Curro y la lluvia
No hab¨ªa color, ni brillos ni mantillas, ni flores ni el rumor pastoso de los entendidos de la Espa?a-Espa?a pachanguera de sevillanas y ol¨¦s. Era la lluvia densa, como una cascada envolvente, una jaula gris de gotas duras que se deshac¨ªan en la arena y convert¨ªan la plaza en lago de los sue?os. Y entonces se produjo el milagro. El arte es algo duro y agrio, ¨¢cido y resplandeciente, que seca las arterias y corta la respiraci¨®n: es ese temblor de la piel que se eriza cuando Rostropovich acaricia el violonchelo y los p¨¢jaros se acurrucan perdiendo el trino ante la maravilla, es Ivo Pogorelich sacando m¨¢s all¨¢ de toda regla, de toda norma, un plus de ese piano que de pronto suspende el tiempo; son los cuerpos infinitamente sabios de ese Ba?o turco de Ingres donde toda la modernidad aflora como si de las pieles se desprendiera una contundencia que nos conmueve y roza las entra?as, al tiempo que alumbra la inteligencia. ?sa es la madurez del artista, la s¨ªntesis indisoluble de tradici¨®n asumida, de clasicismo, y audacia, de pureza racional y savia viva, deslumbrante de las formas, del color, de la palabra. Control y medida, regla oculta que ya no es regla, sino carne propia, capaz de modificarse, de romper los l¨ªmites, de revelar como en un destello la eternidad. Es la racionalidad plasmada en la materia y soberana; es la mano del dios o del genio que de pronto suspende la ret¨®rica huera para poner la carne de gallina, porque es sensorial la percepci¨®n y son los sentidos del alma los que se rozan.Y ah¨ª estaba, de pronto, Curro, solo bajo la lluvia, en una danza placentera con el animal. Eran dos formas libres construyendo un espacio donde se aunaban t¨¦cnica, sabidur¨ªa y luz. No hab¨ªa distancia entre el animal y el hombre, porque todo estaba tamizado por el esp¨ªritu. Serenidad y sobriedad del gesto, amplitud de una composici¨®n irrepetible, precisa, terriblemente simple... natural y al mismo tiempo cargada de invenci¨®n y alarde.
Sin clarines ni bocadillos
Estaban all¨ª sin clarines ni bocadillos en las gradas, sin los rojos y los amarillos, sin campa?as publicitarias que preludian espa?olismos de nuevo cu?o y un noventa y dos de estulticia de siglos y coros y danzas dise?ados por corifeos de prebendas y se?oritismos de pandereta.
Era una jaula gris de agua sedosa, tumultuosa, que aislaba a Curro y al toro y parec¨ªa negar todos los t¨®picos, el baratillo, la estampa de cart¨®n. Era el momento de la gracia, ese instante en que nada ya importa, cuando el artista se encuentra consigo mismo y con la obra y deja que la cosa fluya como una cadencia; supremo misterio que no entiende de taquillas, ni de aplausos, ni de cr¨ªticos-cr¨ªticos, ni de grandes o peque?as tiradas.
Era la soledad del creador, construyendo, imaginando, dando forma. Y todo era ligero y terso, a¨¦reo y terrenal. Aquella faena ten¨ªa ese don que nos hace todav¨ªa conmovemos ante el Parten¨®n (ligero y terso tambi¨¦n, a¨¦reo y aferrado a la tierra como el atleta ol¨ªmpico), eso que se define como inefable o sublime, aquello para lo que no hay palabras. El arte, digo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.