Leer en Espa?a
Como se sabe, Larra dijo que escribir en Madrid (luego se hizo extensivo a toda Espa?a) era llorar. Pues bien, en contrario, leer en Espa?a parece ser una fiesta -como el Par¨ªs de los veirite lo fue para Hemingway. El Retiro parec¨ªa corroborarlo con sus ristras de casetas de libros tan pegadas entre s¨ª que era como si estuvieran copulando sin soluci¨®n de continuidad. Una descocada copulaci¨®n de m¨¢s de 400 c¨®nyuges.
Al menos eso pensaba, o sent¨ªa, o experimentaba, mientras desde la cafeter¨ªa al aire libre donde estaba sentado miraba las casetas que se alineaban del otro lado de la calle y a la gente que viajaba entre ellas deteni¨¦ndose en ¨¦sta o en aqu¨¦lla como insectos atra¨ªdos por un sutil tufillo a tinta de imprenta. Y realmente todo aquello ten¨ªa aire de feria, que es decir de fiesta. Quiz¨¢ porque hab¨ªa una conspiraci¨®n general para ello: la tarde que era mansa, la atm¨®sfera fresca, el lugar grato, la concurrencia al reclamo de los libros aunque nutrida no sofocante. El caso es que a mi compa?era o a m¨ª se nos escap¨® Jugando que si de alg¨²n modo pod¨ªa figurarse la felicidad era como un libro, que estaba contenida entre dos tapas. Supongo que a m¨ª, porque ella era una profesora espa?ola de literatura espa?ola en una universidad norteamericana, cartesiana (ella, no la universidad) y de un rigor cr¨ªtico infranqueable.Repito que a m¨ª debi¨® ocurr¨ªrseme, porque adem¨¢s de tratarse de una imagen de dudoso gusto, era yo el que ten¨ªa una apetencia de libros afilada en la larga dieta cubana. Ven¨ªa de un pa¨ªs donde, pese a todo lo que se diga, la opci¨®n a libros de calidad y a la variedad de ellos es magra. Recuerdo el pasmo con que al principio de mi estancia en Madrid contemplaba las vidrieras de las librer¨ªas y las mesas hartas de obras cuyos autores s¨®lo conoc¨ªa de nombre o que sencillamente no conoc¨ªa. De nuevo aquel asombro se repet¨ªa multiplicado.
Se menciona que en Espa?a no se lee, que un elevado n¨²mero de su poblaci¨®n jam¨¢s abre un libro, ni siquiera un peri¨®dico. Supongo que debe ser cierto, pues est¨¢ en las estad¨ªsticas, y las estad¨ªsticas no deben mentir. Sin embargo, cuando voy en el metro y miro a mi alrededor veo a muchas personas leyendo, sobre todo j¨®venes, y leyendo libros. La proporci¨®n de los que viajan leyendo diarios o revistas es mayor. Claro, que estoy en Madrid, y en la capital de un pa¨ªs la abundancia es mayor en todo orden de cosas. Es posible que no ocurra as¨ª en ?vila o en Ribadeo. Pero me asalta una pregunta: ?y los cerca de 40.000 t¨ªtulos que se publican al a?o, bajo qu¨¦ ojos van a parar? Bajo los del extranjero, se me podr¨ªa responder; van a parar al potencial mercado de 300 millones de habitantes que tiene Latinoam¨¦rica, a los 25 millones de hispanohablantes que viven en Estados Unidos. Es probable. Desconozco las cifras de exportaci¨®n de libros de Espa?a, aunque s¨¦ que son altas. Pero, aun as¨ª, la cantidad de vol¨²menes que se quedan en la Pen¨ªnsula no debe ser menguada. De alg¨²n modo el mercado interior debe absorber buena parte de la producci¨®n de libros espa?oles.
Si tras la guerra civil Argentina y M¨¦xico especialmente se hicieron del cetro editorial que hasta antes de la contienda ostentaba Espa?a -y gracias justamente a la. emigraci¨®n de casas editoriales y de personal cualificado que la di¨¢spora espa?ola reg¨® por tierras de Am¨¦rica, es incuestionable que a estas alturas Espa?a ha recuperado su sitial. A,partir de los a?os sesenta y con editoras como Seix Barra? (para nosotros, los latinoamericanos, este nombre, y se?aladamente el de uno de sus fundadores, Carlos Barral, tiene un acento m¨ªtico), Alianza, Plaza y Jan¨¦s, lenta pero firmemente ha ido imponi¨¦ndose en el mundo de expresi¨®n escrita en castellano, y creo que no hay la menor duda de que en la actualidad ocupa el primer lugar.
Espa?a existe en el orbe editorial universal, no es un espejismo. Quiz¨¢ comparadas con las de Estados Unidos, Alemania Occidental, Francia, Reino Unido, incluso Italia, sus cifras de impresi¨®n de libros sean m¨¢s bien modestas. Pero para nosotros, lectores hispanovidentes, esas cifras son satisfactorias. Pienso que, cuando menos en el terreno de la literatura, no hay obra valiosa escrita en no importa qu¨¦ lugar que m¨¢s temprano que tarde no tenga su equivalencia en versi¨®n espaflola. De ah¨ª que yo siga mirando con el mismo placer inicial los escaparates de las librer¨ªas o sumergiendo mis manos entre los tomos que, como el m¨¢s tentador manjar, ofrendan las mesas bien servidas.
Creo no haberme equivocado cuando en la terraza de la cafeter¨ªa del Retiro, teniendo frente a m¨ª la l¨ªnea de celdas iluminadas de libros, imagin¨¦ que leer en Espa?a era una fiesta, una feria perpetua, y que para algunos la felicidad puede caber entre las dos tapas de un libro, aunque la imagen no es buena; lo siento, pero no hay otra.
Babelia
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