Anticonsumo, SA
A los 20 a?os, uno fundaba comit¨¦s pol¨ªticos; a los 40, debe fundar un club. Es m¨¢s selecto, menos peligroso y luce m¨¢s. As¨ª, por ejemplo, nadie puede comparar el efecto m¨¢s bien deprimente de decirle a su cara pareja: "Me voy un rato al comit¨¦" (frase que inevitablemente evoca el chorizo con pan, el vino a granel y los Celtas), con la sugesti¨®n m¨¢s bien misteriosa que provoca anunciar: "Me esperan en el club" (whiskies tintineantes, p¨®quer, pases privados, sof¨¢s mullidos, publicaciones extranjeras). Despu¨¦s de los 40, todo el mundo tiene un club, y un pasado que prefiere olvidar. Yo he recibido varias invitaciones para convertirme en socia de clubes muy discretos y selectos: el de Ex Radicales de los Sesenta, el Club de los Fumadores Resistentes, el de las Feministas Arrepentidas, el los Revolucionarios Arrepentidos y el de los Lectores de J. G. Ballard. El que pienso fundar, en cambio, es distinto. Voy a fundar el Club de los Anticonsumidores. He tomado esta decisi¨®n despu¨¦s de observar atentamente las casas de mis amigos, los escaparates de las tiendas, los anuncios de EL PAIS y los de la televisi¨®n. Esa observaci¨®n me ha llevado a las siguientes conclusiones:1. Por qu¨¦ no necesito una calculadora de bolsillo. Desde que dej¨¦ la escuela, a temprana edad, he podido vivir sin los quebrados. Es m¨¢s: he sobrevivido a una dictadura, a muchos virus, a varias separaciones sentimentales y a la contaminaci¨®n ambiental sin haber recurrido jam¨¢s al m¨²ltiplo com¨²n denominador, que, a pesar de su nombre, es menos com¨²n de lo que parece. Y ninguna de las personas con las que he pasado una noche agradable me pidi¨®, a la ma?ana, que encontrara la ra¨ªz cuadrada de 17.326. Por lo dem¨¢s, luego de pagar el alquiler, la luz y la cuenta del tel¨¦fono (¨²ltimo misterio que ninguna calculadora es capaz de resolver) me alcanzan los dedos de la mano para contar los billetes que me quedan.
2. Por qu¨¦ no necesito relojes electr¨®nicos. Visitar a mis amigos se ha vuelto inquietante. Me siento observada por much¨ªsimas esferas de relojes, y a veces hasta por cuadrados, rect¨¢ngulos y elipsis de relojes. El horno el¨¦ctrico dispone de un reloj digital, igual que la cocina de gas, el v¨ªdeo, la radio, y hasta el bol¨ªgrafo de metal tiene un reloj incorporado, para no hablar del encendedor de mesa. ?Qui¨¦n puede conversar amistosamente mientras se siente controlado por todas partes? ?O ser¨¢ una sutil indirecta para sugerirnos que las personas de la casa son gente muy ocupada, de las que creen que el tiempo es oro?
En cuanto a m¨ª, prefiero mi viejo reloj manual de toda la vida. Es un reloj normal, es decir, redondo, con n¨²meros y con agujas" no con esos abisales espacios negros donde hay que adivinar si la manecilla est¨¢ en el cinco o en el siete. Es un reloj normal, o sea, no indica ni el d¨ªa ni el a?o -para eso est¨¢n los almanaques-, ni se?ala los segundos. Nunca he tenido nada que hacer a las siete y veintiuno, ni a las siete horas, veinte minutos y diez segundos.
3. Por qu¨¦ no necesito un piano. Como todas las ni?as nacidas antes de la gran revoluci¨®n de 1968 tuvo que estudiar piano, a pesar de lo cual no perd¨ª mi gusto por la m¨²sica. Y gust¨¢ndome mucho la m¨²sica, no estoy dispuesta a comprarme un Stanway en cuotas, ni un clarinete rebajado: tengo el suficiente sentido com¨²n como para saber que Pollini ha grabado los Nocturnos de Chopin, y Rubinstein, las Sonatas de Beethoven, cosa que los vecinos agradecen. Y si alguna tarde me siento aquejada por un violento impulso de improvisaci¨®n musical, la mayor¨ªa de mis amigos tienen suntuosos pianos blancos, cerrados y que ocupan mucho lugar.
4. Por qu¨¦ no necesito un autom¨®vil nuevo. Si la naturaleza hubiera querido que yo volara, me habr¨ªa provisto de alas; si hubiera querido que yo rodara por las autopistas, me habr¨ªa suministrado un motor y algunas ruedas. No ha hecho lo uno ni lo otro, por lo cual, si puedo, me traslado a pie, que es lo que la naturaleza me dio, espont¨¢neamente. Los griegos no ten¨ªan autom¨®vil, y su democracia funcionaba mejor que muchas de las nuestras. Sin autom¨®vil no tengo por qu¨¦ pagar las numerosas multas por estacionamiento indebido, aceleraci¨®n desmesurada, giro equivocado, sem¨¢foro en rojo, etc¨¦tera, y hasta puedo beberme unas copas sin que nadie me est¨¦ auscultando el aliento en un cruce de avenidas.
5. Por qu¨¦ no necesito un ordenador. Soy escritora porque amo las palabras y amo el papel. Lo uno me parece inseparable de lo otro: palabras sin papel, se las lleva el viento, o un corte de luz. Si en lugar del papel amara la pantalla, me habr¨ªa dedicado al cine, no a la literatura. Y no tengo el menor deseo de legar a la posteridad, en primorosas cintas almacenadas, el resumen de mis cuentas de gas, los recibos de la tintorer¨ªa o las delirantes facturas de la Telef¨®nica. En cuanto a los borradores de novelas, cuentos y poemas, son eso: borradores. Los puedo tirar a la papelera o vend¨¦rselos a la universidad de Princeton, que tiene unos ordenadores mucho m¨¢s complejos. Hasta ahora, Shakespeare, Cervantes, Baudelaire, Flaubert y Swift escribieron libros en resmas de papel, y sin archivos de datos. Y a m¨ª me encanta consultar los diccionarios y las enciclopedias: mientras uno pierde el tiempo tratando de encontrar lo que busca, descubre una gran cantidad de cosas que no buscaba, y resultan de lo m¨¢s estimulantes. ?l azar elige mejor que uno; en cambio, estoy segura de que si le pregunto al ordenador cu¨¢l es la capital de Bant¨²a jam¨¢s me contestar¨¢: "Los juncos florecen cada 100 a?os".
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