Los herederos de Ronald Reagan
Siete ilustres desconocidos se disputan la nominaci¨®n dem¨®crata tras la retirada de Gary Hart
Hasta que una modelo de 29 a?os y su irresistible tendencia a la autodestrucci¨®n pol¨ªtica, combinadas con una Prensa inquisitorial, acabaron en una semana con la candidatura a la presidencia de Gary Hart, los aspirantes dem¨®cratas a la Casa Blanca eran bautizados como Blancanieves y los siete enanitos. Hart, con una campa?a bien organizada, unas ideas que ofrecer y la experiencia de su intento de 1984, era Blancanieves, el candidato mejor colocado. Los siete enanitos son los otros siete pretendientes, ilustres desconocidos.
Los pesos pesados del Partido Dem¨®crata, como Mario Cuomo, gobernador de Nueva York, un formidable orador de la vieja escuela, heredero pol¨ªtico del viejo evangelio del New Deal, o, en menor medida, los senadores Sam Nunn y Bill Bradley repiten que no quieren ser presidentes. Pero son muchos los que estiman que si nadie destaca en la segunda fila, Cuomo podr¨ªa acudir a salvar el partido, derrotado estrepitosamente en las dos ¨²ltimas elecciones presidenciales.Ahora, 18 meses antes de que los norteamericanos elijan al sucesor de Ronald Reagan, s¨®lo quedan los enanitos en el campo dem¨®crata. Su principal cualidad es la juventud, pero alguno de ellos puede llegar a ser el 41 presidente de Estados Unidos. Los observadores comparan esta situaci¨®n con la del oto?o de 1975, cuando un desconocido llamado Jimmy Carter surgi¨® de la nada para llegar a la Casa Blanca.
?Qu¨¦ diferencia a Bruce Babbit, ex gobernador de Arizona, de Joseph Bidden, senador por Delaware? ?A Richard Gephardt, congresista por Misuri, del senador Albert Gore, de Tennessee? ?O al gobernador de Massachussets, Michael Dukakis, del tambi¨¦n senador Paul Simon, de Illinois?. Salvo en el caso de Jesse Jackson, que es aparte, poca cosa. Sus ideas y su capacidad de atracci¨®n se les suponen, como el valor al soldado. Ideol¨®gicamente, tambi¨¦n es un panorama de grises, con un tema ¨²nico: una Am¨¦rica m¨¢s competitiva, m¨¢s generosa, menos intervencionista en el exterior, mejor educada y que viva m¨¢s acorde con sus posibilidades. Ninguno de ellos comparte las dos obsesiones de Reagan: derrocar a los sandinistas en Nicaragua y su fe en la guerra de las galaxias, pero, por lo dem¨¢s, son una inc¨®gnita absoluta en temas de pol¨ªtica exterior.
Dukais, un hijo de inmigrantes griegos que ha tenido un gran ¨¦xito econ¨®mico en su Estado, ser¨ªa el m¨¢s pr¨®ximo al liberalismo tradicional del Partido Dem¨®crata, pero basa su campa?a en sus logros como buen tecn¨®crata. Bidden recuerda, por su discurso idealista y apasionado, a los Kennedy, pero no cuenta fuera de su peque?o Estado. Ambos ser¨ªan los m¨¢s liberales del paquete de enanitos. Por sus ideas, pueden heredar la infraestructura que deja Hart, un equipo de veteranos de otras campa?as presidenciales y una lista de 100.000 contribuyentes pol¨ªticos.
El Sur manda
Gore es, fundamentalmente, un sure?o muy joven (39 a?os), pero no se puede olvidar que el Sur va a ser muy importante en 1988, ya que en una sola superprimaria (en marzo) elegir¨¢ el 32% de los compromisarios para la convenci¨®n dem¨®crata. Esta realidad hace pensar a muchos que debe ser otro hombre del Sur, el centrista Sam Nunn, actual presidente del Comit¨¦ de Servicios Armados del Senado y un experto en cuestiones Este-Oeste, qui¨¦n tendr¨¢ que estar finalmente en la candidatura dem¨®crata.
Los otros candidatos seguros, Babbit y Gephardt (el ¨²nico aspirante de un Estado del Oeste), son intercambiables; est¨¢n realizando ya una campa?a muy intensa en Iowa y New Hampshire, enfocada en cuestiones de comercio y econom¨ªa. Paul Simon, por su parte, es un dem¨®crata cl¨¢sico. "No soy un neonada, s¨®lo soy un dem¨®crata", afirma.
Los votos indecisos y los no s¨¦ son el primer candidato de los dem¨®cratas. El segundo es, sorprendentemente, alguien que no puede ganar: el reverendo de raza negra Jesse Jackson, ex aspirante presidencial en 1984 y en 1980, demasiado progresista para esta Am¨¦rica profundamente conservadora, y que es el ¨²nico a qui¨¦n reconoce el 10%. de los votantes dem¨®cratas. Los otros seis enanitos no llegan, entre todos, a un 10%.
Son un paquete de nuevas caras, bastante atractivos y teleg¨¦nicos, que se presentan como pol¨ªticos anticonvencionales, no idel¨®gicos, tecn¨®cratas, pragm¨¢ticos, que venden una visi¨®n de Am¨¦rica, c¨®mo no, nueva y capaz de afrontar los retos del final del siglo. Saben que, cansados de una ¨¦poca muy ideologizada, los americanos quieren competencia y credibilidad personal.
Pero, de momento, expresan esa visi¨®n en t¨¦rminos tan abstractos que no est¨¢n siendo escuchados. "Nos hemos dejado cegar por la ilusi¨®n de la actual tranquilidad y seguridad. Nos hemos ajustado a las lentas pero sutiles fuerzas del declive como nuestros ojos se ajustan a la oscuridad. Pero si tenemos el valor de enfocar bien, todos podemos discernir los signos de una p¨¦rdida de rumbo nacional". Este es un ejemplo del lenguaje de partida.
Todos los candidatos dem¨®cratas, y tambi¨¦n, aunque en menor medida, los republicanos coinciden en que uno de los grandes temas de la elecci¨®n de 1988 ser¨¢ la educaci¨®n; su catastr¨®fico estado es una de las causas reconocidas de que EE UU ya no sea el n¨²mero uno en algunos campos. "Nuestros estudiantes deben ir a la escuela m¨¢s que los 180 d¨ªas actuales, debemos exigir m¨¢s de los profesores. S¨ª, costara m¨¢s dinero, claro que s¨ª", afirma el senador John Bidden. Todos coinciden en que hay que frenar el deterioro de Estados Unidos como primera potencia, pero ajustando al mismo tiempo su protagonismo a la realidad de que ya no es un superpoder con el monopolio militar, econ¨®mico y comercial de anta?o.
Los temas comerciales van a tener tambi¨¦n una gran importancia en las pr¨®ximas elecciones. Hay millones de votos airados, de ciudadanos que han perdido su empleo por lo que creen una injusta competencia del extranjero, sobre todo de Jap¨®n, y que se quejan de la falta de apoyo del Gobierno federal. La crisis de la agricultura norteamericana, incapaz de exportar competitivamente, y de sectores industriales tradicionales convierten el proteccionismo en un arma efectiva. Un candidato dem¨®crata, el congresista de Misuri Richard Gephardt, basa su campa?a en la petici¨®n de represalias autom¨¢ticas contra los pa¨ªses que venden aqu¨ª mucho m¨¢s de lo que compran. Es posible que, por ello, consiga el apoyo oficial de los poderosos sindicatos.
El campo republicano es prisionero de la pesada herencia de Ronald Reagan, sobre todo de las consecuencias finales del esc¨¢ndalo del Irangate. Sin embargo, nadie quiere traicionarle antes de tiempo, sobre todo si, para asombro e irritaci¨®n de sus partidarios m¨¢s conservadores y del establishment de la pol¨ªtica exterior republicana (los Nixon y Kissinger), llega a un acuerdo de reducci¨®n de cohetes nucleares con la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Los aspirantes republicanos, que son m¨¢s viejos que los dem¨®cratas, se ver¨¢n obligados a defender los a?os de Reagan y no ofrecer¨¢n, como sus adversarios, un cambio generacional.
Pero, a pesar del da?o sufrido por el asunto Ir¨¢n-contra, si la econom¨ªa no entra en una recesi¨®n antes de las pr¨®ximas elecciones no es en absoluto
descartable que los republicanos contin¨²en en la Casa Blanca por otros cuatro a?os. Howard Baker, que abandon¨® su campa?a presidencial para salvar a Reagan del Irangate, como bombero-jefe de gabinete de la Casa Blanca, tras la ca¨ªda de Ronald Regan, podr¨ªa ser la sorpresa republicana, elegida por la convenci¨®n sin pasar por las primarias, el hombre capaz de mantener el partido en la Casa Blanca hasta 1992.Como ocurr¨ªa con Hart en el Partido Dem¨®crata, George Bush, actual vicepresidente, 62 a?os, aparece como el candidato mejor colocado. Pero su enigm¨¢tico papel en el Irangate y su personalidad blanda y falta de gancho electoral le convierten en un tigre de papel. Curiosamente, a pesar de estar bendecido como el aspirante n¨²mero uno por la Prensa y por los sondeos, nadie cre¨ªa realmente que Gary Hart ser¨ªa designado por su partido como el candidato definitivo.
Bush tiene una organizaci¨®n s¨®lida, experiencia -ha sido casi de todo, incluido director de la CIA-, y dinero para la campa?a, pero le falta ese: algo indeterminado, un punto de credibilidad pol¨ªtica que hace pensar a muchos que no ser¨¢ el candidato del grand old party (grande y viejo partido) que surja de la convenci¨®n republicana de Nueva Orleans, en julio de 1988.
El senador Robert Dole, un veterano tibur¨®n de la pol¨ªtica (ya fue candidato frustrado a la vicepresidencia con Gerald Ford en 1976), est¨¢ esperando, bien colocado en los sondeos, el patinazo definitivo de Bush, que parece incapaz de definir una oferta diferente a la de Reagan.
Ni Bush ni mucho menos Dole atraen, sin embargo, a los votantes republicanos m¨¢s conservadores, los verdaderos reaganistas, que los consideran excesivamente liberales. El ex senador por Nevada de origen vasco-franc¨¦s, Paul Laxalt, se perfila por edad, experiencia pol¨ªtica y amistad personal con Reagan como su verdadero sucesor. Tiene pendiente un esc¨¢ndalo relacionado con casinos y adem¨¢s tendr¨¢ que competir con el joven ex jugador profesional de f¨²tbol americano Jack Kemp, 51 a?os, uno de los padres intelectuales de las reaganomics, que lucha por rentabilizar la herencia ideol¨®gica del actual presidente.
Como candidatos republicanos menores, pero coloristas y capaces de animar la campa?a quedan el general de cuatro estrellas, ex comandante supremo de la OTAN y ex secretario de Estado Alexander Haig; el reverendo electr¨®nico Pat Robertson, un ultraconservador que afirma que tiene hilo directo con Dios, que le pidi¨® que se presentara, y que maneja la televisi¨®n casi tan bien como Reagan, y el supermillonario gobernador de Delaware, Pierre du Pont. Pero, como afirma un chiste reciente, "no se puede ser presidente de Estados Unidos con nombre de camarero franc¨¦s y apellido de empresa qu¨ªmica contaminante".
El drama de Hart
El drama de Gary Hart ha abierto un debate sobre el sistema electoral norteamericano, en el que ha vuelto a demostrarse que lo que los ciudadanos juzgan es el car¨¢cter y la personalidad de los candidatos, muy por encima de sus programas o posiciones ideol¨®gicas. Hart insist¨ªa en explicar sus nuevas ideas, y el p¨²blico s¨®lo quer¨ªa saber por qu¨¦ se cambi¨® el nombre y si era o no un mentiroso. "No puedo comunicarme con el pa¨ªs", se lament¨® en su dram¨¢tica aparici¨®n televisada, para anunciar que arrojaba la toalla.
Hay algo en este sistema de carrera de obst¨¢culos que, por su duraci¨®n (cada vez m¨¢s larga), su dureza y la posibilidad que ofrece para analizar a fondo a los aspirantes deber¨ªa funcionar y que, sin embargo, falla estrepitosamente. No son seleccionados los mejores, porque las cualidades necesarias para ser un buen candidato y aguantar preguntas del tipo "?ha cometido usted alguna vez adulterio?" no son las mismas que se necesitan para, una vez en la Casa Blanca, ser un buen presidente. Los mejores, o los que se piensa que est¨¢n m¨¢s cualificados -las pr¨®ximas elecciones son un buen ejemplo-, dudan en lanzarse a la arena de una carrera que es una m¨¢quina de triturar personalidades.
La campa?a de 1988 va a ser, pese a todo, algo diferente de las anteriores. Es la m¨¢s abierta desde que el general Eisenhower logr¨® la presidencia, en 1952. Se trata de suceder a un presidente que, para bien o para mal, ha representado un hito en la historia pol¨ªtica de este siglo.
En el campo dem¨®crata se ha producido un relevo generacional: ninguno de los siete aspirantes actuales luch¨® en la Segunda Guerra Mundial e incluso uno de ellos, el senador Albert Gore, de Tennessee, naci¨® despu¨¦s de la contienda. Son los representantes del baby boom, la generaci¨®n (70 millones de personas) nacida despu¨¦s de 1946.
Nueva filosof¨ªa
El Partido Dem¨®crata est¨¢ tambi¨¦n buscando una nueva filosofia o mensaje pol¨ªtico, una vez que ha comprobado, en cuatro de las cinco ¨²ltimas presidenciales, que el viejo liberalismo e intervencionismo estatal no atraen al electorado. Pero tampoco es aconsejable un excesivo giro a la derecha, ya que los analistas detectan un cansancio de la poblaci¨®n, por la excesiva ideologizaci¨®n conservadora de la ¨¦poca Reagan y un sentimiento de que hay que restaurar los valores comunitarios. Los dem¨®cratas deber¨¢n hacerlo sin desmontar el recobrado orgullo nacional, producto de la presidencia de Reagan, si bien tendr¨¢n que atenuar los excesos del patriotismo intervencionista en el exterior.
Aunque la herencia del gigantesco d¨¦ficit presupuestario no va a dejar mucho para repartir, un futuro dem¨®crata en la Casa Blanca tendr¨ªa que protagonizar un Gobierno m¨¢s activo en temas sociales, sin llegar a los excesos de anteriores Administraciones dem¨®cratas.
Reagan ha presentado al Gobierno "como el problema, no la soluci¨®n", pero su revoluci¨®n no ha sido consumada. En ning¨²n momento ha querido pagar el precio de aumentar los impuestos, algo que un presidente dem¨®crata deber¨¢ hacer inmediatamente.
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