Del sentimiento tr¨¢gico de una guerra
La beatificaci¨®n de tres monjas asesinadas a ra¨ªz de la guerra civil espa?ola se efectu¨® el domingo en el Vaticano en un ambiente que, seg¨²n los observadores, indica hasta qu¨¦ punto la ceremonia. a 50 a?os de la contienda, resultaba a¨²n inoportuna. Desde el punto de vista cristiano, el autor coincide con esta valoraci¨®n y sugiere que el recuerdo de la confrontaci¨®n se guarde bien sellado.
"No combat¨ª; nadie lo mereci¨®.A la naturaleza y, luego, al arte am¨¦".
(Fernando Pessoa)
Nadie nos podr¨¢ arrebatar nunca -?por juventud se entiende, claro est¨¢!- a muchos espa?oles la dicha de ser ajenos a la ominosa guerra civil de 1936, a¨²n demasiado presente, que, en mi caso, s¨®lo por deformaci¨®n intelectual dominicana, conoc¨ª a trav¨¦s de los libros, de f¨¢bulas desdibujadas que hablaban de malos y buenos y de una transmisi¨®n oral tantas veces sesgada.
Los libros de la guerra duermen polvorientos y apolillados en los hacinados anaqueles de un umbr¨ªo cuarto trastero. Incluso aquella minuciosa y casi exhaustiva historia, bastante truculenta, de la persecuci¨®n religiosa en Espa?a, escrita por un prestigioso obispo, que lo es en la actualidad, debi¨® llev¨¢rsela una ma?ana fr¨ªa de invierno el trapero ...
Ellas, las carmelitas, con los relojes de arena parados, vivas en el no-tiempo, habr¨¢n pasado el domingo ajenas a la p¨²rpura, el incienso y los baldaquinos. La existencia metaf¨ªsica, mucho m¨¢s sencilla que la parafernalia terrena, dej¨® at¨®nitos y trasfigurados sus h¨¢bitos pardos hace 50 a?os. Mientras, aqu¨ª y ahora, la guardia suiza sigue en su puesto y la vida del justo reposa en manos de Dios.
Beatificaci¨®n
Si en Dios estamos y vivimos, las razones teol¨®gicas aducidas para la beatificaci¨®n pueden parecer inconsistentes, harto innecesarias. A la vista de lo que debi¨® de ser una Espa?a hambruna y un pa¨ªs ruinoso, el exacto concepto de una justicia teol¨®gica inmolada parece pertinente.
No creo que, sabedores de lo que es el martirio y conscientes del testimonio de las tres carmelitas caracenses, sea preciso enriquecer nuestro catolicismo a estas alturas con un elenco lit¨¢nico-martirial que enfrent¨®, en dur¨ªsima prueba, a las dos Espa?as.
Aun a fuer de que se me argumente afirmando que las religiosas no estaban incursas en el acaecer b¨¦lico propiamente dicho, seguir¨¦ pensando que todos, incluso quienes ¨¦ramos entonces pura potencia en la mente del Creador, nos sentimos salpicados por el horror y la sa?a.
Los se?ores obispos y la sede apost¨®lica tendr¨¢n sus razones, quiz¨¢ d¨¦biles, en favor de la beatificaci¨®n, cuando en los d¨ªas postreros tanto han invocado lugares teol¨®gicos. Los disc¨ªpulos del Aquinatense empu?amos otras por las que nos parece preferible decir tan s¨®lo: mejor, no.
Se arg¨¹ir¨¢ que otros ensalzan, entronizan y homenajean a personajes de trayectoria republicana de la misma ¨¦poca. Para el cristiano, que sabe aquello de las dos mejillas, tal argumentaci¨®n resulta de terracota y estuco. Al margen del alineamiento pol¨ªtico de nuestra jerarqu¨ªa durante la contienda (tambi¨¦n hubo jerarcas en la margen izquierda), la persecuci¨®n fratricida conllev¨® en ambos bandos, incluso con las correspondientes bendiciones, visos de la m¨¢s torpe y ensordecedora venganza... ?Por d¨®nde andaba escondida la virtud teologal de la caridad? ?Por d¨®nde transitaba el mensaje de Jes¨²s el Nazareno?
Como creyente, sacerdote dominico y profesor de universidad, no permanezco indiferente ante el acontecimiento, pero en conciencia alzo mi pluma con quienes preferir¨ªamos dilatar sine die este tipo de proclamaciones p¨²blicas. Y no se cuestiona el hecho de una persecuci¨®n religiosa, como tampoco las ingentes tropel¨ªas de una arremetida cainita a uno y otro lado del puente. Cuestiono sin ambages que una historia escrita febrilmente hasta la enajenaci¨®n -incluso aqu¨ª a todos nuestros cineastas maestros que nos han hartado- tenga que sufrir a¨²n m¨¢s vueltas de manivela.
Estamos cansados de lo que se ha llamado sublimaci¨®n de una guerra. Al cabo de 50 a?os, 11 resulta un desconcierto / remover las aguas que ya apestan / de esta casa / resacas y tiovivos / dolor ca¨ªdo / angustia del ma?ana...". / "Tranquilidad / preludio de divina comedia / ?qu¨¦ fue la serenidad,/ y qu¨¦ el hast¨ªo?",/ he dicho alguna vez.
Teol¨®gicamente, toda muerte perpetrada a un hermano, incluso al hermano perro, es alevosa. ?Cu¨¢nta alevos¨ªa en nuestra guerra! Vamos a enterrarla ya, que se apolille en los archivos. ?Cu¨¢nto odio en nuestros muertos! ?Ser¨¢ necesario recordar tanto extrav¨ªo? A los m¨¢s j¨®venes nos parece que no. Como dir¨ªa Char, "pasamos por la vida con manos de pescador de esponjas, y no est¨¢ bien ahogarse en la superficie de un estanque".
Actitud gubernamental
Nadie debe comercializar la guerra civil, nadie. Da la impresi¨®n de que el Gobierno ha sufrido al deshojar la margarita de la persona que deb¨ªa encabezar la representaci¨®n oficial en las mencionadas beatificaciones. Se intent¨®, tras tiras y aflojas, enviar una delegaci¨®n digna pero modestita, cuyo rango no mereciera la calificaci¨®n de "al m¨¢s alto nivel". Pareciera como si una solapada rabia de "vencidos vencedores" provocara escr¨²pulos a la hora de enviar la legaci¨®n, cuando al mismo tiempo se nos ofrece un pa¨ªs de huelgas y pancartas que da pie a un meditado desaf¨ªo frente a conciencias obturadas... Las del Ejecutivo.
La democracia no ser¨¢ nunca un juguete al que podamos hacer saltar la cuerda cuando nos venga en gana, ni un tarro de esencias fr¨ªvolas y contaminantes.
Las caras limpias de las tres carmelitas no necesitan ser levantadas por los emp¨ªreos vaticanos. El cristianismo no muere nunca... Y entonces, ?por qu¨¦ los humanos nos trocamos tan superfluos?
Para evitar la tentaci¨®n subliminal siquiera del vencedor, prefiero contemplar el rostro de Pilar, Teresa y Mar¨ªa de los ?ngeles desde el fondo de mi coraz¨®n cristiano, sin necesidad de sumarme a la parafernalia del pasado domingo. Lo que esas tres mujeres ya poseen es lo ¨²nico importante y necesario: la visi¨®n beat¨ªfica.
Nosotros los mortales, aqu¨ª, seguiremos dando la raz¨®n a Carlos Edmundo de Ory: "Los muertos, ?c¨®mo pierden el tiempo!; los muertos siempre se hablan de usted".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.