Bananas
En Estados Unidos ha aparecido, de s¨²bito, como si se tratara de una explosi¨®n dermatol¨®gica, un fen¨®meno bot¨¢nico o cierta mutaci¨®n, una extra?a cadena de comercios que venden la moda ?frica. No son, sin embargo, tiendas simples, con escaparates, mostradores y percheros de los que cuelgan saharianas. Exactamente lo que cada uno de esos establecimientos representa es un trozo de ?frica. Africa para turistas acomodados, ?frica para exploradores vacunados y una cantimplora con quinina, ?frica para amantes del safari, ?frica, en fin, para espectadores de cine que so?ar¨ªan con descubrir a Robert Redford o Meryl Streep yaciendo bajo la mosquitera en un vetusto hotel de Kenia.Todas esas nuevas tiendas, que se llaman Banana Republic, han sido construidas enteramente para esta moda, decoradas con plantas y cueros importados de la selva. En algunos casos, como el de la calle Lexington de Nueva York, se ha retranqueado la fachada para dejar lugar en el chafl¨¢n a un ¨¢rbol de profusa copa, en donde suelen guarecerse y reproducirse los monos.
En el interior, desde el sonido ambiente (m¨²sica de tam-tam, bullicio de p¨¢jaros, himplar de panteras) hasta el aroma y la aspereza natural de los materiales, se confirma la impresi¨®n de que la tienda es un trozo de geograf¨ªa transportada. Efectivamente, no hay peligro de disenteria, ni de mortales picaduras de insectos pero, ?qui¨¦nes de los que aman e? estilo africano hab¨ªan contado con someterse a alguna clase de hospitalizaci¨®n?
Lo que esa cadena representa es la adicci¨®n absoluta a la moda hecha dogma. El establecimiento no hace aqu¨ª como si creyera temporalmente en ella y llenara su recinto con una propuesta de temporada. Es, m¨¢s all¨¢ de eso, la tienda toda, su nombre mismo y el comercio en su concepto, quienes se entregan con una fe teol¨®gica a un destino fatal. La moda es ?frica, la tienda es ?frica, el comercio es ?frica. Africa for ever. Cuando pase este fervor, la cadena ser¨¢ un estr¨¦pito.
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