El pasado que rehusa morir
El bestiario pol¨ªtico rioplatense se ha visto enriquecido ¨²ltimamente por la incorporaci¨®n de personajes tales como el mayor Ernesto Barreiro, antes conocido s¨®lo por sus haza?as de torturador, y el teniente coronel Aldo Rico, que, en cambio, es uno de los escasos oficiales argentinos que lograron mejorar su reputaci¨®n en la guerra de las Malvinas. Es probable que su fama internacional sea efimera -ni siquiera ganar¨¢n la inmortalidad equ¨ªvoca de un Tejero -, pero ser¨ªa un error consignarlos al olvido.Es que, aunque no pudieron contar con la solidaridad de sus camaradas de armas, Barreiro y Rico son militares bastante representativos. No miente ¨¦ste cuando afirma: "Esto es tan s¨®lo la punta del iceberg'. Si bien son pocos los militares argentinos actualmente dispuestos a alzarse contra el Gobierno del presidente Ra¨²l Alfons¨ªn y -para ellos un factor m¨¢s importante, contra sus propios mandos naturales - son mucho menos los que no comprenden los motivos de los rebeldes ni simpatizan con sus objetivos declarados.
Adem¨¢s, la fractura del Ej¨¦rcito tiene menos que ver con losm¨¦todos empleados por los sublevados que con su sentido de la oportunidad. Los golpistas argentinos m¨¢s avisados saben que es necesario esperar a que los higos maduren; desaprueban a j¨®venes impetuosos que insisten en actuar a destiempo.
Siempre ha sido as¨ª. La historia argentina est¨¢ salpicada de levantamientos, intentonas,cuartelazos, asonadas, sublevaciones, alzamientos; el l¨¦xico hispano tiene tantas palabras para denominar el fen¨®meno como el ¨¢rabe para aludir al camello- que se frustraron ante la indife rencia del resto del cuerpo de oficiales y el repudio, expresado con vehemencia, de la opini¨®n p¨²blica. Los golpes serios, aque llos que dan a luz un nuevo r¨¦gimen dictatorial, son muy distintos. Se generan lentamente, otorgando a los jefes con mando de tropa el tiempo necesario para entretejer alianzas, preparar la base de sustento civil y, sobretodo, elaborar un ideario que, a sus ojos por lo menos, justifique y legitime la usurpaci¨®n del poder. Por de pronto, las condiciones objetivas para semejante empresa no existen en Argentina. El Gobierno del presidente Alfons¨ªn todav¨ªa goza de prestigio y, a pesar del peso de la crisis envolvente, cuenta con un amplio margen de maniobra. La opini¨®n p¨²blica no ha comenzado a olvidar los fracasos y las humillaciones del proceso. Asimismo, por primera vez en la historia moderna del pa¨ªs, centenares de miles de argentinos temen verse incluidos en la n¨®mina de v¨ªctimas de una nueva dictadura: en el pasado, casi todos consideraron un golpe como una alternativa pol¨ªtica incruenta, hasta benigna; desde la guerra sucia, en que morir¨ªan de 10.000 a 30.000 personas -es significativo que nadie sepa cu¨¢ntas-, ha desaparecido ta.mafia ingenuidad. Ahora, un golpe -y todos concuerdan en que el pr¨®ximo ser¨ªa mucho m¨¢s brutal que los anteriores- es una cosa muy seria, de vida y muerte, y no, como antes, una opci¨®n m¨¢s.
Sea como fuere, es un tanto prematuro confiar en que Argentina haya superado definitivamente la era de los reg¨ªmenes m¨ªlitares. Los integrantes de las Fuerzas Armadas a¨²n no se han curado de la convicci¨®n de que constituyen la reserva moral, la espina dorsal de la naci¨®n; que su funci¨®n, tal cual la de un dios ben¨¦volo, consiste en velar por los intereses fundamentales del p pa¨ªs, defendi¨¦ndolo contra el marxismo, la disgregaci¨®n y la p¨¦rdida de los valores cristianos, que, seg¨²n ellos, son parte inseparable de su esencia o ser.
Ahora, por supuesto, el Ej¨¦rcito, lo mismo que la Armada y la Fuerza A¨¦rea, est¨¢ encabezado por dem¨®cratas como el general Jos¨¦ Dante* Caridi, hombres respetuosos de la Constituci¨®n y dispuestos a enfrentarse con sus propios subordihados a fin de defender al Gobierno radical. -Sin embargo, estos mismos jefes siguen hablando un lenguaje virtualmente id¨¦ntico al de los en la actualidad encarcelados ex comandantes Videla, Massera y Agosti, que en el curso de su reinado pronunciaron miles de discursos en los que resaltaron su fe en la democracia y su adhesi¨®n a los principios encarnados en la Constituci¨®nse lav¨® las manos ante las vicisitudes de los dem¨®cratas de su patio trasero, sino que manifest¨® su solidaridad para con el presidente Alfons¨ªn.
La transici¨®n espa?ola
Es com¨²n comparar la transici¨®n argentina con la espa?ola: t¨¦rminos como destape y tejerazo ya se han incorporado a la jerga pol¨ªtica criolla. Y, en efecto, las dos experiencias son muy similares. Ello no obstante, las diferencias abundan. En primer lugar, la tradici¨®n democr¨¢tica argentina, aunque maltratada y herida por el populismo y el militarismo, nunca ha tenido que refugiarse en las catacumbas, como la espa?ola, luego de la guerra civil. En segundo lugar, en cambio, el marco econ¨®mico y diplom¨¢tico en que la democracia argentina tendr¨¢ que consolidarse es muy inferior al que acompa?ar¨ªa los pinitos de la espa?ola.
S¨ª, ya sabemos que el comienzo de la democratizaci¨®n espa?ola coincidi¨® con la crisis econ¨®mica internacional desencadenada por la Organizaci¨®n de Pa¨ªses Exportadores de Petr¨®leo, que para muchos el nivel de vida se ha deteriorado desde la muerte de Franco y que el paro ha alcanzado cifras aterradoras. Sea como fuere, en 1975 -y huelga decirlo ahora mismo- los espa?oles, acostumbrados a considerarse ciudadanos de un pa¨ªs pobre, gozan de una prosperidad que los argentinos, anta?o orgullosos habitantes de un pa¨ªs rico, s¨®lo pueden envidiar.
Adem¨¢s, Espa?a, con la posibilidad primero y despu¨¦s la realidad de su incorporaci¨®n a la Comunidad Europea, siempre ha podido enfrentar el futuro con confianza, convencida de que la crisis era temporal. Pero para los argentinos, abrumados por una deuda externa de aproximadamente 57.000 millones de d¨®lares que no pueden pagar, conscientes de su incapacidad para competir con las industrias extranjeras y con su moral socavada por una fuerte corriente inflacionaria, el futuro.se erige como una muralla impenetrable.
Para colmo, Espa?a, aun antes de solicitar su ingreso en el Mercado Com¨²n europeo, ya se sinti¨® integrante de una comunidad supranacional. Argentina, empero, se sabe aislada: sin mucha convicci¨®n, el Gobierno radical trata de ubicarse proponiendo ora el latino americanismo, ora el atlantismo, ora el occidentalismo, ora el tercermundismo, como respuesta al problema.
Desde luego que los pol¨ªticos e intelectuales argentinos contrastan, con justificada amargura, las palabras de aliento tan generosa y pr¨®digamente pronunriadas por dirigentes norteameriranos y europeos con la ausencia de cualquier medida de ayuda concreta. Semejante incapacidad para contribuir con algo m¨¢s que aplausos a la democratizaci¨®n argentina no s¨®lo es hip¨®crita, tambi¨¦n es miope. Hay dos maneras de matar: el asesinar y el no dejar vivir; los golpistas militares se encargar¨¢n de la primera alternativa, si las circunstancias lo permiten; los dem¨¢s pa¨ªses denocr¨¢ticos parecen resueltos a -umplir el segundo. pero igualnente mort¨ªfero papel.
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