Tres nader¨ªas

Nuevamente tres pel¨ªculas procedentes de los lotes de relleno que vienen de Hollywood. Y nuevamente la reiterada, machacona -Pregunta de siempre: ?por qu¨¦ estas pel¨ªculas se estrenan aqu¨ª y no se quedan en su casa? ?Por qu¨¦ tales medianias, que ni siquiera son descaradamente malas, pues en ellas quedan rastros de competencia en la producci¨®n, ocupan el lugar, la sala, la pantalla, el tiempo de exhibici¨®n que dejan de tener las decenas de excelentes pel¨ªculas de otros pa¨ªses que jam¨¢s llegan a nuestras pantallas, porque, se nos dice, no hay espacio de distribuci¨®n y exhibici¨®n para ellas?El templo de oro es una secuela sin ning¨²n rastro de talento de la serie Indiana Jones, de Steven Spielberg. El ¨²nico enigma que provoca su contemplaci¨®n, si de contemplaci¨®n puede hablarse, es el espiritual juego comparativo de si Chuck Norris da mejores mamporros que Stallone o al rev¨¦s. La fuente de sugesti¨®n de ¨¦sta -es un decir- pel¨ªcula se queda ah¨ª. Ning¨²n otro est¨ªmulo, ni una sola huella, salvo la vaga sensaci¨®n, a la salida del cine, de que uno podr¨ªa haber perdido el tiempo de mejor manera en cualquier otro lugar.

Se ve¨ªa venir que tocaba en Hollywood el turno de exprimir la estrella, m¨¢s o menos ocasional, de la hero¨ªna de El color p¨²rpura, Whoopi Goldberg. Y, de nuevo, la b¨²squeda de la fuente del filme nos remite a Spielberg, hacedor a veces de muy buenas pel¨ªculas y estimulador siempre, una veces vo1untario y otras de espaldas, de colecciones de engendros derivados. Este Jumpin' Jack, Flash es uno de ellos. Si la pel¨ªcula arranca decentemente y engancha algunas reservas generosas de atenci¨®n, a medida que avanza se desploma como un castillo de naipes sobre su propia inconsistencia y, al final, queda en nada.

Y, finalmente, Extremities, dram¨®n s¨®rdido, bronco, de tonos m¨®rbidos, que quiere ser tenso y se queda en la cuerda floja de los malos ejercicios de escuela, aprendidos de memoria. El mismo esquema de derrota que ofrecen sus gemelas precedentes: una brasa que se convierte en cenizas delante de las narices del espectador, pero esta vez con el agravante de pretenciosidad. Total, la misma nada, por triplicado.