La caza del hombre
Hay, una vez m¨¢s, que insistir en que el western no ha muerto. El tiempo ha barrido sus desiertos, ha desterrado de las pantallas sus aldeas de madera. Las cantinas mugrientas, los negros trenes asm¨¢ticos que romp¨ªan el silencio blanco de las praderas, el mefistof¨¦lico equipaje homicida de los cazadores de hombres, la presi¨®n claustrof¨®bica de lo ilimitado sobre el punto oscuro de un jinete solitario; todo esto se ha instalado en las vitrinas del museo de la buena memoria. Pero en la red arterial que enlazaba unas con otras a estas viejas cosas perdidas sigue circulando la sangre del rito westerniano, porque este es una manifestaci¨®n contempor¨¢nea del rito tr¨¢gico inmemorial, imperecedero.Con otras vestimentas, en otros ¨¢mbitos, sumergido en otra inconograf¨ªa, el western sobrevive intacto. Duel, primer largometraje de Steven Spielberg, es un western de gran pureza. En ¨¦l se desarrolla con tiral¨ªneas un acorde medular del western cl¨¢sico: la caza del hombre por el hombre, desplegada sobre las rutas esquinadas del itinerario homicida de una pesadilla.
El diablo sobre ruedas (Duel)
Direcci¨®n: Steven Spielberg. Gui¨®n:Richard Matheson. Fotograf¨ªa: Jacques Marta. M¨²sica: Billy Goldenberg. Norteamericana, 1971. Int¨¦rprete: Dennis Weaver. Reposici¨®n en Madrid: cine El Espa?oleto.
Dentro de este acorde, a trav¨¦s de su magistral Duel, irrumpi¨® en el cine actual el fertil talento del entonces un muy joven aprendiz de cineasta llamado Steven Spielberg, que aqu¨ª nos ofrece -los ritmos on¨ªricos son consustanciales al western profundo- hora y media de cine en el que, con una sencillez cuya complejidad pide a gritos una lupa, se alcanza, como pocas veces ha alcanzado el cine de ¨²ltima hora, el misterio de la intensidad, esa emoci¨®n en la que el aliento del espectador palpita al comp¨¢s de los flujos y reflujos de la respiraci¨®n de la pantalla.
Teorema visual
S¨®lo los encadenados subjetivos con que el filme arranca -y que recuerdan al comienzo de Pasaje tenebroso, el formidable thriller de Delmer Daves- avalar¨ªan la solvencia del entonces casi imberbe cineasta. Pero este es s¨®lo el comienzo de un filme muy rico, pese a que desarrolla una sola situaci¨®n, y en el que hay secuencias -la de Weaver visto a trav¨¦s del ojo premonitorio de una lavadora mientras habla por tel¨¦fono; o la del mismo actor escrutando en los clientes de una cantina de camioneros alg¨²n rasgo que identifique a su desconocido agresor, entre otros humildes alardes- en las que cada plano es un signo y, en concreto, un signo de progresi¨®n, de adentramiento en un teorema visual sobre la locura y la muerte.El autor del gui¨®n de Duel, Richard Matheson, es un escritor especialista en relatos de ficci¨®n cient¨ªllica. Es este otro g¨¦nero -recu¨¦rdese La guerra de las galaxias, de Lucas- que ha tomado de prestado innumerables rasgos medulares del viejo rito westerniano. Spielberg aprovecha esta condici¨®n del trabajo de su guionista para ofrecernos en Duel una mutaci¨®n visual digna del mejor cine de este g¨¦nero: la progresivapersonalizaci¨®n de una m¨¢quina -mucho m¨¢s meritor¨ªa, puesto que est¨¢ lograda sin aparato ornamental alguno, que la famosa escena de la lobotom¨ªadel robot Hal 19 en 2001, de Kubrick-, ese cami¨®n asesino que, poco a poco, va adquiriendo, a trav¨¦s de la fijeza hipnotica de unos faros que poco a poco van adquiriendo condici¨®n de ojos, los rasgos de una fisonom¨ªa, de un rictus e incluso de un soporte para un comportamiento. He aqu¨ª un caso deslumbrante de uso moderno de la antigua condici¨®n genes¨ªaca del cine.
La pel¨ªcula, realizada con cuatro cuartos y cuatro millones de toneladas de ingenio, sigue siendo, pese a algunos casi imperceptibles balbuceos de ritmo en la fase final de la persecuci¨®n la mejor de Steven Spielberg, tal vez porque la ostensible carencia de medios con que la realiz¨® le oblig¨® durante su rodaje a hacer un derroche de inventiva para compensar aquella pobreza; y porque estas carencias materiales forzaron al director del filme a multiplicar su pasi¨®n por la exactitud. Tanta y tan afinada es la econom¨ªa expresiva de Duel, o seg¨²n el imb¨¦cil t¨ªtulo espa?ol de El diablo sobre ruedas, que resulta dificil pensar que se pueda decir m¨¢s con menos, a la manera de aquel Hitchcock que con derroches de austeridad alcanzaba evidencias opulentas.
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