Lenguaje de nuestro tiempo
El teatro de la Zarzuela se aca ba de apuntar uno de sus triunfos m¨¢s serios y estimulantes: e obtenido con Wozzeck, la gran ¨®pera de Alban Berg basada en el drama de B¨¹chner.Tanto el director esc¨¦nico, Jos¨¦ Carlos Plaza, como el musical, Edmond Colomer, son principales art¨ªfices de la versi¨®n, pero han contado con un muy buen reparto, escenograria adecuada y bien concebida y exacta coreografia. Todo result¨® tan convincente que -?por f¨ªn!- Wozzeck se convirti¨® en una noche de ¨¦xito amplio, a nivel de los m¨¢s repetidos t¨ªtulo del repertorio italiano.
Hubo unos a?os, ya pasados, en los que constitu¨ªa moneda corriente de la vanguardia el menosprecio de Berg en favor de su colega sch?nbergianoWebern. Se ve¨ªa en el primero un peso de resistencia frente a la radical innovaci¨®n del segundo. Hoy, uno y otro est¨¢n considerados en su condici¨®n creadora del lenguaje de nuestro tiempo. Es m¨¢s, por mucho que se diga y escriba sobre la paradoja de Wozzeck, cabe preguntarse qu¨¦ habr¨ªa sido del teatro musical de nuestro siglo, incluido el de ahora mismo, sin tan genial antecedente.
Wozzeck
Autores: B¨¹chner y Berg.Int¨¦rpretes: Christian Boesch, Arley Reece, Helmut Wildhaber, Hermann Winkler, Carl Riddersbusch, Karl Dumphart, Johan Janssen, Toma Popescu, Agnes Habereder, Erika Detmer, Ricardo Mufliz, ?scar Lopes e Ignacio Andr¨¦s Bajo. Escenarios y figurines: Gerardo Vera. Luces: Jos¨¦ Miguel L¨®pez S¨¢ez. Coreograf¨ªa: Arnold Taraborelli. Coro y orquesta titulares. Escolan¨ªa Sagrada Familia (C¨¦sar S¨¢nchez). Director coro: Jos¨¦ Perera. Director escena: Jos¨¦ Carlos Plaza. Director musical: Edmond Colomer. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 30 de marzo.
Importa en m¨²sica la sustancia capaz de mudar el significado de la forma, as¨ª es que la existencia de cierto rigor estructural procedente de la tradici¨®n cl¨¢sica no disminuye la novedad del mensaje de Berg como no lo alteran los evidentes contactos con un verismo triunfante que en 1926 cerraba su cap¨ªtulo pucciniano con Turandot, a unos meses vista del estreno de Wozzeck en Berl¨ªn, dirigido por Kleiber. Cada vez menos significativos me parecen los d¨¦bitos de Berg a Wagner, ya que, digase lo que se quiera, ni hay en Wozzeck procedimientos de leitmotiv, sino un mero deseo de lograr la cohesi¨®n a trav¨¦s de una serie de correlaciones tem¨¢ticas, pero no s¨®lo tem¨¢ticas, ni el tratamiento del texto, inconcebible sin Wagner, tiene mucho que ver con el caracter¨ªstico de la Tetralog¨ªa.
En Wozzeck, respuesta de un genio musical a un genio dram¨¢tico separada por un siglo-seg¨²n estudia Ploebsch, en 1968- aparece un secuencialismo cinematogr¨¢fico no s¨®lo bello, sino decisivo.
De ah¨ª que el acierto de representar la obra sin interrupci¨®n valga como ruptura de h¨¢bitos anteriores en busca de la mayor autenticidad narrativa y dram¨¢tica y en cuanto al papel teatral -constitutivamente teatral- de la orquesta, a la que llegan no pocos ecos uialilerianos, en su l¨ªrica desolada y desgarrada, viene impuesto por la palabra y su exaltaci¨®n musical, con la lecci¨®n bien aprendida de Pelleas, por una parte, y de Pierrot Lunaire, por otra.
Al costado de la primera ha de ce?irse el componente l¨ªrico, mientras la segunda decide el tratamiento t¨¦cnico-estil¨ªstico, la manera de hablar-cantar, para decirlo m¨¢s llanamente.
Moderna escena
Adem¨¢s el libreto, en su forma original y en su reducci¨®n para la ¨®pera, tan conciso en sus formulaciones, tan preciso en su arquitectura, da ocasi¨®n al compositor para combinar el principio de la continuidad y el de las formas semicerradas.Presentimientos, s¨ªmbolos, alucinaciones cobran en Wozzeck fuerza de extraordinaria y triste humanidad, y Jos¨¦ Carlos Plaza ha sabido derivar de ellas todo su trabajo hasta convertir el escenario limitado de la Zarzuela en una moderna escena de ¨®pera. El juego de los s¨ªmbolos, tan claro en la obra de B¨¹chner como en el drama musical de Berg, es muy claro: precisa de una inteligencia que, como en este caso, lo realice subrayando lo simb¨®lico, metamorfoseando lo coreogr¨¢fico, enalteciendo lo ambiental, profundizando en lo psicol¨®gico. Sobra, a mi entender, alg¨²n detalle por defecto de abultamiento, tal el descenso del gran caballo al final de la pieza.
Magn¨ªfica la Mar¨ªa de Agnes Habereder -exacta plasmaci¨®n teatral y musical del personaje-, tanto como el Wozzeck de Christian Boesch o el Tambor mayor de Arley Reece. De gran calidad, pero un punto excesivo, el estupendo Hermann Winkler, en el Capit¨¢n, y Carl Ridderbusch, en el Doctor.
Con ellos habr¨ªa que citar entero al reparto, que con sus directores al frente super¨®, con mucho, la representaci¨®n de Wozzeck ofrecida por el Festival de la ¨®pera de 1974. Para Colomer, vayan los m¨¢s altos elogios, pues no s¨®lo entiende en toda su profundidad y en su entera expresividad dram¨¢tica la obra, sino que ha elevado el trabajo de la orquesta hasta niveles de primera categor¨ªa. ?xito redondo, pues, y est¨ªmulo para nuevas aventuras. El siglo XX no est¨¢ tan pobre de ¨®pera c¨®mo suele creerse.
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