Compartir la soledad
Los casi 40 hombres sin piedad -entre ellos tres mujeres- parec¨ªan gozar de una especie de recreo a lo largo de estos cuatro d¨ªas. La dureza de su trabajo, se quejaban, es mucha y, adem¨¢s, de parecidas caracter¨ªsticas en todos los pa¨ªses. La falta de secretaria o lo mucho que han tardado en conseguir una; la irritaci¨®n que les produce determinadas quejas de los lectores -Laitin, del Washington Post, reconoci¨® haberse mesado los cabellos m¨¢s de una vez despu¨¦s de colgar el tel¨¦fono-; el desamor que encuentran entre sus compa?eros de redacci¨®n y, en general, la soledad, fueron los temas m¨¢s socorridos durante las charlas informales, realizadas en seco o remojadas en el viejo buen whisky de Kentucky.No es extra?o, por tanto, que al hallarse juntos se sintieran como en casa. Como una hermandad a la que s¨®lo le falta un himno. Casi todos est¨¢n de acuerdo en que su trabajo contribuye a mejorar el peri¨®dico.
Aunque los japoneses parecen sobrellevar la situaci¨®n dedic¨¢ndose a lo habitual, es decir, hacer fotos, los norteamericanos han encontrado un sistema relajante de lo m¨¢s encantador: carreras con barquitos de pl¨¢st¨ªco en las fuentes p¨²blicas.
Todo empez¨® en 1981, en San Diego, cuando decidieron competir con veleros de verdad en la bah¨ªa de Mission. Esa fue la ¨²nica vez que lo hicieron en barcos aut¨¦nticos; desde entonces se dedican a arremangarse los pantalones y meterse en las fuentes con sus barquitos. Y es que son como ni?os.
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