El pelo
Lo que pasa con el pelo es que no es normal. Olvido Alaska se lo afeita hasta el segundo hemisferio cerebral y otras se dejan melena l¨¢nguida. A las ¨²ltimas manifestaciones estudiantiles, uno ha ido mayormente a mirar el pelo de los j¨®venes. Ellos y ellas llevan melenas no muy largas, pero suficientemente despeinadas. Toda una contestaci¨®n al flequillo calvo de Maravall. ?Y los caballeros entrados, qu¨¦ pelo nos ponemos? ?La melena lacia y sufriente de Aranguren o el flequillo adolescente y canoso de Monle¨®n? Hubo un tiempo en que todos los pelos eran largos, y entonces no hab¨ªa m¨¢s que pasar de peluquer¨ªa, lavarse la cabeza en casa o, como uno, ir a Pedro Romero, con todo el semblante, a lavarse los tirabuzones, mientras le sirven a uno una cerveza. De cortar, nada. Todos embozados en nuestras melenas, m¨¢s o menos precarias, ¨¦ramos la post/novedad y la marginalidad. Pero he aqu¨ª que los peque?itos nos traicionan y se cortan el pelo a cepillo, como una caricatura nazi. A los calvos no los veo yo con el pelo a cepillo. A Carmen Conde, tampoco. El pelo, pues, ha acabado con la confusi¨®n generacional y ha puesto orden orteguiano en las cosas. El pelo/cepillo de los postnov¨ªsimos nos retira definitivamente de la circulaci¨®n, o nos aparca en nuestro rinc¨®n de villanos envejecidos: volvamos al esculpido a navaja y a la laca, como al confort generacional de lo nuestro.El pelo es la bandera de todas las revoluciones, y lo que m¨¢s nos desconcierta de las ¨²ltimas movidas obreras, juveniles, estudiantiles, es que llevan el pelo sencillamente descuidado, ni largo ni corto, que es justamente lo que ya no pueden hacer los ministros y lo que no podemos hacer nosotros, que nos quisi¨¦ramos ap¨®stoles laicos de la nueva fe agn¨®stica que nace bajo un sem¨¢foro de la Gran V¨ªa. Hubo un tiempo ordenado en que el pelo largo era underground y el pelo corto era yuppy. Ahora ha amanecido a la revuelta una generaci¨®n, ellos y ellas, que se olvidan de su pelo, que van de naturales, que no presentan un folklore previo, y esto es lo que nos tiene m¨¢s at¨®nitos. Marcelino Camacho, junto a ellos, quedaba con la cabellera blanca esculpida a navaja por un barbero de Carabanchel. Nosotros hubi¨¦ramos quedado como anuncios de colonia La Giralda. Cuando Sartre fue a hablar a los amotinados de Par¨ªs, en el 68, tambi¨¦n le silbaron. S¨®lo Andr¨¦ Gide hab¨ªa advertido que es peligroso (rid¨ªculo) correr delante de la juventud para proclamar que la juventud le sigue a uno. Pero hubo momentos metahist¨®ricos en que los j¨®venes consintieron en la promiscuidad con nosotros. No hab¨ªa m¨¢s que dejarse la melena o la barba para ser el Alan Watts en una plaza de Amsterdam. Ahora se rapan hasta el cerebelo, como Alaska, o van naturalmente despeinados. La melena y la barba han dejado de ser un embozo. A los adultos no nos queda otra cosa que la revoluci¨®n como hip¨®tesis de trabajo y el esculpido a navaja de Pedro Romero.
Cre¨ªamos que ¨ªbamos a dejar de ser rojos por culpa de Felipe y ocurre que dejamos de ser rojos por culpa del peluquero (al bello Curiel le est¨¢ amaneciendo la calva). Ellas se hacen cortes y peinados geom¨¦tricos, asim¨¦tricos, que nos invalidan las "cascadas de oro" de Quevedo/Lisi. Habr¨ªa que volver a Guillermo de Torre, Gerardo y Borges, para glosar en verso estos pelos hirsutos y carr¨¦s. Pero habr¨ªa que volver sin que pareciese que volv¨ªamos, porque entonces tambi¨¦n se nos notar¨ªa la generaci¨®n. Estamos fuera del juego est¨¦tico y encima no entendemos de qu¨¦ protestan.
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