Cat¨®licos a pesar del Papa
Estamos padeciendo los, cat¨®licos una evidente marcha atr¨¢s en la Iglesia. Despu¨¦s de los vientos refrescantes del Vaticano II, impulsado por Juan XXIII y Pablo VI, estamos apresados por los hierros paralizantes de la burocracia vaticana, que mueve h¨¢bilmente la pol¨ªtica de un Papa acostumbrado a tierras muy distintas de las de Occidente o del Tercer Mundo.Aquellos 2.500 obispos reunidos, entre 192 y 1965, en concilio universal supieron ejercitar su libertad de palabra de modo ejemplar, y marcaron una ¨¦poca brillante para nuestra Iglesia. Parec¨ªan as¨ª superados los tiquismiquis que mandaban al infierno a quien com¨ªa carne en viernes o hac¨ªan cometer sacrilegio al que beb¨ªa una gota de agua despu¨¦s de la media noche y comulgaba al d¨ªa siguiente, o a los que prefer¨ªan tolerar las casas de lenocinio -como mal menor- antes que regular de modo racional la natalidad en el matrimonio. All¨ª, e arzobispo Zogliby, auxiliar del patriarca M¨¢ximos IV, levant¨® la voz para contar, ante los at¨®nitos o¨ªdos de los dos millares de obispos reunidos en Roma, que el divorcio lo hab¨ªan tolerado la mayor¨ªa de los santos padres, y fue costumbre admitida por papas como San Gregorio II para el c¨®nyuge de un leproso, o lo permit¨ªan por causa de adulterio los obispos de la cat¨®lica Polonia hasta el siglo XVIII, como era frecuente en Occidente y uso constante en el Oriente cristiano
Cuando se ha discutido el aborto, algunos cat¨®licos contamos la verdadera historia de esta delicada soluci¨®n admisible para casos extremos. Y sacamos a relucir la licitud del aborto llamado indirecto por enfermedad de la madre del producido tras una violaci¨®n, o el del feto con verdadera malformaci¨®n cong¨¦nita grav¨ªsima, o el del embarazo anormal llamado, ¨¦pico. Todos ellos tolerados durante siglos por los mejores moralistas, como Tom¨¢s S¨¢nchez o Azpilcueta, y en nuestros tiempos por moralistas prudentes como el padre Haering.
Acallar la cr¨ªtica
Pero el barco eclesi¨¢stico vuelve poco a poco a dar un viraje de casi 180?, usando condenaciones que parec¨ªan ya superadas y, lo que es peor, queriendo sutilmente acallar las bocas de toda cr¨ªtica haciendo ver que cualquier razonable palabra de disentimiento resulta una postura anticlerical trasnochada.
Si un documento del antiguo Santo Oficio -habla con matices de la masturbaci¨®n o de la homosexualidad en 1975, en la actualidad el inquisidor germano Ratzinger cierra la rendija abierta 10 a?os antes. Incluso las m¨¢s inocentes y prudentes posturas, como la fecundaci¨®n in vitro o la inseminaci¨®n artificial de car¨¢cter hom¨®logo quedan prohibidas manu militari. La teolog¨ªa de la liberaci¨®n, propugnada por pensadores comprometidos en la lucha contra las injusticias sociales en Am¨¦rica Latina, es calificada de peligrosa o rechazable, usando ese lenguaje solemne de los documentos eclesi¨¢sticos que asusta a los sencillos fieles y les aparta de todo avance contra el injusto conservadurismo.
La verdad es que el cat¨®lico se encuentra ahora en un mal momento. Quieren que volvamos a la postura tan criticada por el suave san Francisco de Sales, pidi¨¦ndonos esperar con el desayuno una bula papal para saber c¨®mo actuar durante el d¨ªa. Y, sin embargo, con toda raz¨®n muchos cat¨®licos no se conforman con esta pretensi¨®n. Y arrostran las consecuencias de su valiente postura, por fidelidad a las m¨¢s antiguas e inteligentes posturas de su Iglesia, no queriendo ser unas ovejas mudas, como lo ¨¦ramos en los preliminares del Concilio Vaticano II. No fue esta sumisi¨®n propia de los siglos de gran influencia cristiana, como la Edad Media, que se inspir¨® intelectualmente m¨¢s en la libertad del Evangelio que en la prepotencia de los dirigentes eclesi¨¢sticos, enfrent¨¢ndose libremente las m¨¢s diversas opiniones, como .demostraron el cardenal Newman o el historiador cat¨®lico monse?or Bougaud.
Me encanta leer, por ejemplo los razonamientos del padre Verrneersch, a principios de este siglo, concluyendo que la fornicaci¨®n no est¨¢ claramente condenada por el derecho natural, aunque no sea lo m¨¢s correcto, seg¨²n ense?¨® el Antiguo Testamento. Que el jesuita Tom¨¢s S¨¢nchez hace cuatro siglos "juzga l¨ªcita la acci¨®n polutiva para que ciertos enfermos se exoneren de los humopres nocivos" (como dice el estudioso Melchor Baj¨¦n), postura que hoy tendr¨ªa aplicaciones m¨²ltiples. Y que el placer sexual, considerado pecado mortal fuera del matrimonio por los manuales recientes para confesores, no siempre era considerado grave en todo caso por los moralistas de nuestro Siglo de Oro. Aquellos te¨®logos espa?oles fueron los que mejor analizaron el dicho tradicional cat¨®lico "En caso de extrema necesidad, todas las cosas son comunes", dando paso a las m¨¢s socializadas formas de propiedad.
Flagrantes errores
No exageremos el poder de la autoridad eclesi¨¢stica, porque ha ca¨ªdo durante su historia en flagrantes errores. Sin apelaci¨®n a la raz¨®n (como ped¨ªa santo Tom¨¢s en su De veritate), estamos los cat¨®licos perdidos. La constante y universal ense?anza de la Iglesia oficial queda resumida en la postura del que fue m¨¢s tarde Papa, cardenal Buoncompagni, cuando aseguraba que no obedecer¨ªa al Sumo Pont¨ªfice s¨ª le mandaba algo contra su conciencia.
El papa Liborio fall¨® al no defender la ortodoxia de la que san Atasio fue campe¨®n, casi solitario, apoyado s¨®lo por el pueblo y no por los obispos. Honorio fue un Papa condenado por su sucesor Le¨®n II, diciendo: "Ha dejado la fe expuesta a la traici¨®n". Y nada se diga del nepotismo de los papas de Avi?¨®n, criticados por santa Catalina de Siena; o el papa Alejandro VI, execrado por el fraile Savonarola, al que los dominicos actuales piden sea declarado santo por ser un m¨¢rtir del deber de correcci¨®n del inferior al superior, como hab¨ªa ense?ado su maestro santo Tom¨¢s en la Suma teol¨®gica.
?Podemos dar por bueno moralmente que un papa de la edad moderna permitiera la castraci¨®n de los ni?os del coro en la iglesia de Roma, para obtener mejores voces? ?O que en 1921 se ense?ara, en los manuales de moral para confesores, que "puede inducirse la esclavitud por pacto o renuncia propia, por derecho de guerra o, por nacimiento" (padre Ferreres, SJ)?
No: el cat¨®lico debe usar de su propio juicio, porque la fe es "un obsequio racional", como ense?¨® P¨ªo IX, y no una ciega decisi¨®n que sigue lo que dicen los de arriba. Hemos de hacer como santa Catalina, cuando quer¨ªan que dejase de criticar a los papas de su tiempo: "No call¨¦is ya m¨¢s", dec¨ªa, "sino dad voces", porque la peor de las caridades consiste en no decir, o no permitir que se diga, cuanto hay que decir" (cardenal Newman).
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