Con el becerro bajo el brazo
S. Mart¨ªn / Anto?ete, C. Romero, EspartacoDos toros de Santiago Mart¨ªn; 1?, 3? y 5? de Juan F. Garz¨®n: desiguales de presencia y fuerza, manejables; 62, sobrero de Sep¨²lveda, chico, flojo y noble. Anto?ete: pinchazo, estocada corta trasera atravesada y tres descabellos (pitos); pinchazo, estocada corta baja y dos descabellos (bronca). Curro Romero: dos pinchazos en el cuello, rueda insistente de peones y 15 descabellos (bronca); estocada corta perpendicular delantera, otra delantera desprendida y dos descabellos (pitos). Espartaco: bajonazo (divisi¨®n); pinchazo y estocada ladeada (divisi¨®n). Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 18? corrida de feria.
JOAQUIN VIDAL
Los viejos con el toro, el jovenzuelo con el becerro: as¨ª plantean los taurinos la fiesta. Ahora bien, a nadie le debe extra?ar, pues ah¨ª es a donde alcanza su sabidur¨ªa. Ofrecer un espect¨¢culo argumentado. y en plenitud, dar oportunidades a los novilleros, sitio a los toreros que apuntan posibilidades y calidades, no es cometido de los taurinos de esta hora; ni se les alcanza. Parece ser que esos papeles se los reservan al Estado. Lo que saben es aprovechar el incipiente tir¨®n popular de cualquier pegapases y darle la vuelta a Espa?a con el becerro bajo el brazo.
La vuelta a Espa?a incluye Madrid, aunque est¨¦ demostrado que Madrid no recibe becerros. En Madrid hay una afici¨®n que se las sabe todas, ha visto muchas corridas, muchos toreros buenos y malos, muchos toros grandes y chicos, muchas figuras incipientes o consagradas, y becerro, becerrismo, becerristas los huele a distancia. De manera que cuando por estos pagos irrumpe la figura incipiente de tir¨®n popular en son de triunfo y su becerro bajo el brazo, afici¨®n y taurinismo echan un pulso. Como hay autoridad y veterinarios en la plaza, el resultado del pulso depende, frecuentemente, de la actitud que estos adopten.
Autoridad y veterinarios debieron estar ayer a favor de los taurinos, o no se explica c¨®mo permitieron que saltara a la arena, para Espartaco, aquella birria de sexto toro, el de menos trap¨ªo que hayan sacado en toda la feria. Nada m¨¢s verlo corretear como culebrilla, el p¨²blico salt¨® de los asientos para vociferar su protesta y el presidente, que de com¨²n demora hasta el disparate la presencia de los picadores, se apresur¨® a ordenar su salida. Se trataba de que corriera el tr¨¢mite de la lidia, picar r¨¢pido, y si se salvaba ese tercio, se habr¨ªa salvado el toro.
La protesta desemboc¨® en indignaci¨®n, sin embargo, el p¨²blico tiraba almohadillas, botes de refrescos, cuanto de arrojadizo ten¨ªa a mano, y como el esc¨¢ndalo amenazaba con desembocar, en un conflicto de orden p¨²blico, el presidente orden¨® la devoluci¨®n del torillo al corral. El sobrero tampoco ten¨ªa trap¨ªo, ni fuerza, y volvi¨® la bronca, pero ahora s¨ª se pudieron aligerar los dos primeros tercios y llegar al fin supremo, buscado con ahinco, de que la figura pudiera lucir sus habilidades con una babosa En efecto, el sobrero, sobre chico, fue babosa; acud¨ªa obediente al cite, embest¨ªa dulce, codiciosillo aunque no tanto que fuera a molestar, y la figura pudo hacer una faena muy larga, muy templada, alternando tandas de redondos y naturales, abrochadas con los dos pases de pecho empalmados que son la moda.Se gustaba Espartaco -?figura ¨¦l!- en ese toreo que es leg¨ªtimamente suyo, y estaba en su salsa: los mismos pases, el mismo torito que le han dado fama en la mayor parte de las plazas del pa¨ªs. S¨®lo que la plaza era ayer Madrid y Madrid ve de distinta forma la fiesta de toros y la lidia. La afici¨®n de Madrid juzga al torero por su toro y analiza el toreo. Si el toro es chico y babosa, apenas le da importancia; si el toreo tiene alivios del pico de la muleta, lo descalifica. La faena de Espartaco al sobrerito habr¨ªa sido de clamor en cualquier otro sitio, e incluso la del tercero tambi¨¦n. Se toman ¨ªntegras faenas -deportivos pases de tir¨®n para salir a los medios, derechazos a porrillo, de pechos a pares, desplantes, bajonazo-, se reproducen en otro lugar, y sale a hombros por la puerta grande.
Los taurinos pueden llevar donde quieran el becerro bajo el brazo para que su figura se luzca. All¨¢ ellos si se lo consienten. Pero si acuden a Madrid m¨¢s vale que lo dejen aparcado en el l¨ªmite del t¨¦rmino municipal. A Madrid hay que entrar con el toro. Cerquita estaba el ejemplo: si Anto?ete tiene el t¨ªtulo de maestro y Curro el de artista genial, no es porque les hayan tocado en una t¨®mbola. Madrid se los concedi¨® hace muchos a?os, y lo ratific¨® cuando hac¨ªa falta, pues toreaban toros. Si ayer anduvieron a, tropezones y trapacearon entre suspiros y lamentos, no por eso les va a pedir la afici¨®n que devuelvan sus t¨ªtulos; al fin y al cabo, tropezaban, trapaceaban y sufr¨ªan frente a la severa mirada del toro.
Toro era aquella mole poderosa que Curro Romero sac¨® al mism¨ªsimo centro del platillo para esbozar el remoto apunte de un lejano natural, y si no lo esboz¨® fue porque cada cual tiene su corazoncito y el de Curro destila las amarguras del zino, hasta el otro que mech¨® por el cuello era toro. Toros eran los que Anto?ete dobl¨® por bajo arqueando hermosamente la pierna y cit¨® en redondo con la muletilla astutamente retrasada. Maestro y artista se afligieron, es cierto, pero les aflig¨ªa el toro. Les abroncaron -no es menos cierto- pero eran broncas de torero en mala tarde. Como esas ha habido muchas en la historia de la fiesta (inclu¨ªdos los propios abroncados de ayer) y no pasa nada. Ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa.
Para Espartaco, en cambio, s¨ª pasa. Espartaco sali¨® ayer de Madrid con bien ganado cr¨¦dito de becerrista y su torer¨ªa a¨²n la tiene que demostrar. Con el toro.
Babelia
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