La otra superpotencia
En poco m¨¢s de, 40 a?os, Jap¨®n ha pasado de una situaci¨®n de quiebra a convertirse en una de las potencias econ¨®micas mundiales, a la que Europa y Estados Unidos acusan de causarles un buen c¨²mulo de dificultades. El autor subraya que esas presiones s¨®lo servir¨¢n para reavivar viejas llamas en el pa¨ªs asi¨¢tico.
En 1945, derrotados los ej¨¦rcitos alemanes y japoneses, los geopol¨ªticos se pusieron de acuerdo en que se hab¨ªa cumplido aquella famosa profec¨ªa de Alexis de Tocqueville seg¨²n la cual el mundo terminar¨ªa dominado por Estados Unidos y Rusia, pa¨ªses-continentes con recursos naturales inmensos y el espacio necesario para dar cabida a centenares de millones de habitantes. Para los expertos, s¨®lo la China o una Europa unida ser¨ªan capaces de alterar esta bipolaridad predestinada, porque de all¨ª en adelante el poder m¨¢ximo pertenecer¨ªa a pa¨ªses con vastos territorios: en consecuencia, hab¨ªa llegado a su fin la era en que naciones relativamente peque?as, tales como Espa?a, Francia y el Reino Unido, podr¨ªan cumplir un papel protag¨®nico.Ahora, poco m¨¢s de una generaci¨®n despu¨¦s, este esquema de aspecto tan l¨®gico y concluyente parece un tanto anticuado. Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica son militarmente m¨¢s poderosos que nunca, China se ha organizado bajo un Gobierno fuerte y Europa occidental ha comenzado a unirse. Sin embargo, todos estos pa¨ªses-continentes se ven enfrentados por el desaf¨ªo planteado por una naci¨®n considerada como mediana y conspicuamente desprovista de espacio vital y recursos naturales; Jap¨®n, arruinado en 1945 y, al parecer, condenado a la marginaci¨®n perpetua, ahora tiene un producto bruto que excede al sovi¨¦tico, ingresos per c¨¢pita superiores a los norteamericanos, demuestra un empuje innovador incomparable y est¨¢ en v¨ªas de convertirse en banquero del mundo.
Naturalmente que muchos se preguntan si semejante ascenso puede continuar: los m¨¢s concluyen que no, que dentro de poco los japoneses se ver¨¢n obligados a reconocer la imposibilidad de seguir enriqueci¨¦ndose a costa de los dem¨¢s y se confirmar¨¢n con un papel internacional digno, aunque secundario. Sin embargo, no es muy probable que esto ocurra: los japoneses son tan humanos como el que m¨¢s y no existen casos de potencias ascendientes que hayan optado voluntariamente por autolimitarse para no incomodar a sus rivales Adem¨¢s, tanto la historia como la literatura japonesa est¨¢n repletas de ejemplos de subordinados, al parecer d¨®ciles y obedientes, que un d¨ªa toman el lugar del jefe.
Cerrado el camino del poder tradicional, el militar, los japoneses tuvieron que emprender otro, el econ¨®mico. Lo hicieron en el momento en que el avance tecnol¨®gico convert¨ªa la falta de materias primas propias de una carencia insuperable en una ventaja para un pueblo de sus caracter¨ªsticas. Tal como han aprendido muchos pa¨ªses del Tercer Mundo y sus acreedores, hoy en d¨ªa importan mucho m¨¢s la inteligencia, disciplina y organizaci¨®n que minas de carb¨®n y pozos de petr¨®leo, por ricos que ¨¦stos sean.
Peligros
Pero existe el peligro de que los pa¨ªses occidentales, asustados por el vertiginoso progreso japon¨¦s y propensos a creerlo la fuente de sus propios problemas, traten de cerrarle el camino econ¨®mico tambi¨¦n, sembr¨¢ndolo de barreras destinadas a frenar las exportaciones. Semejante maniobra obligar¨ªa a los japoneses a optar entre resignarse, a su suerte, por un lado, y, por otro, estudiar otras alternativas tales como el atizar las pasiones antioccidentales de muchos pueblos no europeos con el prop¨®sito de ir construyendo un nuevo orden internacional, que gire en tomo de Tokio en lugar de Nueva York. El sentido com¨²n puede sugerir que el mejor curso consistir¨ªa en resignarse; toda la historia japonesa, m¨¢s la experiencia universal, indica que en tales circunstancias los japoneses se preparar¨ªan discretamente para resistir esta forma no muy sutil de agresi¨®n.
Ahora bien, Jap¨®n siempre ha planteado graves problemas para los pa¨ªses occidentales, que, ante su lejan¨ªa, su car¨¢cter no europeo, su falta de territorio y su apariencia fr¨¢gil, se han resistido a tomarlo en serio. En efecto, desde el siglo XVI lo han tratado como si fuera una naci¨®n diminuta y ex¨®tica, que, al igual que otras de Asia y Africa, tendr¨ªa que asimilarse al sistema internacional en boga sin pretender modificarlo. Pero ocurre que Jap¨®n, no obstante sus dimensiones f¨ªsicas reducidas, nunca ha sido un peque?o pa¨ªs en el sentido m¨¢s amplio de esta palabra.
El Jap¨®n que los b¨¢rbaros del sur, es decir, los portugueses y es pa?oles, encontraron en el siglo XVI tuvo una poblaci¨®n igual a la de Francia y Espa?a reunidas y pronto aprendi¨® el arte ¨²til de fabricar mosquetes, demostrando as¨ª que no era tan subdesarrollado de acuerdo con las pautas de la ¨¦poca.
Pueblo pragm¨¢tico
Asimismo, en la actualidad hay tantos japoneses como rusos. Desde hace un milenio los japoneses han sido tan capaces econ¨®mica, t¨¦cnica y militarmente como cualquiera; para colmo, saben organizarse y, por lo general, son pragm¨¢ticos. Se trata, pues, de un pueblo dotado de todas las cualidades precisas para ocupar un lugar similar al de los norteamericanos y rusos, y si bien los japoneses tendr¨¢n forzosamente que adaptarse a la realidad circundante, no es menos cierto que ¨¦sta tendr¨¢ que ajustarse para acomodar el fen¨®meno japon¨¦s.
Hasta ahora, sin embargo, los portavoces norteamericanos y europeos se han dirigido a los japoneses como si ¨¦stos fueran los ¨²nicos responsables de las dificultades econ¨®micas actuales. Se les exhorta para que trabajen y ahorren menos y consuman m¨¢s. Industriales norteamericanos, incapaces de competir contra los japoneses en Detroit, atribuyen al proteccionismo nip¨®n sus derrotas en Nagoya. Funcionarios europeos, art¨ªfices de una pol¨ªtica agr¨ªcola que contribuye al hundimiento de varios pa¨ªses suramericanos, se indignan porque los pol¨ªticos japoneses tambi¨¦n subsidian a sus agricultores por los mismos motivos electoralistas. Asimismo, todos suelen utilizar un tono entre ofendido e insolente que provocar¨ªa airadas protestas en Washington o Par¨ªs, pero parece ser el indicado cuando de los japoneses se trata.
?C¨®mo reaccionar¨¢ Jap¨®n frente a esta avalancha de reclamos, reprimendas, quejas, s¨²plicas, consejos fraternales, insultos y amenazas? No cabe duda de que es lo bastante flexible como para ajustarse con rapidez sorprendente a nuevas circunstancias y de que, de convencerse de la necesidad de agacharse, lo har¨ªa. Sin embargo, doblegarse sinceramente equivaldr¨ªa a aceptar como inevitable un destino pasivo, secundario, de socio menor, lo cual no coincidir¨ªa con los instintos ni de los japoneses ni de ning¨²n otro pueblo consciente de su propio dinamismo.
Adem¨¢s, no olvidemos que la cosmovisi¨®n nipona es esencialmente jer¨¢rquica, piramidal: para ellos, las naciones, lo mismo que las personas, se organizan en jerarqu¨ªas de inferiores y superiores, conducidos y conductores, no de iguales, y que hasta 1945 daban por descontado que su propia ubicaci¨®n natural estar¨ªa en el ¨¢pice con los ocho rincones del mundo bajo un solo techo. Despu¨¦s del cataclismo de la derrota tuvieron que conformarse con una posici¨®n m¨¢s humilde. Sin embargo, sus logros econ¨®micos est¨¢n reavivando algunas viejas llamas y las torpes presiones actuales, lejos de apagarlas, con toda seguridad las calentar¨¢n a¨²n m¨¢s.
es periodista y antiguo director del Buenos Aires Herald. Actualmente reside en Espa?a.
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