Aquel santo d¨ªa en Madrid
Jos¨¦ Luis Sampedro (Madrid, 1917) es, adem¨¢s de un prestigioso economista, un narrador que se considera obsesionado por el tema de la dignidad humana. Su obra m¨¢s importante, a juicio del propio autor, es Octubre, octubre, cuyo ¨¦xito de p¨²blico lo aup¨® a la fama literaria. Se trata de un intelectual en sentido amplio, interdisciplinar y universalizador. El relato que hoy se publica no pertenece, a pesar de las apariencias, al g¨¦nero de ficci¨®n cient¨ªfica. Es, m¨¢s bien, una mirada algo descarnada y c¨®mica sobre un presente demasiado reconocible.
Cuando supe que mi astronave bordear¨ªa el planeta Tierra en su viaje de retorno al nuestro, le suger¨ª al jefe de la expedici¨®n la conveniencia de aprovechar la oportunidad para que yo pusiese al d¨ªa nuestros conocimientos acerca del sentimiento religioso en las zonas terr¨ªcolas m¨¢s adelantadas. La ¨²ltima investigaci¨®n disponible databa de a?os atr¨¢s, a ra¨ªz del concilio ecum¨¦nico que se esforz¨® por modernizar la Iglesia cat¨®lica y, a la vista de posteriores noticias, la situaci¨®n hab¨ªa variado bastante por ciertas reformas vaticanas susceptibles de afectar a nuestras intenciones expansivas en la Tierra.Trat¨¢ndose de catolicismo, y dada la excesiva densidad de la contaminada atm¨®sfera terrestre, que nos impide permanecer en ella m¨¢s de un d¨ªa sin equipo adecuado, lo m¨¢s razonable para mi proyecto era detener la nave en la frontera gravitatoria sobre la vertical de Espa?a. Elegir este pa¨ªs resultaba obvio por dos motivos. Primero, porque es bien conocido como m¨¢xima encarnaci¨®n nacional del catolicismo m¨¢s acendrado y ortodoxo; hasta el punto de que cuando el mencionado concilio recomendaba acabar con intolerancias seculares, el Gobierno espa?ol de entonces segu¨ªa prohibiendo la libertad religiosa alegando que todos los espa?oles son cat¨®licos de nacimiento y no necesitan otra fe. Segundo, porque posteriormente se ha iniciado en el pa¨ªs una transici¨®n pol¨ªtica cuyas repercusiones sobre la religiosidad importa conocer como dato para nuestra estrategia futura, pues, no es lo mismo presentarse en la Tierra como colaboradores cient¨ªficos que montar una aparici¨®n mesi¨¢nica capaz de asegurar el control ideol¨®gico sobre mentes propicias.
Lo que convenci¨® a mi jefe fue que para mis observaciones bastar¨ªan pocas horas, pues nuestro acercamiento al planeta coincid¨ªa con el d¨ªa santo de la semana, all¨ª llamado domingo, y el mero comportamiento de las masas populares acudiendo la los templos y practicando el culto permitir¨ªa por s¨ª solo actualizar el ¨ªndice de religiosidad. As¨ª es como aquel domingo terrestre emprend¨ª mi regreso a la Tierra, esquivando los toscos sat¨¦lites artificiales que los atrasados terr¨ªcolas desparraman por su espacio como las latas y botellas vac¨ªas de sus playas. ?Bien ajeno estaba yo en aquellos momentos a la sorpresa del cambio cuyas primicias informativas tengo el honor de someter a nuestras autoridades mediante la presente Memoria?
La verdad es que mi primera impresi¨®n, sobrevolando ya la capital, fue m¨¢s bien confirmar lo que sab¨ªamos, es decir, la intensa religiosidad colectiva, pues mis sensores psicosociales captaban fuertes ondas convergentes orientadas hacia un punto concreto de la ciudad. Hacia esa orientaci¨®n atend¨ªan las mentes ciudadanas en su mayor¨ªa, bien meditando sobre el culto, bien prepar¨¢ndose con la lectura de Prensa especializada o cambiando impresiones sobre los actos del santo d¨ªa. Ya ve¨ªa yo a los m¨¢s impacientes empezando a provocar embotellamientos en las calles conducentes al foco de convergencia, sin duda el templo principal. Desde los barrios m¨¢s lejanos acud¨ªan arroyuelos humanos a sumarse en las bocas del metro o llenando autobuses y coches particulares. La creciente ionizaci¨®n psicol¨®gica del ambiente daba a entender que se acercaba la hora y para m¨ª no pod¨ªa existir duda de que aquellas masas, olvidando toda otra preocupaci¨®n en su d¨ªa sagrado, no pod¨ªan concentrarse m¨¢s que para una sola cosa: la celebraci¨®n del culto nacional.
Mezclado con la multitud llegu¨¦ al templo y me qued¨¦ estupefacto ante una arquitectura muy diferente de la conocida. Pero a¨²n fue mayor la sorpresa en el interior, donde nada recordaba la liturgia de siempre: ni naves, ni retablos ni altares, sino un inmenso grader¨ªo al aire libre, rodeando un gran espacio rectangular cubierto de c¨¦sped. En suma, algo m¨¢s parecido a un circo romano que a una iglesia tradicional.
En vano procur¨¦ distinguir los consabidos s¨ªmbolos del cristianismo, pues, aparte una abundante publicidad comercial (tan incompatible con la evang¨¦lica expulsi¨®n de los mercaderes del templo), los ¨²nicos objetos al parecer rituales eran tres maderos ensamblados entre s¨ª y situados en cada uno de los lados menores del rect¨¢ngulo. Dos postes verticales, algo m¨¢s altos que un hombre, y un travesa?o m¨¢s largo colocado horizontalmente sobre ellos. Curiosamente, una red sujeta a los maderos parec¨ªa cerrar por detr¨¢s aquella especie de puertas.
Yo no sab¨ªa qu¨¦ pensar. Por una parte, no pod¨ªa dudar de que me encontraba ante una ceremonia religiosa, pues no pod¨ªa tener otro objeto semejante reuni¨®n del pueblo en el d¨ªa santo de una ciudad tan fervorosamente cat¨®lica. Pero, por otra, ?era posible tan radical transformaci¨®n del culto en los pocos a?os de la transici¨®n ... ? En esas dudas estaba cuando el clamor de los fieles que abarrotaban el grader¨ªo atrajeron mi atenci¨®n hacia el comienzo del culto.
Unos personajes, sin duda los sacerdotes, emergieron del seno de la tierra por una salida en rampa y avanzaron, en hilera, a grandes saltos el¨¢sticos, hasta el centro del campo. Me sorprendi¨® ante todo su juventud, pues yo esperaba, l¨®gicamente, fa aparici¨®n de alguna venerable barba. En cuanto a sus ropajes ceremoniales, no eran menos ins¨®litos que lo dem¨¢s: vest¨ªan todos pantal¨®n corto y calzaban fuertes botas. Las t¨²nicas o camisetas difer¨ªan en el color: cont¨¦ hasta 11 oficiantes cubiertos de blanco -s¨ªmbolo seguramente de pureza, o al menos as¨ª era antes en la Tierra-, mientras otros 11 la llevaban de rojo oscuro, sin duda con un significado maligno, a juzgar por los gritos hostiles de la mayor¨ªa de los fieles, muy en contraste con la aclamaci¨®n tributada al aparecer los 11 blancos. Tras esos 22 celebrantes emergieron otros tres, vestidos con chaquetas negras y provistos, dos de ellos, de sendas banderolas. El tercero portaba reverentemente lo que despu¨¦s se me revel¨® como el objeto fundamental del culto; a saber, una esfera al parecer de cuero y de algo m¨¢s de un palmo de di¨¢metro.
Los altavoces emitieron sonidos musicales, seguramente himnos religiosos. Se hicieron fotograf¨ªas de los grupos formados por los 11 sacerdotes de cada color, que al punto se dispersaron por el campo, y se cruzaron secretas palabras lit¨²rgicas entre un celebrante de cada bando, en presencia del portador de la esfera. Este ¨²ltimo la deposit¨® cuidadosamente en el suelo, ocupando el centro matem¨¢tico del espacio sagrado, y extrajo de su bolsillo un arg¨¦nteo silbato cuya aguda nota, rompiendo el religioso silencio de la muchedumbre, dio la se?al para el comienzo del rito.
No voy a describirlo en sus detalles porque es mucho m¨¢s importante el significado, que no me fue dificil interpretar, a pesar de no comprender algunos gritos de los fieles ni ciertas fases de la ceremonia, prolongada durante dos lapsos de tres cuartos de hora terrestre cada uno, con un intervalo, sin duda prescrito para la meditaci¨®n, pero que m¨¢s bien aprovech¨® la gente para relajarse bulliciosamente. En todo caso, lo esencial de la ceremonia es la constante pugna entre los dos bandos sacerdotales -los puros y los oscuros- para llevar la esfera -de cuero hacia el p¨®rtico del bando opuesto, y lo curioso es que ese objetivo ha de lograrse ¨²nicamente mediante h¨¢biles golpes de los pies. En todo ello participan desde el grader¨ªo los fieles tremolando banderas con los dos colores enfrentados, gritando jubilosamente el nombre de la capital espa?ola, profiriendo imprecaciones imposibles de hallar en los diccionarios e incluso -llevados de su ciego arrebato- lanzando imprudentes ofrendas de latas o botellas y otros objetos arrojadizos. Ciertamente, los espa?oles podr¨¢n haber cambiado de religi¨®n, pero no del apasionamiento con que la profesan.
La significaci¨®n del rito descrito es transparente para cualquiera que haya estudiado algo las distintas religiones terrestres. Obviamente, la esfera sagrada encama la bola del mundo, y el esfuerzo de los oficiantes, impuls¨¢ndola en opuestas direcciones dentro del rect¨¢ngulo c¨®smico, escenifica simb¨®licamente la lucha entre la fuerza del Bien y del Mal, correspon-dientes a los dos colores de las vestiduras. La reiterada invocaci¨®n a Madrid por los espectadores, animando a los sacerdotes blancos, puede ser supervivencia de un antiguo culto local, as¨ª como las redes que retienen la esfera cuando falla el guardi¨¢n de la puerta son quiz¨¢ reminiscencia del oficio del pescador ejercido por el ap¨®stol Pedro en el relato evang¨¦lico. Pero esos restos del pasado no deben inducirnos a error. La religi¨®n hisp¨¢nica actual supone una revolucionaria transformaci¨®n del catolicismo hasta casi hacerlo irreconocible, pues adopta una orientaci¨®n geoc¨¦ntrica, m¨¢s interesada en glorificar las secretas fuerzas de la naturaleza que en cultivar la vida del esp¨ªritu o las virtudes asc¨¦ticas: nada m¨¢s lejos del esp¨ªritu y la ascesis que la jaranera catarsis de los fieles durante la ceremonia.
Ese culto tel¨²rico explica muchos aspectos del rito. Por eso los sacerdotes emergen desde una cavidad subterr¨¢nea; por eso ofician con el pie, que es la parte del cuerpo en contacto permanente con la tierra. En cambio tocar la esfera con la mano constituye un pecado castigado en el acto, previo un toque del silbato ritual; instrumento, por cierto, con muchos precedentes m¨ªticos, desde la siringa del dios Pan y el ney de los derviches danzantes hasta el flautista de Hammelin.
Ese fuerte componente naturalista de la nueva religi¨®n no ha de desde?arse como un atrasado primitivismo, sino que, por el contrario, revela una aguda comprensi¨®n del alma humana, basada seguramente en los progresos terrestres del psicoan¨¢lisis. As¨ª se explica el rasgo m¨¢s desconcertante del culto, pues a primera vista parecer¨ªa aberrante el empe?o de los sacerdotes del Bien en llevar la esfera simb¨®lica hacia las redes del Mal. Ciertamente, una religi¨®n m¨¢s antigua e ingenua prescribir¨ªa llevar el mundo hacia la propia puerta del Bien, pero tras 2.000 a?os de experiencia los hombres saben que -salvo casos aislados de santidad- esa buena intenci¨®n directa no conduce a los deseados fines de amar a los enemigos o desde?ar las riquezas temporales. En cambio, los psic¨®logos modernos conocen bien la mayor eficacia de las v¨ªas indirectas y se aproximan al tao¨ªsmo, que, para lograr un fin dado, recomienda perseguir el opuesto. Resultado avalado por la experiencia, como en el caso de los j¨®venes rebeldes que acaban integr¨¢ndose mayoritariamente en su odiada sociedad como ciudadanos bienpensantes, o en el de quienes empiezan siendo revolucionarios para mejor conseguir una cartera ministerial. As¨ª ocurre en la nueva religi¨®n hisp¨¢nica, cuyo camino hacia el Bien pasa por la puerta del Mal, ateni¨¦ndose sin duda a la famosa creencia de sus economistas, que esperan alcanzar el bienestar colectivo si cada individuo se comporta con el m¨¢s agresivo ego¨ªsmo. Por eso, los sacerdotes blancos impulsan el mundo hacia la puerta oscura, sabiendo de sobra que, apenas caiga en aquella red, el maestro de ceremonias har¨¢ sonar su silbato sagrado y la esfera volver¨¢ a su centro, donde se sit¨²a el perfecto equilibrio humano, entre la luz y la tiniebla.
Queda por explicar el importante problema de c¨®mo ha sido posible tan extremado cambio de la fe religiosa durante una transici¨®n de solamente pocos a?os. La cuesti¨®n exige estudios cuidadosos, por la luz que puede arrojar sobre los procesos evolutivos de la sociedad, pero entre tanto el hecho queda en pie, aunque subsistan manifestaciones residuales del pasado en forma de alguna asistencia minoritaria -sobre todo de ancianos- a los antiguos templos, como yo mismo pude observar, y aunque en el pa¨ªs se siga reiterando oficialmente la vigencia del culto tradicional: como es sabido, siempre existe un desfase entre la verdad. oficial de cualquiuer parte y la realidad del momento.
En definitiva, el culto hisp¨¢nico anterior ha cedido el paso a esta nueva fe naturalista, en la que verdaderamente se vuelca el actual sentimiento religioso de los espa?oles, hasta el extremo de que, seg¨²n conversaciones captadas a mi alrededor en el campo, no s¨®lo el domingo es sagrado a la ceremonia, sino que entre semana muchos fieles se dedican piadosamente a llenar de cruces unos impresos especiales, ignoro si como nueva forma de oraci¨®n o como p¨²blico examen de conciencia y confesi¨®n de pecados cometidos.
En conclusi¨®n, y para el caso de decidirse a actuar en la Tierra, mi descubrimiento permite afirmar que el enfoque mesi¨¢nicos ser¨ªa ineficaz, al no despertar apenas inter¨¦s en un pueblo evidentemente desentendido de la vida del esp¨ªritu. S¨®lo cabr¨ªa intentarlo -y aun as¨ª desconf¨ªo de los resultados- renunciando a individualizar el enfoque y ofreciendo en cambio un mes¨ªas colegiado, es decir, un equipo de 11 especialistas del puntapi¨¦, capaces de asegurar el triunfo en los cultos internacionales.
La t¨¢ctica acertada s¨®lo puede ser la de presentar nuestro futuro control en forma de una colaboraci¨®n cient¨ªfica, encaminada a potenciar al m¨¢ximo los recursos naturales y las fuerzas del planeta. Llevado h¨¢bilmente, ese fecundo, planteamiento podr¨ªa incluso resultar aceptable para la iglesia tradicional, dado que en sus m¨¢s recientes deliberaciones parece primar tambi¨¦n el inter¨¦s de sus jerarqu¨ªas por problemas materiales -biol¨®gicos, econ¨®micos y sociales-, considerados antaflo menos importantes que las cuestiones dogm¨¢ticas.
Pero cualquier decisi¨®n excede del prop¨®sito de esta Memoria, limitada a informar verazmente acerca de las actuales creencias en uno de los pa¨ªses terr¨ªcolas adelantados, y con ese descubrimiento queda de sobra justificado mi breve descenso de aquel santo d¨ªa en Madrid.
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