Las ra¨ªces del malestar
El movimiento social que se desarrolla actualmente en Espa?a tiene muy poco que ver con el pasado inmediato de la transici¨®n. Seg¨²n el autor, su origen no es otro que el de los aciertos e insuficiencias de los socialistas en el poder, y opina que no ha sido el cambio en la coyuntura econ¨®mica el que ha estimulado las demandas o el efecto multiplicador de las expectativas que sucede al inicio de una reforma cualquiera, sino un cambio precisamente pol¨ªtico. El programa real del PSOE de consolidar la democracia parlamentaria como mecanismo de administraci¨®n pac¨ªfica de los conflictos se ha agotado con el ingreso en la CE y con el refer¨¦ndum sobre la OTAN. Pero a estas fechas un programa de la naturaleza del ya cumplido no aparece ante la poblaci¨®n con la misma nitidez.
El malestar que se est¨¢ manifestando en estos ¨²ltimos meses en diversos estamentos de la sociedad espa?ola y la inesperada crispaci¨®n que ha proporcionado a ciertos conflictos, obligan a todos a un esfuerzo de reflexi¨®n. Esfuerzo que ser¨¢ tanto m¨¢s ¨²til si no se emprende con el pie forzado de convertirlo en un ataque al gobierno o en la plataforma de lanzamiento de un nuevo nombre en la pol¨ªtica espa?ola.En primer lugar es preciso decir que se trata de un malestar muy de hoy, muy de 1987. Es decir, que tiene poco que ver con las razones del desasosiego que atravesaba la sociedad espa?ola en. el per¨ªodo de la transici¨®n, ligadas a las incertidumbres que entonces viv¨ªamos sobre el futuro de la democracia.
En ese sentido puede decirse que es un malestar generado por nosotros, los socialistas. Por nuestros ¨¦xitos y por nuestras insuficiencias.
Pero ese dato obliga tambi¨¦n a tratar de desentra?ar con la perspectiva de un lapso de tiempo ya historiable los rasgos propios del per¨ªodo del Gobierno socialista transcurrido. Porque en ellos se halla la clave de la situaci¨®n actual.
Algunos de esos rasgos se refieren al contenido de la obra de gobierno abordada por los socialistas en el poder. Otros tienen que ver con las formas, con los modos de gobernar caracter¨ªsticos de estos primeros cuatro a?os de gobierno socialista.
Obra hist¨®rica
En cuanto a la naturaleza de la obra de gobierno caben pocas dudas, a pesar de las expectativas de distinto signo que pudo despertar el aluvi¨®n de votos de octubre de 1982. Se trataba de consumar la obra hist¨®rica que la derecha espa?ola, lastrada por un pasado hist¨®rico bien conocido, no pudo concluir. A saber, la consolidaci¨®n de un modelo pol¨ªtico cuyos t¨¦rminos han sido acu?ados en el curso de una larga historia por los pueblos de la Europa occidental. Un mecanismo de convivencia pol¨ªtica que aparece dif¨ªcilmente sustituible en sociedades donde la estructura de clases se ha desarrollado a trav¨¦s de una historia de enfrentamientos, de desgarramientos que han terminado por aconsejar ese mecanismo de administraci¨®n pac¨ªfica de los conflictos que es la democracia parlamentaria.
?se era el programa real del partido socialista m¨¢s que cualquiera de los documentos que en su momento se elaboraron para la contienda electoral.
S¨®lo un programa tan gen¨¦rico, pero al mismo tiempo tan decisivo, era capaz de agrupar tras de s¨ª un apoyo electoral como el que recibi¨® el PSOE en 1982. En cuanto a las formas, a los modos de gobernar, ¨¦stos han venido condicionados tanto por la ¨ªndole de aquel programa y de las tareas hist¨®ricas que implicaba como por las circunstancias en que fue abordado, caracterizadas por el golpe de Estado de febrero de 1981, el hundimiento de UCD y las proporciones que ambos hechos otorgaron al triunfo electoral de 1982.
En estos factores hay que ver el origen de un cierto sentido providencialista o carism¨¢tico que ha inspirado, para bien y para mal, la actuaci¨®n de los socialistas durante el per¨ªodo transcurrido.
Pero tambi¨¦n en ellos se encuentra la ra¨ªz de un fen¨®meno que s¨®lo ahora empieza a mostrar sus consecuencias, como fue la progresiva marginaci¨®n de todos aquellos elementos de la tradici¨®n doctrinal e ideol¨®gica (dicho en otros t¨¦rminos: de la propia cultura pol¨ªtica), disonantes con aquel programa real.
Eso que hemos denominado cultura pol¨ªtica es el mecanismo que tradicionalmente ha servido en las democracias, una vez incorporadas las grandes masas de la poblaci¨®n ala vida pol¨ªtica, para cohesionar sectores sociales enteros hacia un proyecto pol¨ªtico concreto.
En las circunstancias que han presidido los primeros cuatro a?os de gobierno, este tipo de integraci¨®n era desde luego sustituible por un liderazgo carism¨¢tico tal como fue ejercido a todos los niveles.
'Mediadores'
Pero este tipo de liderazgo hace innecesaria la intervenci¨®n de un amplio elenco de mediadores entre el poder o los aparatos pol¨ªticos y la sociedad: intelectuales, periodistas, cuadros pol¨ªticos o sindicales formados en la cultura de la izquierda resultan menos necesarios o perfectamente innecesarios. No es de extra?ar, pues, que el malestar se difundiera inicialmente entre estos elementos.
Las circunstancias pol¨ªticas han cambiado en Espa?a con el final de la primera etapa de gobierno socialista. El programa real de estos primeros a?os se agota con el ingreso, el 1 de enero de 1986, en la CE y, si se quiere, con el refer¨¦ndum sobre la OTAN, que sanciona el nuevo encaje pol¨ªtico de Espa?a en el mundo de las democracias europeas.
Y con el agotamiento de ese programa desaparece tambi¨¦n el razonamiento que, comprendido o intuido por amplios sectores de la poblaci¨®n, apaciguaba o disciplinaba las demandas sociales, que aparec¨ªan en algunos casos como ?leg¨ªtimas en la medida en que iban en contra del logro hist¨®rico principal, y en todos como menos leg¨ªtimas que ¨¦ste. Pues aquel programa cumpl¨ªa con una de las funciones principales de todo proyecto pol¨ªtico, que no es la eliminaci¨®n de los conflictos, sino su ordenaci¨®n, su colocaci¨®n en perspectiva. No ha sido, pues, como a veces se dice, el cambio en la coyuntura econ¨®mica el que ha estimulado las demandas o el efecto multiplicador de las expectativas que sucede al inicio de una reforma cualquiera, sino un cambio precisamente pol¨ªtico.
A estas fechas, un programa de la naturaleza del ya cumplido no aparece ante la poblaci¨®n con la misma nitidez. Su presencia no eliminar¨ªa los conflictos, pero s¨ª la perplejidad que produce la ausencia, real o no, pero en todo caso sentida, de un punto de referencia.
Elementos de integraci¨®n
Pero adem¨¢s se llega a ese momento cuando est¨¢n debilitados aquellos elementos de integraci¨®n de la vida social que quedaron relativamente al margen durante el primer per¨ªodo de gobierno. Un hecho que se agrava por la falta de concertaci¨®n social precisamente en este a?o.
La cultura pol¨ªtica que existe detr¨¢s del PSOE, como partido del progreso y de la igualdad, as¨ª como sus int¨¦rpretes, se hallen o no dentro de las filas del partido gobernante, tienen dificultades por ello para ejercer el papel orientador y ordenador que les incumbe y que ning¨²n aparato de gobierno puede sustituir.
No ya cualquiera de los militantes, sino tambi¨¦n de los votantes del PSOE en octubre de 1982 y aun muchos de los que no le votaron, han estado en condiciones de explicar durante estos a?os el sentido de lo que se estaba haciendo.
Hoy ser¨ªa dif¨ªcil encontrar una explicaci¨®n igual de clara e igual de convincente aun entre los que desempe?amos papeles pol¨ªticos m¨¢s o menos relevantes.
es diputado del Grupo Socialista.
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