Estrictamente militar
El comportamiento del golpista argentino Aldo Rico refleja una mentalidad arraigada en muchos militares del ¨¢rea latinoamericana y no del todo ausente entre nosotros, se?ala el autor, teniente coronel espa?ol. Estos militares, que tienen un inmenso grado de desprecio hacia el conjunto de la sociedad y hacia los seres humanos en general, se obstinan en considerar a las fuerzas armadas como instituciones que gozan de una autonom¨ªa privilegiada.
El espect¨¢culo del teniente coronel argentino Aldo Rico dirigi¨¦ndose a los periodistas en el recinto militar de Campo de Mayo durante los d¨ªas de su insurrecci¨®n frente al poder constitucional explicando los motivos de su insubordinaci¨®n, ha constituido hace bien pocas semanas, una de esas experiencias atrozmente ilustrativas de lo que significa un cierto tipo de mentalidad militar Una mentalidad todav¨ªa arraigada en numerosos militares del ¨¢rea latinoamericana -aunque salvando las distancias, no del todo ausente entre nosotros-, y cuya caracter¨ªstica m¨¢s notable es su obstinaci¨®n en considerar a los ej¨¦rcitos como instituciones privilegiadamente aut¨®nomas. qu¨¦ no tienen por qu¨¦ respondei ante nadie ajeno a su propio ¨¢mbito estamental.Refiri¨¦ndose al motivo principal de su actitud -el hecho de que varios -cientos de militares argentinos hab¨ªan sido citados a declarar ante los jueces civiles para responder de cargos de secuestro, tortura y asesinato, perpetrados bajo la dictadura de las sucesivas juntas militares (19761983)-, el citado teniente coronel, despu¨¦s de admitir que en el pasado "se han cometido errores", proclam¨® que hab¨ªa-que dar ya por cancelada la cuesti¨®n, y que tales comparecencias ante la justicia civil eran intolerables, puesto que se trataba de un asunto "estrictamente rnilitar".
Espeluznante delimitaci¨®n de lo militar y lo civil. Dificilmente cabe concebir tan inmenso grado de desprecio hacia el conjunto de la sociedad, hacia los seres humanos en general y hacia sus propios compatriotas en particular.
Dram¨¢tica evidencia
S¨®lo con un concepto de cerrada casta, absolutamente privilegiada, poseedora exclusiva de las esencias absolutas, autoconsiderada como instancia suprema en el campo de las valoraciones morales, s¨®lo desde una posici¨®n de superioridad infinita, muy por encima del bien y del mal, puede un colectivo sentirse moralmente autorizado para entrar a saco con tan inmensa crueldad en la sociedad civil, causando en ella miles de v¨ªctimas -en su gran mayor¨ªa inocentes-, y proclamar a continuaci¨®n que se trata de una cuesti¨®n estrictamente militar. S¨®lo una corporaci¨®n que se siente intocable puede pretender que tal colecci¨®n de cr¨ªmenes puedan ser reducidos a la calificaci¨®n de simples "errores" que deben considerarse zanjados', y para cuyos autores debe garantizarse la impunidad. S¨®lo con un descomunal alejamiento de su propio pueblo, y pose¨ªdos de su propia prepotencia, pueden llegar unos militares profesionales a formular un planteamiento de este g¨¦nero, considerando que s¨®lo pueden y deben responder de sus actos ante los miembros de su propia casta, pero nunca ante los dem¨¢s mortales. S¨®lo ante s¨ª mismos; jam¨¢s ante el resto de la sociedad.
No es cuesti¨®n de repetir que la tortura es una pr¨¢ctica inhumana y aberrante, que envilece al torturado y al torturador, aunque, por supuesto, mucho m¨¢s a ¨¦ste que a aqu¨¦l. Tampoco resulta necesario extenderse en consideraciones sobre el penoso papel jugado por unos hombres uniformados -componentes de unas fuerzas armadas concebidas para enfrentarse en el campo de batalla a ej¨¦rcitos extranjeros en caso de agresi¨®n exterior ,que, desvi¨¢ndose de tal funci¨®n, se revuelven contra su pueblo, rebaj¨¢ndose a la innoble tarea de secuestrar y torturar hasta la muerte a miles de sus compatriotas, hombres y mujeres en su inmensa mayor¨ªa indefensos y ajenos a todo tipo de terrorismo, seg¨²n la incontestable evidencia de los miles de casos investigados por la Comisi¨®n Nacional sobre Desaparici¨®n de Personas (Conadep), y que fueron enviados al tormento y a la fosa al margen de toda intervenci¨®n judicial, de todo requisito legal y de todo imperativo moral.
Pues bien, es precisamente este infierno, con sus miles de v¨ªctimas aniquiladas, es este pavoroso conjunto de casi 9.000 casos individualizados y verificados por la Conadep, y muchos otros m¨¢s, tal vez el doble, ya sin posible comprobaci¨®n -no olvidemos que s¨®lo en la regi¨®n de Buenos Aires el general Ram¨®n Camps se atribuy¨® orgullosamente la responsabilidad de 5.000-, es este masivo matadero y torturadero lo que el teniente coronel Rico y sus seguidores de las fuerzas armadas argentinas consideran como una 'cuesti¨®n estrictamente militar", en la que no debe inmiscuirse la justicia civil.
Inexcusablemente civil
Frente a esta peregrina y mort¨ªfera teor¨ªa, nunca se insistir¨¢ bastante, ni a este ni al otro lado del Atl¨¢ntico, en que ciertos delitos, aunque sean cometidos por militares -rebeli¨®n contra el orden democr¨¢tico, atropello de los derechos humanos fundamentales-, van dirigidos contra el conjunto de la sociedad, alcanzando de lleno al estamento civil, y, como tales, de ninguna manera pueden ser calificados de materia estrictamente militar. Por m¨¢s que sus autores traten de ampararse en su cerrada concha corporativa, ha de ser la sociedad entera la que se ocupe de defenderse con las armas de su propia ley, si no quiere vers¨¦ condenada a un estado de sometimiento y perm4nente supeditaci¨®n.
M¨¢s a¨²n: incluso desde una sana perspectiva castrense, desde la ¨®ptica del propio ej¨¦rcito, el militar realmente patriota y vinculado a su pueblo es el primer interesado en que aquella sociedad a cuya defensa sirve sea una sociedad suficientemente evolucionada, adulta y capaz de hacerse respetar por s¨ª misma; y no una sociedad tercermundista, de raqu¨ªtico desarrollo civil.
No hace falta ser un genio de la sociolog¨ªa militar para saber que los profesionales que nutren las fuerzas armadas de un Estado democr¨¢tico necesitan verse insertos en una sociedad civil respetable y respetada, celosa de sus derechos y deberes c¨ªvicos; necesitan sentirse rodeados de un pueblo digno que no se deja avasallar; necesitan y desean sentirse integrantes de un pueblo maduro, dispuesto a ejercer su soberan¨ªa y su propio protagonismo; pero ni necesitan ni desean en absoluto sentirse inmersos en una sociedad aborregada y ab¨²lica, dispuesta a dejarse acogotar por el primer general que saque unos cuantos carros a la calle o por la primera guarnici¨®n que se proclame en rebeld¨ªa frente al poder constitucional.
An¨¢logamente, tampoco hay que entrar en el campo de la erudici¨®n sociol¨®gica para saber muy bien que un ej¨¦rcito socialmente elitista, que un ej¨¦rcito/ casta -vinculado a un estamento olig¨¢rquico y defensor a ultranza de la ideolog¨ªa m¨¢s reaccionatia y que mejor garantiza su supremac¨ªa- necesita precisamente lo contrario: verse temido y reverencialmente tratado por una sociedad atemorizada, incapaz de pedirle cuentas, ni individual ni corporativamente, sean cuales fueren los "errores" que sus miembros puedan cometer. Aunque tales "errores" se contabilicen en miles de asesinatos y en sistem¨¢ticos excesos de inhumana crueldad.
Hora es ya de asumir -como nuestro ordenamiento jur¨ªdico lo ha hecho ya en Espa?a- que ciertos comportamientos militares, con independencia de su vertiente castrense, tienen tambi¨¦n una implicaci¨®n y una incumbencia inexcusablemente civil. Los sucesos de Semana Santa en Argentina -con el pueblo en la calle apoyando vigorosamente a sus instituciones democr¨¢ticas, y con su presidente asumiendo de forma personal la tarea de reducir a los insurrectos- supusieron una notable lecci¨®n de esa dignidad c¨ªvica, de esa asunci¨®n de responsabilidades ineludibles por parte del estamento civil, sin la cual una democracia no puede consolidarse jam¨¢s.
Dato desolador
Desgraciadamente, el ¨²ltimo dato que nos llega de aquel pa¨ªs -la aprobaci¨®n de la ley de obediencia debida y penoso reconocimiento, por el propio presidente argentino, de que "numerosos mandos intermedios que cometieron actos grav¨ªsimos quedar¨¢n impunes en virtud de esta ley vuelve a demostrar hasta qu¨¦ punto aquella sociedad se encuentra todav¨ªa coaccionada por un estamento castrense que sigue ejerciendo su desmesurado peso sobre todo el cuerpo social.
Esperemos que, pese a este y a tantos otros obst¨¢culos que a¨²n hallar¨¢ en su camino, aquel pa¨ªs hermano acabe encontrando su propia v¨ªa hasta la implantaci¨®n de una s¨®lida democracia, en la que tales acontecimientos no puedan volver a reproducirse jam¨¢s. As¨ª lo deseamos firmemente quienes -civiles o militares, argentinos o espa?oles creemos en la v¨ªa democr¨¢tica como en la forma de convivencia m¨¢s decentemente compatible con la dignidad humana, a nivel individual y social. Y, en definitiva, como el ¨²nico sistema que hace posible el rec¨ªproco respeto entre ambos estamentos.
es teniente coronel ingeniero y soci¨®logo militar.
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