Con pases y mugidos
La orquesta atac¨® el primer pasodoble de la tarde en el momento exacto en que la sombra acababa de pasar por el centro del redondel, y cuando ya se hab¨ªan sentado la pareja de venezolanos, el aficionado que s¨®lo dese¨® no hay quinto malo", y acert¨®, y una chica rubia, de pecho alto y firme, que hac¨ªa jugar el verde de sus ojos con su jersei verde, sus zapatos verdes y su sombrero cordob¨¦s empa?olado de verde, bien ca¨ªdo.No muy lejos se sentaban otras dos mujeres solas, enfundadas en faldas tubo y calzadas de culebra, morenas ese mi¨¦rcoles de mayo como en septiembre. Otra, que parec¨ªa estar disfrutando el primer premio de un concurso de gemelas de Meryl Streep, comenzaba a pegar la hebra con un ingl¨¦s, para no soltarla ni cuando el vientecillo de un pit¨®n acarici¨® la boca de un est¨®mago y la plaza entera suspir¨®.
Para cuando empez¨® la corrida algunos ya hab¨ªan dado v¨ªa, en el patio de desolladero, a la vocaci¨®n pedag¨®gica que lleva todo aficionado m¨¢s metida en la piel que los tres millones de maestros internacionales de mus residentes en las dos Castillas. "La informaci¨®n est¨¢ manipulada", hab¨ªa dicho un encorbatado mientras bajaba por las grandes escaleras a la explanada de Las Ventas; "toda la informaci¨®n". "Los de las escuelas taurinas, todos terminan mal, todos" hab¨ªa sentenciado ante el monumento a Bienvenida un hombre de n?rada triste; "son un hoyo", a?adi¨® enigm¨¢ticamente. "Mira", le hab¨ªa dicho a un ni?o un hombre de traje gris, "cuando yo ten¨ªa tu edad, en la grada de sol nos costaba 30 pesetas la entrada".
?En esta plaza!
Una corrida es como un viaje en tren; el espectador y el viajero tienen una posibilidad sobre dos de que les acompa?e en el asiento un charlat¨¢n. Al cronista no le toc¨® ninguno, qued¨® rodeado por aficionados escuetos. "Chopera no tiene verg¨¹enza", dijo uno cuando un banderillero clav¨® un palo en la arena y el otro al lado de un ojo. "Es un presidente de tercera regional", mascull¨® otro a trav¨¦s del puro, al apiadarse el presidente del temblor de un torero; y a?adi¨®: "?En esta plaza.?". "?ste quiere hacer faena, vais a ver", coment¨® el primero cuando un torero arriesgado ni mir¨® la montera que hab¨ªa lanzado atr¨¢s y que hab¨ªa ca¨ªdo boca abajo. La hizo, por cierto, tan s¨®lo hasta la mitad. Tambi¨¦n aqu¨ª destac¨® el que siempre se empe?a en notificar a todos que ha llegado. "Por ah¨ª est¨¢ Joaqu¨ªn", hab¨ªa indicado uno de esos con cara de buscar pelea por un sem¨¢foro naranja. Y sin avisar, "?Joaqu¨ª¨ª¨ª¨ª¨ªn!", y oteando el brazo con peligro para el vecindario: "?Qu¨¦ passsa!"
Hubo ¨®rdenes: "?Cerrad la puerta"; s¨²plicas ante el peligro: ?Silenciooo"; ep¨ªtetos: "?Ignorante!"; y una petici¨®n al doctor Ram¨®n Garc¨ªa, repetida, para que se presentase cuanto antes en la puerta principal. Hubo aplausos, pocos, palmas triples, silbidos en abundancia, seis clarines, otros tantos pasodobles, las mismas campanillas cuando las mulas arrastraban a seis animales muertos, y los cinco mugidos con que el cuarto toro lament¨® la traici¨®n del mayoral que le hab¨ªa criado, se despidi¨® del sol, del silencio y de la tarde en la dehesa, y se prepar¨® a morir; as¨ª deb¨ªan de hacer los n¨²notauros.
Alguien se hizo o¨ªr desde la mudez de una lenta nube de globos rojos, verdes y amarillos que llevaban colgando el mensaje: "Madrid, capital europea de la cultura en 1992... sin corridas de toros", y alguien m¨¢s, en el patio de arrastre, con un letrero misterioso: "No aparcar desde atr¨¢s, llamamos gr¨²a".
En silencio quedaron -quiz¨¢ indiferencia, quiz¨¢ temor- los que vieron muerto y amortajado con mantas de trinchera el penco triste que hab¨ªa salido renqueando de la plaza, y tambi¨¦n los que se asomaron al desolladero para ver sobre el suelo 6 cabezas, 12 cuernos, como si media docena de animales poderosos fueran a arrancarse de un momento a otro de la tierra.
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