ªa sido, en cualquier otro caso, objeto de proscripci¨®n y persecuci¨®n, es un espaldarazo de simb¨®lica pero no menos efectiva integraci¨®n social, que no puede dejar de suscitar toda la ambig¨¹edad de un espejismo, a menos que integraci¨®n y marginalidad no sean al cabo sino unas mismas, ambivalentes, aguas sucias que subterr¨¢neamente se mezclan y confunden, descubri¨¦ndose que la tan preconizada y premiada integraci¨®n no es otra cosa que un hampa coronada por un cono de luz, y que la marginalidad, tan denostada, no es, a su vez, sino el efecto de sombra producido por un descentramiento del foco carism¨¢tico. El que maneja el faro es el Estado, por cuanto sola su raz¨®n se erige por criterio autorizado para dictaminar, sobre la base de unos mismos, id¨¦nticos rasgos sociol¨®gicos, cu¨¢ndo debemos sentir que nos hallamos ante un asocial de callej¨®n y cu¨¢ndo, en cambio, ante un h¨¦roe de la patria.
La responsabilidad primera y principal de quienes reflexionen sobre un posible reclutamiento mercenario deber¨ªa ser la de no perder jam¨¢s de vista, anteponi¨¦ndola a cualquier otra perspectiva, la consideraci¨®n de qu¨¦ clase de grupo social es el que puede fraguar bajo el sistema del mercenariado, qu¨¦ mecanismos de acci¨®n y de respuesta pueden llegar a generarse a partir de la tendencia inicial a la autosegregaci¨®n entre su grupo y el resto de la sociedad en la que se mueve. Ante cualquier posible aumento de eficacia o de fuerza defensiva cuya adopci¨®n comporte, aun en ¨ªnfimo grado, da?ar, envilecer, escandalizar o corromper la propia sociedad cuya defensa se procura, toda debilidad se vuelve indiferente, o bien aprende el lenguaje de la hipocres¨ªa, porque lo cierto es que todos sab¨¦is perfectamente que cualquier nueva forma de mercenariado no har¨¢ sino reproducir una vez m¨¢s, y sea cual fuere el color de su uniforme, las mismas, degradantes, encanalladas, infrahumanas lacras, cuyo hedor de milenios se?ala todav¨ªa el rastro hist¨®rico de los soldados de fortuna.
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