Del redicho al hecho
Son muchas horas. Cuatro, minuto m¨¢s, minuto menos. Hay que tener un par, por lo menos, de ideas para llenar tanto tiempo ante tantas personas y tan temprano. Jes¨²s Hermida las tiene.Por la ma?ana es uno de esos h¨ªbridos que aqu¨ª se llaman magazines. Magazine, la palabra inglesa que designa a las publicaciones de miscel¨¢nea, procede del franc¨¦s magasin (almac¨¦n o dep¨®sito). Y en este tipo de programas, en efecto, hay de todo: como en un mercadillo de las pulgas, el concurso, el serial, la m¨²sica en vivo, la noticia, la entrevista o el chiste tienen cabida, y a¨²n queda resquicio (con Follow me primero y ahora con una se?orita pediatra) para la ense?anza, esa asignatura siempre pendiente en Televisi¨®n Espa?ola.
Dan las nueve y la cara de Hermida, sin m¨¢s pre¨¢mbulo, sucede a las de Escario / Erquicia. Hablar de la fisonom¨ªa de los que nos distraen por la tele es asunto que merece columna aparte, pero digamos. s¨®lo, como trayler, que ya es un misterio su emparejamiento riguroso. Hermida no. Este hombre ocupa la pantalla por s¨ª solo, con acompa?amiento de piano, secretarias y el formidable a brigo de sus gestos y poses y visajes. A¨²n antes de hablar ya nos recuerda Hermida a sus imitadores; es m¨¢s, Hermida es hoy el m¨¢s convincente imitador de s¨ª mismo entre los muchos que depara el humorismo nacional. ?Fue un acierto de Pilar Mir¨® repescar para las horas muertas de la ma?ana al hombre m¨¢s redicho que nunca ha pisado un estudio? La historia la absolver¨¢ o no de esa furia regeneracionista, pero puestos a darle a este hombre un p¨²lpito para sus pr¨¦dicas con eco incorporado, mejor meterle en las horas largas que van del desayuno al aperitivo para que se despache a gusto.
El programa de un megal¨®mano tiene que ser, por fuerza, macroc¨¦falo. Todo resulta en Por la ma?ana un poco grandioso: la entrevista con Rapliael y se?ora, magn¨ªficamente bien llevada por Hermida, con picard¨ªa, se convierte en un desaforado canto a la familia espa?ola y al gansterismo de Miami; la diaria dial¨¦ctica entre las se?oritas Patricia y Mar¨ªa Teresa (y qu¨¦ rotundamente inteligente estuvo la Campos el lunes, hablando de los mitos de la sexualidad femenina) siempre sube de tono; el realizador, que debe de estar siguiendo con papel y l¨¢piz el ciclo de Orson Welles, dibuja sus planos en permanente contrapicado y violento escorzo de la c¨¢mara, y luego, claro, est¨¢ el picante de las series Los ricos tambi¨¦n lloran y Rituales; culebr¨®n y redento el primero, plagado el segundo de sierpes venenosas.
Sobre todos estos espacios planea Hermida como ¨¢guila imperial. El personaje podr¨¢ caer mejor o peor, pero de su eficacia no cabe duda. Sabe moverse y sabe hablar, y es un histri¨®n tan bueno que ese bobo concurso final de don Basilio (copiado de Un, dos, tres) resulta soso en sus gracietas al lado de las frases m¨¢s serias salidas de los labios de Hermida.
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